28 de septiembre de 2022

Colonialismo climático

Por Silvia Ribeiro*

La receta es vieja y fallida, pero no se cansan los grandes contaminadores de usarla. En lugar de reducir las emisiones de gases que causan el caos climático, pagan a alguna comunidad o ejidatarios para que sigan cuidando su bosque o a otros actores para que planten monocultivos de soya, palma aceitera y otros cultivos, lo cual supuestamente absorbe dióxido de carbono y compensa que las empresas sigan contaminando.

Un reportaje de Max de Haldevang de Bloomberg, reveló que la petrolera BP –intermediada por la ONG Pronatura México y el World Resources Institute de Estados Unidos– pagó sumas miserables para que campesinos en 59 comunidades de Veracruz entraran en un programa de mejorar sus bosques. BP se hizo así con 1.5 millones de créditos de carbono en 200 mil hectáreas, que puede vender por 4 veces o más el valor pagado a las comunidades ( https://tinyurl.com/37ttvrs4). No extraña, como titula el reportaje de Bloomberg, que estas operaciones y los mercados de carbono conexos sean la solución favorita de Wall Street para el cambio climático ( https://tinyurl.com/3hswnxcc).

Complementariamente, la secretaría del ambiente (Semarnat) se sentó en junio de 2022 con varias instituciones intermediarias de los intereses de grandes empresas contaminantes, para discutir cómo afirmar los mercados de carbono voluntarios en México. De la forma más cínica imaginable, Semarnat llamó justicia climática a esta nueva forma de colonialismo ( https://tinyurl.com/47zhnztk).

Ni esos esquemas ni los mercados de carbono han funcionado para enfrentar el cambio climático, al contrario, lo empeoran justificando que continúe y aumente la emisión de gases que lo provocan. Las trasnacionales renuevan la receta con diferentes nombres porque es un tremendo negocio: pagan un poco a comunidades y agricultores y luego revenden los bonos o créditos de carbono que teóricamente generan en esas áreas, multiplicando muchas veces la suma inicial. Sin hacer nada, aumentan sus ganancias. Además, se pintan de verde y afirman que van a la neutralidad climática, o que tienen emisiones cero netas. Conceptos que las organizaciones que realmente trabajan por la justicia climática han llamado La gran estafa, porque es la vía de los grandes contaminadores para retrasar, engañar y negar la acción climática( https://tinyurl.com/mvxymh8p).

México ha sido pionero de estos esquemas coloniales desde hace dos décadas, primero con pagos por servicios ambientales forestales e hidrológicos, financiados por sucesivos gobiernos con dinero público, luego con el programa REDD+ (Reducción de Emisiones por Degradación y Deforestación) y otros. El papel de los gobiernos fue y sigue siendo abrir, facilitar y subsidiar estos esquemas. El negocio corporativo es vender los bonos generados en los mercados secundarios de carbono, de emisiones, o de compensaciones por biodiversidad.

Un comentario que surge a veces es que no aportan a evitar la deforestación (o el cambio climático, o la pérdida de biodiversidad), pero al menos pagan algo a las comunidades. Pero ese pago que parecía no tener consecuencias, en realidad en muchos casos significó expropiar de hecho bosques y territorios de las comunidades, que ya no pueden decidir por sí mismas cómo usarlos, porque deben seguir lineamientos de certificadores externos para verificar los bonos supuestamente generados. Han creado abundantes conflictos dentro y con otras comunidades (Ver análisis de Ceccam  https://ceccam.org/node/548 y  https://www.ceccam.org/node/1653).

Nada de esto ha contribuido a frenar el cambio climático, pero además de las ganancias corporativas, también les da dinero las grandes ONGs de conservación que intermedian los proyectos, como Conservación Internacional, The Nature Conservancy, Pronatura México y similares.

Hay ahora renovada expectativa de las corporaciones por los nuevos mecanismos de mercado en Naciones Unidas, donde las empresas presionan para que además de bosques, se incluyan suelos agrícolas, mares y técnicas de geoingeniería para absorber carbono. Sin esperar a los mercados formales y regulados de Naciones Unidas, ya de por sí dañinos, las empresas ya avanzan el negocio turbio, no regulado, no transparente, que no rinde cuentas y es muchísimo mayor, de los mercados voluntarios de carbono.

