Geodisio Castillo
Cuando vamos al nainu para cultivar, al remover el suelo nos damos cuenta de la gran biodiversidad que hay en el suelo. Las lombrices (nusbissu) que encontramos desempeñan su rol, suavizan y mejoran el suelo con materias orgánicas que desechan, igual el papel que juegan las hormigas (igli) con sus desechos. Estos microorganismos nos alimentan, nos protegen del cambio climático y hasta de las enfermedades. Es decir, mantienen en su lugar las enfermedades para que no lleguen a los humanos. Entonces, su protección, conservación y uso sostenible es fundamental.
Según un nuevo informe publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)[1], señala que los suelos son una de las principales reservas mundiales de biodiversidad y albergan más del 25% de la diversidad biológica del planeta. Los microorganismos, a través del suelo promueven e incrementan la producción alimentaria, mejoran las dietas nutritivas, la salud humana, recuperan sitios contaminados, la filtración, la degradación, prevención y eliminación de plagas y patógenos, y combaten el cambio climático, pero su contribución permanece en su mayor parte ignorada.
Existe mucha variedad de microorganismos debajo del suelo, comprende hongos, bacterias, nemátodos, actinomicetos, algas, virus, protozoarios, son complejos ecológicos, microhábitats. El papel de los macros y microorganismos es transformar los compuestos orgánicos e inorgánicos que liberan nutrientes de manera tal que las plantas pueden alimentarse. Además, los suelos son el reservorio de carbono más importante del planeta, después de los océanos, y, por tanto, esenciales para mitigar el cambio climático global.
Por otro lado, todos sabemos que el uso indebido o excesivo de agroquímicos en la agricultura occidental es el principal factor de pérdida de biodiversidad[2] y, por lo tanto, reduce el potencial del suelo para lograr obtener una agricultura sostenible o ecológica y una mayor seguridad alimentaria. Y no solo eso, también tenemos y lo martillamos, la deforestación, monocultivos intensificados ubicados en el trópico con alta precipitación a lo largo del año, lo que favorece el desarrollo de plagas y enfermedades, incendios forestales, construcciones de barriadas, entre otros, hacen que la materia orgánica del suelo se pierda cada día, que el suelo se acidifique, salinice, se degrade, se erosione.
Poco a poco, el mundo occidental reconoce que hay que aprender de nuestro pasado, de los pueblos indígenas, que, durante generaciones, han sostenido el suelo produciendo alimentos y medicina. Su conocimiento tecnológico basado en unos saberes únicos ancestrales, reconoce el valor ambiental y sentido de identidad cultural, las buenas prácticas agrícolas-forestales y métodos de preservación de los ecosistemas. Son sistemas agrícolas propios, como nuestro sistema de producción agroforestal de nainu familiar. Algún día nuestro sistema será parte importante de los sistemas de patrimonio agrícola mundial (SIPAM). Se trata de sitios agrícolas en los que las comunidades locales utilizan su entorno y recursos naturales respetuosamente y se desarrollan en armonía con la naturaleza[3].
Un ejemplo es el cultivo orgánico y ecológico observado en nuestra comarca Gunayala, es el sistema de producción de massunnad (plátano) armonioso con el ambiente y que ha demostrado su capacidad adaptativa y más resiliente ante los efectos negativos del cambio climático.
La producción de massunnad y wagmadun o wamadun (banano) es a pequeña escala, cada agricultor gunadule lo cultiva de una manera diferente y, de forma ecológica. La gran mayoría integran al cultivo otros cultivos, como siagwa (cacao), ogob (coco), gaa (ají picante), narassole (limón), cultivos menores como moe (zapallo), gwalu (camote), leguminosas como gabidubaled (frijol terciopelo o abono), que se producen de manera totalmente orgánica y bajo labranza cero o siembra directa[4]. Un sistema que casi no deteriora el ecosistema sin remover el suelo, al emplear técnicas agroecológicas que impulsan la conservación del suelo y el agua, la adición de materia orgánica en el suelo, control biológico de enfermedades y plagas, y con ello el aumento de la biodiversidad, entre otros beneficios. El sistema se complementa con la memoria biocultural[5], es decir, la necesidad de valorar la relación hombre-madre naturaleza, que se refiere a la conexión entre la diversidad biológica y la diversidad cultural de los pueblos indígenas desde su pasado hasta la actualidad.
Si seguimos practicando nuestro sistema de producción de nainu familiar, innovándolo, estaremos ayudando a no degradar el suelo de la Comarca y seguir alimentándonos y enfrentando a la pandemia Covid-19. Porque a nivel global los suelos se están degradando a gran velocidad. Estaremos contribuyendo con los organismos del suelo como las lombrices, los nemátodos y otros microorganismos al funcionamiento del suelo y de ahí, a mantener viva a la Tierra Madre[6].
[2] Las aplicaciones frecuentes y en gran cantidad de
agroquímicos, entran en contacto con el suelo y las aguas superficiales y
subterráneas, en consecuencia, presenta una alta huella de carbono.
[4] La labranza cero o siembra directa, conocimiento
ancestral del pueblo gunadules y de los pueblos hermanos indígenas, hoy se
define como un conjunto de técnicas utilizadas en la agricultura de
conservación, con el fin de mejorar y hacer sostenible la producción agrícola
mediante la conservación y mejora de los suelos, el agua y los recursos
biológicos.
[5] Toledo, V. M., Barrera-Bassols, N., 2008. La
memoria biocultural. la importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. Icaria-editorial.
Perspectivas agroecológicas. 232 p.
[6] The global-scale distributions of soil protists and
their contributions to belowground systems. - https://advances.sciencemag.org/content/6/4/eaax8787