Los discursos
dominantes sólo cuantifican los impactos monetarios. Las voces de ‘abajo’
exploran otros sentires frente al fenómeno.
Leonardo Rossi
Caída de
la balanza comercial. Falta de dólares. Merma en la recaudación. Algunos de los
tópicos repetidos hasta el hartazgo en medios masivos de un variado tono
editorial en torno a la sequía, su impacto en el ‘agronegocios’
y sus consecuencias. Posibles soluciones: seguros de mayor cobertura para
los productores; promoción de variedades genéticamente modificadas resistentes
a situaciones de estrés ambiental; más recursos públicos como salvataje para
reactivar rápidamente la dinámica del sector.
Los
aportes de la propia dinámica agronómica, hoy víctima, al actual escenario
ecológico; las posibilidades de otros caminos agrícolas; las consecuencias
ecológicas, culturales y sociales de este entramado escasamente son
mencionadas, salvo excepciones, en las que suelen aparecer desconectadas.
La fe ciega en la ciencia hegemónica (con la
biotecnología a la cabeza); la monetización de toda problemática; y la
incapacidad absoluta de dimensionar nuestro umbilical vínculo con las esencias
que nos hacen vida (agua, aire, tierra) se exacerban a niveles suicidas.
Desde
abajo, otras tramas, pulsan y grafían los territorios, se resisten al
‘epistemicidio’ (Boaventura de Sousa Santos) que no cesa, recreado cada día en
técnicos de la bolsa, especialistas en mercados a futuro y comunicadores todo servicio
negador de una vasta historia ecológico-cultural que desafían a los
‘monocultivos de la mente’, que con tanta precisión definiera Vandana Shiva,
acerca de los modelos agropecuarios impuestos a escala global de un par de
décadas a esta parte.
Recrear,
sentir, abrazar voces-cuerpos que marcan el necesario reencuentro con la
tierra, nos pone de frente a una metáfora que se dispara en múltiples sentidos
hasta regresar a una significación tácita: nos enfrentamos a una profunda
Sequía. Sequía de pensares y sentires que deviene indefectiblemente en sequía
de la vida en todo su complejo entramado. Abonar y sembrar el suelo de otras
formas del ser y del conocer es una tarea urgente.
Resistentes al pensamiento crítico
La idea
del desarrollo eterno cala
profunda en los imaginarios colectivos. Referentes sociales, políticos y
culturales de diversas raíces confían en una carrera infinita hacia alguna meta
de inagotables bienes materiales. En materia productiva esto se traduce en una
sangría incesante de la naturaleza.
Vale el
repaso de algunos discursos que circulan de forma fluida acerca de hacia dónde
se corre la frontera mental en busca de soluciones frente a la sequía:
-Poco se
ha hecho en la utilización de herramientas que puedan mitigar el efecto
devastador que una sequía o una inundación pueden provocar, como es el caso de
canales que liberen las cuencas, los seguros multirriesgo o los subsidios
directos a productores para evitar su quiebra.
(Clarín Economía, 25/02/2018)
(Clarín Economía, 25/02/2018)
-“Planteamos
hacer algo para que los productores no queden fuera de la cancha ante el shock
climático”, aseguró a este medio Miguel Fusco, economista de Aacrea. (Clarín
Economía 1/3/2018)
-Si
estuviera en el mercado, la soja resistente a sequía podría aportar casi cinco
millones de toneladas más, o un piso de un 10 por ciento adicional, respecto de
las proyecciones de cosecha que hoy circulan. (La Nación, 9/3/2018)
-“Esta
variabilidad climática llegó para quedarse y para eso debemos contar con un
sistema de seguros para hacer frente a cualquier catástrofe o problema
climático” –Etchevehere–
(Infobae, 13/03/2018)
Como
respuesta, una directa y profunda reflexión que suele repetir Joan Martínez
Alier, economista ecológico: la economía dominante, su teoría, su práctica,
se olvidó de los flujos de energía y materiales, sus orígenes, su finitud.
Las propuestas de las ¿mentes? del ‘agronegocios’ van por más, a como dé lugar,
como si esos suelos y cursos de agua adonde a la soja y al maíz les cuesta cada
temporada más y más su crecimiento estuvieran escindidos de la crisis hídrica,
fenómenos climáticos extremos y reiterados, difusión de nuevas enfermedades,
sistemático aumento de la demanda energética que pone en tensión todo el
entramado sociocultural en el que también, se supone, habitan.
No todo entra en un Excel
Listar las
consecuencias de la sequía abre infinitas posibilidades. Si como dice Arturo
Escobar “‘sentipensar’ con el territorio implica pensar desde el corazón y
desde la mente, o co-razonar”, en esa senda caminan activistas ambientales,
campesinas y campesinos, agrónomos comprometidos con otra agricultura posible
que invitan a desentramar el discurso de que toda pérdida es medible en números
y, de modo preferencial, en dinero.