El avance de ese mercado voluntario es lo que la Semarnat se sentó a conversar con instituciones privadas que esperan sacar una gran tajada de estas transacciones, las verificadoras, certificadoras e intermediarias. Por ejemplo, la verificadora VERRA, que tiene entre sus asesores a las petroleras Shell y BP. También la ONG Climate Action Reserve, que tiene en su directorio a IETA, la organización internacional de las corporaciones para promover mercados de carbono. Y otras, todas las cuales comparten intereses corporativos.

El tema es muy grave tanto por los impactos y despojos a comunidades y campesinos, como por la privatización de hecho de ecosistemas, biodiversidad y ahora también suelos agrícolas. Es además una trampa letal para no actuar frente al cambio climático, que nos afecta directamente a todas y todos.

* Investigadora del Grupo ETC

Fuente: La Jornada

¿Quién gana con la agricultura de carbono?

Por Silvia Ribeiro*

Con la crisis climática, una nueva frontera empresarial es la conquista de suelos y tierras agrícolas para usarlos como sumideros de dióxido de carbono. Es también otra forma de controlar a campesinos y agricultores y una amenaza a la soberanía alimentaria.

Las mayores empresas globales en agricultura y alimentación han establecido programas para este fin, al que llaman agricultura de carbono. Por ejemplo, las de semillas y agroquímicos como Bayer-Monsanto y Corteva, de fertilizantes como Yara y Nutrien, de maquinaria como John Deere incorporaron a sus plataformas digitales formas de enrolar e incluso pagar a agricultores, para que hagan cambios que puedan ser clasificados como agricultura que secuestra carbono.

No es que de pronto les haya entrado conciencia social, ambiental o climática, es otra forma de aumentar sus ganancias. Explico en otro artículo (Colonialismo climático) que la limitada suma que pagan a quienes cuidan bosques y campos, es porque sus actividades pueden generar créditos de carbono, que luego las empresas pueden vender por muchas veces el valor pagado inicialmente. Además, justifican seguir con sus actividades contaminantes, por lo que mantienen y aumentan el caos climático ( https://tinyurl.com/5n76zhra).

Los campos y suelos agrícolas que no son maltratados por agricultura industrial, contienen carbono y pueden hasta cierto grado, absorber más. Son un factor fundamental para prevenir el cambio climático. Pero siendo ecosistemas vivos –como bosques, manglares y otros– si se rompe el equilibrio de suelos sanos con agrotóxicos, fertilizantes sintéticos y maquinarias, también emiten carbono. No existen formas exactas de medir los intercambios gaseosos en la tierra –ni en bosques y mares– y mucho menos la permanencia a largo plazo del carbono. Esta es una de las razones por las que no se los puede integrar a los mercados de carbono. A contrapelo de esto, las trasnacionales agrícolas han desarrollado sus propios métodos, en connivencia con la nueva industria de empresas de medición, certificación y verificación de carbono, que teóricamente miden el carbono que se absorbe. Aún si así fuera, no pueden garantizar que va a permanecer allí –un simple cambio de manejo puede liberarlo nuevamente al ambiente. Como hacen acuerdos por unos pocos años y a las empresas no les importa lo que pase después, usan estas bases altamente dudosas. No existen criterios aceptados en la ONU, a menudo las empresas verificadoras están ligadas a las empresas que compran y venden créditos de carbono.

Estas formas de medición y certificación se basan en sistemas digitales, por lo que los gigantes de agronegocios ofertan sus programas de carbono en conjunto o como parte de sus plataformas digitales para el agro, lo cual aumenta a su vez la adhesión a éstas y también el control y dependencia de los agricultores ( https://tinyurl.com/y6pj9w3k).

Por ejemplo, Bayer-Monsanto adosa a su plataforma FieldView, el proyecto Pro Carbono; Corteva, el programa Carbono a sus plataformas de soluciones digitales; Basf, su Programa global de agricultura baja en carbono, y así con las demás.

Los agricultores deben pagar para obtener de esas plataformas una visión digital del campo. Se supone que les devuelven información sobre diferencias de humedad, potenciales plagas, manejo de fertilizantes, agrotóxicos, etcétera. La posibilidad de cobrar por créditos de carbono es un incentivo para engancharlos al paquete digital. Los programas de carbono dan instrucciones para practicar lo que llaman agricultura de conservación de suelo, rotación de cultivos, siembra de cobertura y consejos de fertilización.

