MIGUEL
A. ALTIERI
Muchos campesinos de América Latina consideran que sus
agroecosistemas no solo están compuestos por especies y variedades de cultivos,
sino que son parte de un sistema más amplio de uso de la tierra, el cual
incluye a las plantas silvestres dentro y fuera de sus campos. De hecho, muchos
grupos indígenas han desarrollado sus propias etnobotánicas y reconocen más de
1 000 especies de plantas vasculares. Por ejemplo, para los indígenas
p’urhépecha del lago de Pátzcuaro, México, la recolección de plantas silvestres
es parte de un sistema de subsistencia complejo (Caballero y Mapes, 1985);
ellos usan más de 224 especies de plantas silvestres y naturalizadas como
alimento, medicina, forraje y combustible. En Honduras central, los indios
jicaques usan más de 45 plantas locales para sus necesidades domésticas. De hecho,
sus sistemas de roza, tumba y quema espacian las parcelas de maíz lo suficiente
dentro del bosque, de manera que cuando los jicaques viajan entre campos de
maíz, aprovechan para recolectar plantas silvestres en los bosquetes
intermitentes.
Manejo y uso de los quelites
A pesar de
que las “malezas” pueden potencialmente reducir los rendimientos mediante la
competencia con los cultivos, ciertas malezas son consideradas útiles y son
“auspiciadas” deliberadamente y se las deja asociadas a los cultivos, lo que
incrementa la diversidad vegetal del agroecosistema.
Mediante la
práctica del campo “no limpio” muchos agricultores incrementan el flujo de
genes entre cultivos y sus parientes silvestres, lo que representa un proceso
de domesticación progresiva. Los agrónomos convencionales usualmente consideran
este “deshierbe relajado” como una consecuencia de la falta de mano de obra o
simplemente del mal manejo. Pero un examen más cuidadoso revela que ciertas
“malezas” son manejadas y estimuladas en los campos si sirven para algún propósito.
En el trópico de Tabasco, México, existe un sistema único de clasificación de
“plantas no cultivadas” basado en su uso potencial, por un lado, y en los
efectos sobre el suelo y el cultivo por el otro. De acuerdo a este sistema de
clasificación, los campesinos reconocieron 21 plantas en sus milpas como “mal
monte” y 20 como “buen monte”, las cuales sirven como alimento, medicinas, tés,
para ceremonias y para mejorar el suelo (Chacón y Gliessman 1982). En muchas
partes de Mesoamérica, los Andes y los trópicos bajos, los campesinos se
refieren a estas plantas como quelites, arvenses o hierbas.
Los
indígenas tarahumaras o rarámuris de la Sierra Madre Occidental de México,
practican un sistema de cultivo doble: maíz y quelites. En un periodo crítico,
de abril a julio, dependen de quelites tales como las amarantáceas, las
quenopodiáceas y las brassicas, antes de que el maíz, los frijoles, chiles y
cucurbitáceas maduren en el campo, de agosto a octubre. Existen registros de
que los campesinos cosechan entre una a dos toneladas por hectárea de quelites,
los cuales se usan para propósitos culinarios y medicinales. 100 gramos de
amarantáceas, brassicas o quenopodiáceas proveen suficientes vitaminas A y C,
así como riboflavina y tiamina para satisfacer la cantidad diaria recomendada
(RDA por sus siglas en ingles) para una persona. Dos especies de amarantáceas (A. hypocondriacus y A. cruentus) tienen entre 15 y 18% de proteína en sus semillas,
las que se usan en México para elaborar un confite llamado “alegría”. Sus
hojas, como también las del epazote (Chenopodium
ambrosioides) se colocan en las quesadillas para sabor extra, pero también
enriquecen la dieta con hierro. En Tlaxcala, México, los productores de maíz
realizan un deshierbe selectivo, permitiendo la proliferación de varias
especies de plantas silvestres de los géneros Solanum, Jaltomata procumbens y
Physalis, los cuales se han adaptado a los patrones tradicionales de
manejo, de tal manera, que sus ciclos de maduración coinciden con el de los
cultivos, facilitando así una cosecha integral. En el mismo estado, en campos
sembrados de cebada se ha calculado una densidad de hasta 4 700 plantas de Solanum silvestre por hectárea las
cuales pueden producir entre 1,5 y 2 toneladas de fruto, sin afectar
negativamente los rendimientos de la cebada (Wiliams, 1985).
Efectos ecológicos de los quelites
Los
agricultores también derivan otros beneficios de la presencia de niveles
tolerables de quelites en sus sistemas. Muchos quelites son parte de la
rotación, en especial especies de leguminosas silvestres (mucuna, sesbania, crotalaria, etc.) que se usan como abono verde, y
otras como el epazote para controlar nemátodos del suelo. Muchos campesinos de
las chinampas de México central incorporan en sus rotaciones quelites como la
verdolaga (Portulaca oleracea) y la
flor de muerto (Tagetes erecta).