Luciana
Gagliardo, de la ONG Conciencia
Solidaria, plantea que la sequía implica una “degradación en
términos ecológicos, que representan la debacle de la biodiversidad, la
destrucción de nichos en particular y sus relaciones”, pero en sí es una
problemática que atraviesa de forma circular aspectos como la “calidad de vida
de las personas, la salud, la educación, los derechos humanos, entre ellos el
agua, la identidad, la historia, los modos de producir”.
En ese
hilo, Luis Narmona, técnico de Agricultura Familiar abocado a la agroecología
en Córdoba, aporta: “irrumpe una sensación de frustración en el productor de
alimentos de proximidad, un desaliento de la producción fruti-hortícola”, un
colectivo del que poco y nada se habla en estos casos. En definitiva, dice,
“se pone en riesgo la soberanía alimentaria”, un término no incluido en el
diccionario del agronegocio.
El vínculo entre el modelo agronómico dominante
y las catastróficas imágenes del suelo rural es directo. Lo señalan campesinas
e indígenas rodeados de nuevos desiertos, lo atestiguan las poblaciones
inundadas y las carentes de agua, además de bibliografía científica. Insistir
en esa vía es cuanto menos carente de sensatez.
Celeste
Rumié, de la Coordinadora en Defensa del Bosque
Nativo de Córdoba, reflexiona: “El bosque nativo viene siendo
desplazado por el avance de la frontera agropecuaria, primero por la ganadería
y posteriormente por el monocultivo que desplaza a la misma actividad ganadera
que sigue avanzando sobre los ecosistemas de bosques que nos quedan,
reguladores de las condiciones climáticas, tanto de inundaciones como de
sequías y también incendios”. Entonces, “a más desmonte, se profundizan los
ciclos de sequías e inundaciones”. “La pérdida de bosques nativos y su
función protectora de los vientos desecantes creo que tiene que ver con el
modelo agrícola dominante, y con una cultura que también en su expansión
urbana, primero, tala todo para lotear y luego o no repone o lo hace con
especies exóticas demandantes de alta cantidad de agua”, agrega Narmona.
Para
Gagliardo, habitante de Capilla del Monte, lo que define el modelo de
agronegocios es “una especie de pulsión tanática”, en tanto es una praxis
“incapaz de conectarse con la esencia de lo que la agricultura es que implica
un modo de relacionarse con la tierra, con aquello que da vida”. “Siendo que
la agricultura representa un aspecto fundamental de la cultura, no es casual,
este modelo de producción que des-identifica al hombre del suelo; desarraiga,
en términos simbólicos, y materialmente práctico”, sostiene.
Alimentar y sanar (con) la Tierra
Si algo
brota en los ‘abajos’ es la esperanza. La convicción persistente de otras
vidas-mundos posibles. Galgiardo apunta que además de la crítica central a
quienes hegemonizan discursos y prácticas de los agronegocios, y en sentido
ampliado, del capitalismo neoliberal, debemos enfocarnos “en mutar nuestros
hábitos de consumo, transformar, por ende, los modos de producir, a partir de
‘una vuelta a los orígenes’ pero con todo lo ya aprendido”.
Si el
actual modelo simboliza la extracción máxima de nutrientes y contaminación a
granel de la tierra, Narmona llama a “volver a cuidar el suelo con la lógica de
organismo vivo, recuperar-recrear-crear prácticas de manejo ecológicas para que
pueda almacenar más agua”. Rumié completa la idea: “valorar la agroecología, la
biodinámica, la permacultura, la pequeña escala, los emprendimientos familiares
y comunitarios; autónomos y también las redes con apoyo estatal”. De estas
experiencias, dice, “tan vivas, en todo sentido del término, hay dos puntos que
valoramos principalmente: que producen alimentos sanos, verdaderos,
soberanos, nutricios y el vínculo con el ambiente, con el todo, como siendo
parte de la Tierra”.
En ese
camino, el técnico agroecológico llama además a “recuperar el estrato arbóreo
en el paisaje integrándolo de nuevo en el ecosistema rural y urbano para
obtener los servicios ecosistémicos de protección y regulación hídrica que
ofrece”. Asimismo, apunta a la necesidad de articulación campo-ciudad,
dejando de lado las imaginarias rupturas de ecosistemas que indefectiblemente
están entreverados. Marca así la necesidad de que en los espacios urbanos
“se promueva la cosecha de agua de lluvia a nivel domiciliario para reducir la
presión urbana sobre los acuíferos subterráneos y recursos superficiales
hídricos”.
Para Rumié, “es de vital importancia comprender
el fenómeno de la sequía desde este contexto”, para entender que “preservar los
bienes comunes es auto-preservación y que alimentar el suelo, nos alimenta”.
La tierra
desgajada, teñida de grises pigmentos, nos habla; escribe desde sus profundos
latidos que otros lenguajes son necesarios para con ella; madre de la vida que
aún se resiste a la profunda sequía de emociones que se esparce por su falda.
En susurros, van otras voces recitándole poemas de sanación.
Fuente:
La
Tinta