Esas prácticas son en general benéficas en un marco de agricultura agroecológica y campesina, que es un tipo que retiene el carbono naturalmente. Los programas empresariales no cumplen con esto, sino que en el paquete recetan por ejemplo sus agrotóxicos, fertilizantes que llaman verdes porque dicen haber producido con energía renovables, fertilizantes basados en microbios transgénicos, etcétera. Bayer, por ejemplo, aconseja para cuidar el suelo la siembra directa, técnica que Monsanto creó para la soya transgénica y que no mueve mucho el suelo, pero usa potentes agrotóxicos al sembrar la semilla. Todo esto implica un ejército de expertos externos que tienen que controlar, verificar, etcétera, y de hecho pasan a decidir sobre el manejo de los campos.

La Vía Campesina, en colaboración con Héléne Tordjman publicó un informe muy útil sobre lo que ya ven de la aplicación de agricultura de carbono en Europa: Se trata de un mecanismo extremadamente complejo, en el que intervienen muchos expertos y consultorías caras para intentar normalizar un sistema agrícola que sólo puede hacer más daño. Implica una enorme recopilación de datos de las y los campesinos y restringe su autonomía. Las verdaderas soluciones a los problemas que plantea la agricultura industrial se encuentran en la promoción de una verdadera agroecología campesina, que tenga en cuenta no sólo los aspectos ecológicos o climáticos de la alimentación, sino también los sociales, culturales, económicos y políticos. Requiere un enfoque multifacético y holístico de los sistemas agrarios en su conjunto, y no puede resumirse en un catálogo de prácticas (ECVC, 24/3/22,  https://tinyurl.com/2p8ust4m).

* Investigadora del Grupo ETC

Fuente: La Jornada


7 de septiembre de 2022

Las áreas naturales protegidas del mundo son demasiado pequeñas y aisladas

Por: David Williams – Lecturer in Sustainability and the Environment, University of Leeds | 

Publicado: 28.07.2022

Para prevenir una ola de extinciones en las próximas décadas necesitamos reducir en gran medida la huella global de la humanidad y combinar esto con áreas protegidas bien administradas, bien ubicadas, conectadas y que sean lo suficientemente grandes.

Los gobiernos del mundo negociarán este año una serie de objetivos en respuesta a la crisis mundial de biodiversidad que ya ha llevado a una pérdida masiva de la vida silvestre del planeta. Si bien ninguna de las metas anteriores acordadas en 2010 se ha cumplido, la que obtuvo la mayor publicidad, y posiblemente la que más cerca estuvo de concretarse fue la meta 11. Su objetivo era que:

  • Para 2020, al menos el 17% de las áreas terrestres y de aguas continentales y el 10% de las áreas costeras y marinas se conserven a través de sistemas de áreas protegidas gestionados de manera efectiva y equitativa, ecológicamente representativos y bien conectados.

Estas «áreas protegidas» pueden variar desde enormes áreas estrictamente protegidas como los parques nacionales de los Estados Unidos, hasta los paisajes muy utilizados de los parques nacionales del Reino Unido o pequeñas reservas naturales urbanas.

Las áreas protegidas pueden detener o ralentizar muchas de las fuerzas que amenazan la biodiversidad, como la pérdida de hábitat, la caza, la contaminación y han sido un pilar de la conservación mundial durante décadas.

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En agosto de 2020, alrededor del 15% de la tierra del mundo había sido protegida. Esto estaba por debajo del objetivo, pero había suficientes compromisos específicos para apurar al mundo a realizar actividades que apuraran el proceso.

En muchos sentidos, este es un logro increíble y quizás el cambio coordinado más grande y rápido en la gestión de la tierra de la historia.

Buey almizclero: uno de los pocos mamíferos que viven en el parque nacional más grande del mundo en Groenlandia. Fitawoman / shutterstock

Sin embargo, para que las áreas protegidas sean efectivas deben estar en el lugar correcto y deben ser lo suficientemente grandes como para mantener vivas las poblaciones de especies silvestres.

Cientos de pequeñas reservas separadas por tierras de cultivo inhóspitas pueden ayudarnos a alcanzar el objetivo del 17%, pero no detendrán las extinciones. Entonces, ¿cómo se compara nuestra red actual? ¿Es suficiente para evitar que las especies se extingan?

La mayoría de los animales están desprotegidos

Diversos expertos, incluido yo, abordamos recientemente esta pregunta en un estudio recientemente publicado en la revista PNAS.

Observamos 3.834 especies de mamíferos terrestres (todas aquellas con datos disponibles) y estimamos qué tan grande podría ser teóricamente una población que cada área protegida en el mundo podría soportar (técnicamente, también agrupamos áreas protegidas adyacentes, ya que los animales pueden moverse entre ellas).