Algunas especies de quelites se incorporan al suelo después de la cosecha del maíz y otros cultivos para incrementar la materia orgánica. En las laderas
centroamericanas, muchos campesinos
aún practican el “frijol tapado”, que consiste en sembrar al voleo semillas de una variedad especial de frijol sobre un suelo cubierto por un barbecho de
arvenses no agresivas. Luego cortan
las hierbas con machete y las dejan sobre la
superficie como mantillo o mulch, a través del cual germina el frijol y crece libre de competencia de
malezas y sin peligro de que se
erosione el suelo por el impacto de la lluvia.
En Tlaxcala
se deja una especie de lupinus en el campo como cultivo trampa, pues un insecto
plaga del maíz, el frailecillo (Macrodactylus
sp.), prefiere las flores de este quelite al maíz. Similarmente, en el sur de
Brasil, productores dejan brassica silvestre en los bordes de siembras de
repollo, ya que las plagas de este cultivo (lepidópteros y coleópteros) son
atraídas preferentemente a la brassica por su mayor contenido de aceites de
mostaza, un fuerte atrayente para estos insectos. En Colombia se descubrió que
ciertos pastos (Eleusine indica y Leptochloa filiformis) al sembrarse como
bordes en campos de frijol, repelen al
saltahojas (Empoasca kraemer),
reduciendo así el daño de esta plaga
en el cultivo. Quelites en floración, en especial de la familia de las umbelíferas, actúan como fuentes de alimento para predadores y parasitoides de
plagas, ya que estos insectos benéficos
necesitan polen y néctar para su óptima fecundidad y longevidad. En general, los cultivos diversificados con flores desplegadas en el campo como bordes o
franjas entre cultivos, experimentan niveles mayores de control biológico de
insectos plaga que los monocultivos
(Altieri y Whitcomb, 1979).
Reflexiones finales
Los
campesinos del mundo que aún preservan y cultivan aproximadamente 7 000
especies de cultivos y unos dos millones de variedades, junto a miles de
especies de plantas silvestres que también manejan y utilizan, ofrecen a la
humanidad que solo depende de un puñado de cultivos –50% de la alimentación
mundial se basa en maíz, trigo y arroz– un camino sostenible para una agricultura
diversa y una alimentación integral.
No solo los
quelites incrementan la diversidad nutricional de las familias rurales, sino
que también su presencia y manejo en los sistemas de cultivo puede mejorar la
calidad del suelo, prevenir la erosión y reducir la incidencia de insectos
plagas. En adición, los quelites representan una fuente importante de
diversidad genética ya que muchas especies son parientes silvestres de cultivos
como maíz, frijol, calabaza, chiles, jitomate, etc.
Por supuesto
que los quelites deben manejarse de manera que sus poblaciones no compitan
negativamente con los cultivos, ni tampoco promover especies que sean fuentes
de plagas o enfermedades. El deshierbe selectivo manteniendo especies deseadas
a densidades tolerables, permitir la presencia de ciertas arvenses después del
periodo crítico de competencia, o desplegando los quelites como bordes o
hileras alternas en el campo, son algunas estrategias de manejo que favorecen
el balance en favor de los cultivos, pero que aprovechan los efectos benéficos
de los quelites.
Miguel A. Altieri
Agrónomo, egresado de la Universidad de Chile, obtuvo su
doctorado en Entomología en la Universidad de Florida. Es actualmente profesor
del Departamento de Ciencias del Medio Ambiente, Política y Gestión en la
Universidad de California, Berkeley. El Dr. Altieri es fundador de la Sociedad
Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) y actualmente su presidente
honorario. agroeco3@berkeley.edu
Referencias
-
Altieri, M. A., y
Whitcomb, W. H. 1979. The potential use
of weeds in the manipulation of beneficial insects. HortScience 14(1): 12-18.
-
Altieri, M. A., Anderson,
M. K., y Merrick, L. C. 1987. Peasant
Agriculture and the Conservation of Crop and Wild Plant. Conservation Biology 1 :49-58.
-
Altieri,
M. A., y Trujillo, J. 1987. The agroecology of corn production in Tlaxcala, Mexico. Human Ecology 15: 190-220.
-
Bye, R. A. 1981 Quelities-ethnoecology of edible
greenspast, present and future. J
Ethnobiol. 1:109-123.
-
Caballero,
J. N., Mapes, C. 1985. Gathering and subsistence patterns among the P'urhepecha Indians of
Mexico. J Ethnobiol.
5:31 - 47.
-
Chacón, J. C., Gliessman,
S. R. 1982. Use of the “non-weed”
concept in traditional tropical agroecosystems of southeastern Mexico. Agro-Ecosystems 8: 1-1 1.
-
Williams,
D. E. 1985. Tres arvenses solanáceas
comestibles y su proceso de domesticación en Tlaxcala, México. Tesis,
Master, Colegio de Posgraduados, Chapingo, México.
____________
Fuente: Leguminosas y plantas
silvestres en la alimentación y la agricultura, Leisa Revista de Agroecología,
junio 2016, volumen 32, número 2. pp. 28-29