26/04/2016
El cambio climático ha devenido, en
poco tiempo, en uno de los “asuntos globales” de importancia crítica de nuestro
tiempo. A partir de allí ha permeado todas las esferas de la vida social y
política hasta dotarse de una centralidad omnipresente que peligrosamente lo
naturaliza.
En 1958, Charles David Keeling comenzó
a medir la concentración de Dióxido de Carbono (CO2)
en la atmósfera de la Tierra en el Observatorio Mauna Loa (Hawai). Su proyecto
impulsó medio siglo de investigación que expandió el conocimiento sobre el
cambio climático. Más allá de los más de 50 años de estudio, sin embargo, la
sociedad global no ha encontrado soluciones reales al problema del
calentamiento global. ¿Por qué?
La política de cambio climático, tanto
en los niveles internacionales como nacionales, se caracteriza por un alto
grado de despolitización de la crisis y por una interpretación apolítica de las
causas y efectos. En vez de debates políticos, lo que gana importancia es el
conocimiento experto, la mediación de intereses y la gestión del cambio.
Mientras que en las políticas oficiales de adaptación predominan estrategias
tecnológicas y medidas para mejorar las bases de datos sobre las
transformaciones ambientales futuras, desaparece el contenido político real de
la vulnerabilidad y de los procesos de adaptación. Pero los procesos de
adaptación son inherentemente procesos conflictivos, en los cuales se dan
disputas sobre quiénes tienen y regulan el acceso al agua, a la tierra, a los
bosques, etc., y quiénes determinan las formas y las prácticas de uso de estos
recursos.
Contra el grupo de los llamados
“escépticos”[1], creemos que no se trata
simple o solamente de una mera especulación o de una eventual amenaza futura.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC/IPCC)
establece que el calentamiento global es “inequívoco”[2].
No cabe duda tampoco que sus efectos patentes –aumento progresivo en los
niveles de temperatura y del mar, crecientes fenómenos climáticos que azotan a
comunidades y ecosistemas, acelerada degradación medioambiental que amenaza el
suministro de agua y alimentos, entre otros– representan una amenaza global no
sólo para la economía sino para la propia subsistencia humana en el planeta.
Por lo tanto, el cambio climático implica una clara amenaza a la soberanía
alimentaria de los pueblos.
Por su parte la economía verde es
presentada como la gran solución cuando en realidad, con sus diferentes
mecanismos, representa una despolitización del debate sobre las causas y
consecuencias del calentamiento global y acaba, por lo tanto, convirtiéndose en
pura propaganda sobre las “oportunidades” para cambiar mientras se hacen
grandes negocios climáticos.
Pero el problema del hambre es tan
antiguo como la humanidad. A lo largo de los siglos, la escasez de alimentos,
la desnutrición y las hambrunas han asolado y diezmado a numerosos pueblos en todo
el mundo, provocando diversos conflictos, guerras y migraciones forzadas. En
algunos casos, las causas se han debido a factores climáticos, en otros son
producto de decisiones políticas y económicas.[3] Entre
estas últimas, se destaca la hambruna acaecida en Irlanda en 1846 debida al
monocultivo de papa de una sola variedad, que resultó ser susceptible a la
enfermedad denominada “tizón tardío de la papa”. Este alimento era la base de
sustento de toda la población, y la enfermedad afectó a prácticamente todos los
cultivos de papa del país, provocando la muerte y la migración en masa de los
sobrevivientes, en especial hacia el continente americano.
Actualmente la agricultura industrial
es la principal causa de emisión de gases con efecto invernadero. El uso
creciente de fertilizantes sintéticos y agrotóxicos, la maquinaria pesada que
se requiere para laborar las extensiones de monocultivos, junto con la
deforestación y el alto consumo energético del sistema de distribución y
comercio de alimentos a gran escala (refrigeración, residuos y transporte),
hacen que las corporaciones sean responsables por la mayor parte de las
emisiones. La agricultura industrial está basada en el uso de combustible fósil
y un alto consumo energético. De esta manera se posiciona claramente, junto con
los intereses de la biotecnología y la industria energética, contra los
agricultores y los ciudadanos en general.
Agricultura campesina: respuesta al
cambio climático
Como es conocido, el concepto de
Soberanía Alimentaria fue lanzado por Vía Campesina en 1996 en Roma, durante un
Foro Mundial por la Seguridad Alimentaria que se realizó paralelo a la Cumbre
Mundial de la Alimentación organizada por la FAO. En el momento de su
lanzamiento, la Soberanía Alimentaria fue definida por la Vía Campesina como
“el derecho de cada nación de mantener y desarrollar su propia capacidad de
producir alimentos que son decisivos para la seguridad alimentaria nacional y
comunitaria, respetando la diversidad cultural y la diversidad de los métodos
de producción”. Así mismo declaraba: “Nosotros, la Vía Campesina, un movimiento
creciente de trabajadores agrícolas, organizaciones de campesinos, pequeños y
medianos productores, y pueblos indígenas de todas las regiones del mundo,
sabemos que la seguridad alimentaria no puede lograrse sin tomar totalmente en
cuenta a quienes producen los alimentos. Cualquier discusión que ignore nuestra
contribución, fracasará en la erradicación de la pobreza y el hambre. La
alimentación es un derecho humano básico. Este derecho se puede asegurar
únicamente en un sistema donde la Soberanía Alimentaria esté garantizada” (Vía
Campesina, 1996).