Comprender cuántos individuos podrían sobrevivir en cada área es vital porque las poblaciones pequeñas simplemente no duran mucho tiempo: por debajo de un cierto tamaño son mucho más vulnerables a ser aniquiladas por enfermedades, endogamia, incendios, caza furtiva o incluso simplemente ser víctimas de fluctuaciones naturales en los números.

Para hacer esto, combinamos bases de datos globales sobre dónde viven las especies animales y dónde se encuentran las áreas protegidas del mundo, con estimaciones específicas del sitio y la ubicación de la densidad de población (cuántos rinocerontes, o musarañas, obtienes por kilómetro cuadrado).

De manera preocupante, encontramos que miles de especies no parecen estar adecuadamente protegidas. Dependiendo de los criterios exactos utilizados, estimamos que al menos 1.536 especies (40% de las que observamos), y tal vez hasta 2.156 (56%), tenían diez o menos poblaciones protegidas que probablemente sobrevivirían a largo plazo.

Las pequeñas áreas protegidas, como esta en Londres, solo pueden soportar pequeñas poblaciones de la mayoría de los mamíferos. Cualquier especie que no pueda sobrevivir en el entorno urbano alrededor de la reserva podría correr el riesgo de extinción. Triángulo de Gunnersbury LWT, CC BY-SA

Estas especies poco protegidas se encontraron en todos los continentes, en todos los grupos de especies que observamos e incluyeron algunos de los mamíferos más pequeños del mundo, así como algunos de los más grandes.

Quizás lo más preocupante es que el 91% de los mamíferos amenazados del mundo, muchos de los cuales ya son el foco de los esfuerzos de conservación, estaban subategidos y cientos de estas especies parecen no tener poblaciones protegidas viables en absoluto.

Estas especies están en grave riesgo de disminución o extinción de su población, ya que el hábitat fuera de las áreas protegidas está bajo una presión cada vez mayor.

Además, estos números representan el mejor de los casos. En realidad, las áreas protegidas solo son efectivas si están bien administradas, y la mayoría simplemente no tienen los recursos.

¿Qué funciona?

Nuestro trabajo sugiere que lo más importante no es el porcentaje total del mundo que está protegido, sino que poner énfasis en que la protección esté en los lugares correctos y que las áreas protegidas sean lo suficientemente grandes o lo suficientemente bien conectadas con otras áreas para apoyar a las poblaciones con la idea de que sobrevivan a largo plazo.

Si esto no se lleva a cabo, entonces solo están retrasando lo inevitable y las especies continuarán perdiéndose, se cumplan o no los objetivos de superficie de áreas protegidas establecidos.

La expansión o reubicación de las áreas protegidas del mundo conlleva riesgos muy reales para el bienestar humano. Estas áreas se basan en impedir que las personas hagan cosas: cortar árboles, cazar ciertas especies, minar o cultivar.

Esto es lo que los hace tan valiosos para la biodiversidad, pero impone un enorme costo a la población local. Muchas áreas protegidas tienen una historia de colonialismo, expulsiones forzadas y el empobrecimiento o la privación de derechos de los pueblos locales y particularmente indígenas. Cualquier expansión futura tiene que ser justa para estas personas.

La expansión también sólo va a ser posible si reducimos la demanda humana de tierras. Las áreas protegidas van a ser cada vez más importantes a medida que el creciente consumo humano pone la tierra desprotegida bajo una presión cada vez mayor.

Ampliar la superficie de áreas protegidas es como tratar el síntoma de una enfermedad, pero también tenemos que tratar la causa raíz. Sin cambios rápidos hacia dietas más saludables y ricas en plantas, reducciones en el desperdicio de alimentos y aumentos sostenibles del rendimiento de cultivos simplemente no habrá suficiente tierra libre para proteger.

La biodiversidad del mundo está en serios problemas, y parece poco probable que nuestro sistema actual de áreas protegidas la salve.

Para prevenir una ola de extinciones en las próximas décadas necesitamos reducir en gran medida la huella global de la humanidad y combinar esto con áreas protegidas que estén bien administradas, bien ubicadas y que sean lo suficientemente grandes.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation y re-publicado bajo licencia Creative Commons. Puedes leer el artículo original en el siguiente link.

 

Fuente: https://www.eldesconcierto.cl/bienes-comunes/2022/07/28/las-areas-naturales-protegidas-del-mundo-son-demasiado-pequenas-y-aisladas.html