Red en Defensa del Maíz, Vía Campesina América del Norte, Colectivo
Oaxaqueño en Defensa de los Territorios y más de mil comunidades ante el
Tribunal permanente de los Pueblos-México | 04 enero 2012 | soberanía alimentaria, semillas & biodiversidad, leyes & políticas | Mexico
El maíz es también un cultivo comercial importante para el sustento de
millones de familias de agricultores. Su rentabilidad puede fortalecer la
seguridad y soberanía alimentaria del país si se contara con las políticas
públicas apropiadas para lograrlo.
Cinco tesis sobre la violencia
contra la soberanía alimentaria y la autonomía
Hubo consenso y se decidió que
viniera el maíz morado, el maíz amarillo,
el maíz rojo y el maíz blanco,
y de esto se hicieron nuestros huesos, nuestra sangre, nuestra carne.
Popol Vuh
El maíz no es una cosa, un producto; es un tramado de relaciones, es la
vida de millones de campesinos cuyo centro civilizatorio milenario es la comunidad
y la vida en la siembra. Siendo México centro de origen del maíz, uno de los
cuatro alimentos cruciales para la humanidad, los ataques al maíz y a los
pueblos que lo cultivan, son un ataque contra las estrategias más antiguas y
con más posibilidades de futuro de la humanidad.
Cosechando maíz (oba) criollo. Foto: Gubiler |
La primera tesis que proponemos es que las negociaciones del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte, TLCAN requirieron que el Estado mexicano
comenzara un interminable desmantelamiento jurídico de todas las leyes que promovían
derechos colectivos y protegían ámbitos comunes, en particular los territorios,
de los pueblos indígenas y campesinos, sus tierras, aguas, montañas, y bosques.
El TLCAN requirió también el desmantelamiento de todo el sistema de programas,
proyectos y políticas públicas que apoyaban la actividad agrícola, en
detrimento de los pequeños y medianos agricultores mexicanos y en beneficio de
la agricultura estadounidense, sobre todo la que busca acaparar mercados,
procesos y financiamientos, es decir, la agricultura de las corporaciones. Este
desmantelamiento llegó al extremo de apostarle a las importaciones de maíz,
pese a que es un producto básico para la alimentación de la población mexicana
y pese a todas las asimetrías en productividad y subsidios —existentes entre
los productores de Estados Unidos y Canadá y los productores mexicanos. Aunque
se contaba con un plazo de 15 años para liberalizar por completo el comercio
exterior del maíz, el gobierno mexicano, unilateralmente, permitió la entrada
de importaciones por arriba de la cuota y sin arancel. Esto redujo los precios
internos de maíz en un 50%, lo que benefició tan sólo a los cárteles
transnacionales que controlan el grano.[1]
Una segunda tesis es que este
desmantelamiento jurídico y esta privatización tienen como fin último la
erradicación de toda producción independiente de alimentos.
Para lograrlo, las grandes
corporaciones en todo el mundo se han propuesto el despojo, la erosión e
incluso la criminalización de una de las estrategias más antiguas de la
humanidad, que es el resguardo y el intercambio libre de semillas nativas
ancestrales. No parece importarles el atentar contra todos los saberes propios
de la agricultura tradicional campesina y agroecológica, para así promover el
cultivo y la comercialización de semillas de laboratorio (híbridos,
transgénicos y más), mediante leyes expresas que le abren espacio a las grandes
corporaciones para lograr sus fines. Los dos ejemplos más contundentes son la Ley
de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, o “Ley Monsanto” y
la Ley Federal de Producción, Certificación y Comercio de Semillas.
Una tercera tesis es que estas
leyes promueven una invasión transgénica —que comenzó en 2001— e
inevitablemente contaminará a las 62 razas y miles de variedades que existen en
México. Los regímenes de propiedad intelectual y los registros y certificaciones
terminarán despojando de su diversidad a las semillas nativas.
Una cuarta tesis es que
atentar contra los sistemas de agricultura campesina ancestral y sus variantes
agroecológicas modernas, atentar contra bienes comunes tan cruciales como las
semillas nativas, devasta la vida en el campo y debilita las comunidades,
agudizando la emigración y la urbanización salvaje, favoreciendo la invasión de
los territorios campesinos e indígenas para megaproyectos, explotación minera,
privatización de agua, plantaciones de monocultivos, deforestación y
apropiación de territorios en programas de mercantilización de la naturaleza,
como REDD y servicios ambientales.