En el documento “Soberanía Alimentaria:
Un futuro sin hambre” (Vía Campesina, 1996), ésta organización campesina
internacional resalta los siete principios para lograr la Soberanía
Alimentaria:
1. Alimentación, un Derecho Humano
Básico
2. Reforma Agraria
3. Protección de Recursos Naturales
4. Reorganización del Comercio de
Alimentos
5. Eliminar la Globalización del Hambre
6. Paz Social
7. Control Democrático
Desde su presentación oficial el
concepto de Soberanía Alimentaria se ha ido enriqueciendo en referencia a
reconocer una agricultura con campesinos, indígenas y comunidades pesqueras,
vinculada al territorio; prioritariamente orientada a la satisfacción de las
necesidades de los mercados locales y nacionales; una agricultura que tome como
preocupación central al ser humano; que preserve, valore y fomente la
multifuncionalidad de los modos campesinos e indígenas de producción y gestión
del territorio rural. Esto implica, además, el reconocimiento al control
local/autónomo de los territorios, bienes naturales, sistemas de producción y
gestión del espacio rural, semillas, conocimientos y formas organizativas.
Existen innumerables situaciones que
demandan cambios, en el ámbito de la minería, de las grandes obras, en la
agricultura, entre otros. A partir de la agricultura un camino posible para
enfrentar y revertir el cambio climático es la agricultura campesina de base
agroecológica, que preserva la biodiversidad, produce alimentos, preserva y
produce agua, produce cultura, habita y defiende los territorios y genera
muchos puestos de trabajo.
La agricultura campesina es un modo de
ser, de vivir y de producir en el campo. Está basada en el trabajo familiar, a
partir de una base de recursos bajo control campesino (tierra, agua, energía y
biodiversidad), es realizada en una relación fuerte con la naturaleza
(co-producción), busca incesantemente una autonomía relativa en el proceso de
producción y coloca el foco en las necesidades de la familia campesina (mejora
de las condiciones de vida y disminución del trabajo pesado).
De acuerdo a un estudio realizado por
GRAIN, en el mundo, el 92,3% del total de unidades agrícolas son campesinas o
indígenas y ocupan solamente el 24,7% del total de las tierras. Probablemente
el 90% de las familias campesinas e indígenas sobreviven con menos de 2
hectáreas y al menos la mitad de ellas con menos de una hectárea por familia!
En América Latina el 80,1% de las unidades agrícolas son campesinas o indígenas
y ocupan sólo el 19,3% de las tierras. Además, el estudio de GRAIN indica que
casi la mitad de la población mundial, unos 3 mil millones de personas, son
campesinas e indígenas y producen alrededor del 70% de los alimentos, por eso,
no se trata de un sector marginal.
La agricultura campesina, de base
agroecológica, biodiversa, poco dependiente, adaptada a las condiciones de
suelo y clima, productora de alimentos, agua y cultura, protectora de la
biodiversidad y de los territorios, es la única capaz de alcanzar la soberanía
alimentaria y dar respuestas al cambio climático.
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Valter Israel da Silva y Facundo Martín son miembros de
la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y Vía
Campesina.
Fuente: Artículo
publicado en la edición de abril 2016 de la revista América Latina en
Movimiento (No. 512) de ALAI, titulada “Por los caminos de la
soberanía alimentaria”.
[1] Se denomina como “escépticos” al grupo de científicos que consideran que
la trayectoria creciente de la curva de carbono no se debe a la acción humana,
sino que la misma obedece a ciclos naturales mucho más largos y que exceden de
lejos la posibilidad de incidencia humana reciente. Ver Baldicero Molion, Luis
Carlos (2014) Alarme Falso: O mundo não esta em ebulição!,
en Da Veiga, José Eli (Org.) O Imbroglio do Clima,
Senac, Brasil.
[2] El IPCC, por sus siglas en inglés Intergovernmental Panel on
Climate Change, fue establecido en 1988 por la Organización Mundial
Meteorológica (WMO) y el Programa de las Naciones Unidas para el Ambiente
(UNEP) para proveer información imparcial sobre el cambio climático (no realiza
ninguna investigación ni monitoreo climático). Habida cuenta de la cantidad de
científicos y expertos involucrados y la cantidad de países que intervienen, se
trata de documentos que marcan tendencia en la discusión mundial sobre el
cambio climático. Y si bien es cierto que no son aceptados de manera unánime,
los informes expresan las principales corrientes de pensamiento y del abordaje
concreto de la cuestión del cambio climático. La manera en la que el IPCC
funciona tiene relevancia más allá de los aspectos formales, por cuanto
cristaliza buena parte de la gobernanza mundial del cambio climático y
constituye la arena en la que se juegan las distintas valoraciones que se les
otorgan a unos y otros saberes, la preeminencia de unas disciplinas sobre otras
y los juegos internacionales y sectoriales de poder en la construcción de las
hegemonías sobre un tema tan disputado. Ver www.ippc.org
[3] En este aspecto es elocuente el gran trabajo de Mike Davis (2002)
“Holocaustos Coloniais. Clima, fome e imperialismo na formação do Terceiro
Mundo” Editora Record, Rio de Janeiro.