Una quinta tesis es que todo
el sistema que está en el fondo de este desmantelamiento jurídico, de este
intento por erradicar la producción independiente de alimentos y por
monopolizar la rentabilidad de un cultivo tan versátil —eliminando así toda la
gama de sembradores que no sean corporaciones, desde pueblos indígenas hasta
agricultores de mediana o pequeña escala—; todo el sistema que está en el fondo
de los encarecimientos desmedidos en los precios de los alimentos y de la
crisis alimentaria generalizada, es responsable de una buena parte de la crisis
climática.
Hay suficientes pruebas de que
el sistema agroalimentario mundial, debido a su integración vertical (con su
acaparamiento de tierras y agua, con sus semillas de laboratorio híbridas y
transgénicos, con su promoción de agrotóxicos que erosionan el suelo, con su
deforestación, sus monocultivos, el transporte que emplea, el procesado
industrial, el empacado, el almacenamiento y la refrigeración) es responsable
de entre 45-57% de los gases con efecto de invernadero.[2]
En cambio, la parte agraviada,
las comunidades campesinas e indígenas y los agricultores en pequeña escala hoy
por hoy producimos la parte sustancial de los alimentos del mundo[3], pese a la poca tierra a
nivel mundial que mantenemos, y pese a las condiciones de opresión que intentan
imponernos. Y sabemos que mantener nuestros cultivos ancestrales, con nuestras
semillas nativas, podría enfriar la tierra si hubiera una voluntad política
para defender los modos de vida que están en el centro de esta agricultura,
para seguir cultivando el maíz en la comunidad que llamamos milpa: diverso,
generoso, alimento en convivencia con otros alimentos, con plantas que curan,
con árboles que protegen, con animales que también son nuestra fuerza. Para
ello, es crucial que las comunidades tengan un control territorial, un
autogobierno, una autonomía. Debemos frenar el acaparamiento de tierras y la
invasión de los territorios de las comunidades.
La defensa del maíz rebasa los culturalismos. Es la defensa misma de una
opción de independencia material y política real de los pueblos frente al
mercado y su amenaza de dominar eternamente. El maíz es sustento material y
también fuerza identitaria y sagrada. Al contaminarlo con transgénicos, al
desmantelar la economía maicera desde las políticas gubernamentales, al
despreciar la milpa, se atenta contra un proceso inédito, específico en el
mundo, la propuesta civilizatoria mesoamericana. El ataque al maíz y a los
pueblos que lo hemos criado es un crimen, pues, contra uno de los pilares de la
civilización en su conjunto. Al defender a los pueblos del maíz, al defender el
intercambio infinito de semillas campesinas, estamos defendiendo la
supervivencia y las posibilidades de plenitud de la humanidad entera.
El maíz es nuestra sangre,
nuestra carne, nuestra madre, nuestro hijo,
es el que habla, ríe, se pone
de pie y camina.
Poema náhuatl
Este texto fue presentado el
21 de octubre de 2011 por la Audiencia “Violencia contra el Maíz, la Soberanía
Alimentaria y la Autonomía” en la sesión de instalación del capítulo México del
Tribunal Permanente de los Pueblos, en la Universidad Nacional Autónoma de
México. Esta audiencia es promovida por más de mil comunidades de agricultores
en mediana y pequeña escala, y campesinos indígenas en todo el país. Entre
algunas de las organizaciones se encuentran la Red en Defensa del Maíz, Vía
Campesina América del Norte, el Colectivo Oaxaqueño en Defensa de los
Territorios, y decenas de organizaciones en Chihuahua, la Huasteca y la
Península de Yucatán, entre muchos otros estados de México
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[1] Las investigaciones del Centro de Estudios para el cambio en el Campo
Mexicano (Ceccam) durante más de 15 años, son la fuente de estas conclusiones.
Ver www.ceccam.org.mx
[2] Ver GRAIN, “Cuidar el suelo”, 18 de octubre, 2009,
http://www.grain.org/article/entries/1236; “Alimentos y cambio climático: el
eslabón olvidado”, 28 de septiembre, 2011, http://www.grain.org/es/article/entries/4364
[3] ETC Group: “Who will feed us? Questions for the food and climate
crisis”, 14 de diciembre, 2009, http://www.etcgroup.org/en/node/4921