Elizabeth Alves Pérez
21/12/2018
El sentido de la vida y la convivencia en la historia
En varias oportunidades hemos destacado la importancia del conocimiento
de la historia particular de cada lucha que impulsan las clases subalternas
contra el poder que las oprime; las propias y las de otros pueblos, en
contextos y condiciones diferentes; además, de formas organizativas y sistemas
de gobierno diferentes, que surgieron y van surgiendo al calor de la
confrontación social, particular y general en el desarrollo del capitalismo.
Desde cada realidad se registran experiencias y relatos que permiten valorarlas
y aprender de ellas; de sus aciertos y errores, de sus limitaciones y
posibilidades reales. Experiencias contadas desde visiones contrapuestas e
intereses políticos antagónicos, a lo interno y externo de los Estados-nación y
de los sujetos participantes en dichos procesos sociales. Es posible que se
desconozca más de lo que se conoce de acuerdo al que ejerce el poder de la
comunicación. En estos relatos se tienden a ocultar los éxitos o avances
logrados por los sectores que se oponen al sistema hegemónico mundial y que
son, en definitiva, lo que se constituyen en las grandes enseñanzas; referentes
históricos para continuar con la lucha mientras haya explotación,
discriminación y exclusión social. En la medida en que se impone esta visión
parcelada e interesada se consolida la cultura de la dominación y la sumisión a
nivel global.
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Foto: CELAG
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Por el contrario, cuando nos empoderamos de ese pasado de lucha, desde
una visión crítica reflexiva, transitamos por un camino por el cual es posible
comprender la continuidad de la lucha y resistencia heroica de los movimientos
populares por el cambio histórico social. Proceso cognitivo que permite mirar
al pasado para prefigurar el futuro. No para copiarlo en el cómo y con qué sino
para comprender la razón de la lucha en la que se reafirman las necesidades y
las expectativas frente a un sistema que se mueve bajo la lógica de la
explotación, discriminación y exclusión social de las grandes mayorías para
crecer económicamente, en favor de las élites de poder económico. Por eso, el
interés de robarnos la historia y secuestrar la posibilidad de visualizar un futuro
prometedor construido desde la propia fuerza del pueblo oprimido que se rebela.
La igualdad de derechos y de justicia social sin discriminación, así
como la democracia popular son contrarias al desarrollo capitalista, y sus
conquistas han formado parte de los acuerdos de convivencia social generados
por la lucha de las clases y sectores subalternos que no aceptan ir en contra
de la voluntad de cambio ante la convicción de que perjudica sus condiciones de
vida. Los agentes políticos del gran capital haciendo uso de la
institucionalidad, e incluso abusando de ella, aplican toda forma de represión
y coacción como la única manera de imponer el interés particular sobre el
colectivo. Por eso es en la lucha donde se toma conciencia del presente y la
acción como respuesta a las necesidades y expectativas de hoy; que no son las
mismas de ayer. Aunque tengan la intención subyacente de reproducir la lógica
del capital. La necesidad social no está vacía de contenido, ni de una sola la
manera de comprenderla y de satisfacerla. También, en la lucha se va
descubriendo que las posibilidades políticas hay que crearlas con la fuerza del
propio movimiento y acumularla para convertirla en potencia de cambio. En este
proceso de ruptura de los cimientos del sistema hegemónico y de continuidades
culturales inevitables y temporalmente aceptadas se va comprendiendo el
movimiento de la historia en su permanente dinámica
reproducción/transformación.
A lo largo de estos siglos se han innovado estrategias al interior de los
Estados-nación en el capitalismo para responder a sus propias crisis de modelos
de acumulación de capital y sistemas políticos que lo sustentan. Esto ha
generado una gran tradición de investigación en el propio terreno de la acción
comunitaria en la defensa de sus hábitats y contra toda forma de
dominación-subordinación que le impida decidir sobre su propio destino, poco o
nada reconocido e invisibilizado en tanto va en contra del orden mundial
establecido e institucionalizado. De allí, la importancia de estas
investigaciones sobre el terreno de la lucha para comprender el problema desde
la raíz y sus posibles soluciones sistémicas. En la nueva ortodoxia liberal
burguesa de hoy, la colonización-neoliberal es parte constitutiva del poder
económico y de control hegemónico político-ideológico de la población.
Impone decisiones económicas entre países y al interior de estos que amenazan
sensiblemente la soberanía nacional para elevar el control sobre los mercados
productivos y financieros. Esto implica el incremento de la violencia simbólica
y física del Estado, como institución en su conjunto, hacia sectores
particulares, grupos, comunidades y pueblos, por distintas razones
discriminatorias y excluyentes –étnicas, lingüísticas, religiosas, de género,
sociales o culturales– y que en el fondo revelan el desconocimiento de la
naturaleza pluricultural y de cosmovisiones distintas que coexisten en todas
las formaciones socio-estatales.
Conocer la realidad desde una perspectiva histórico-dialéctica desde lo
concreto permite conocer las posibilidades materiales e inmateriales con la que
cuenta un movimiento organizado para el cambio social de raíz. En la producción
de ese conocimiento va surgiendo un saber social-político superior con visión
de futuro, donde se prefigura la utopía concreta como resultado de la fuerza
del poder popular articulada en tiempo y espacio. Utopía convertida en proyecto
emancipador que se vincula al pasado en el reconocimiento de las necesidades y
expectativas que dan sentido a la razón por la que se lucha, en las que se van
configurando nuevas subjetividades, simbologías e imaginarios, que el presente
va modificando en la propia acción transformadora: El sentido de la vida y de
la cultura que nos mueve y con la que percibimos la realidad y valoramos
nuestra propia fuerza colectiva de cambio. Fuerza popular que en tanto se
amplia y organiza es una manera propia del hacer, de cómo y con qué construir
el futuro, se convierte en potencia transformadora. Se revela la
sabiduría popular de un saber-construir nuevas condiciones de vida, nueva
cultura orientada por un saber-vivir con dignidad y sana convivencia. En un
saber-vivir y convivir por el bien común. Con sentido de pertenencia a una
territorialidad compartida, que va más extendiendo más allá de lo local,
creando nuevas relaciones de solidaridad, de complementariedad y reciprocidad
que incidirán en una nueva correlación de fuerzas en las relaciones de poder;
con relaciones espacio/temporales, distintas a la que impone el poder
colonial-neoliberal de hoy, en la búsqueda de una sana convivencia al interior
de los Estados-nación y a nivel mundial.
La experiencia como herramienta para ampliar el concepto de justicia
social
Las imágenes y las representaciones que nos hacemos de la realidad que
nos rodea están presentes en todos los aspectos de la vida cotidiana y, como
producto sociohistórico son, en sí mismas, portadoras de una multiplicidad de
significados, que van cambiando en el propio transcurrir de la vida en
sociedad. Estos cobran mayor fuerza en su contexto espacio-temporal especifico,
ya que, al expresarlo en los relatos, u otras formas de comunicación, la unidad
dialéctica tiempo/espacio, permite representaciones que adquieren movimiento,
en tanto articulan pasado y devenir histórico, creando una atmósfera especial
que le otorga credibilidad a la posibilidad del cambio. El horizonte creado por
los propios sujetos del cambio orienta su accionar; por tanto, es factible y
modificable en la propia acción social. Desde su propia experiencia de vida y
memoria histórica de lucha continuada.
La experiencia es una
herramienta teórica-práctica para pensar en la objetivación de lo potencial, es
decir, de la transformación de lo deseable a lo posible, a través de sus
distintos modos y niveles de profundidad, dando lugar a que la utopía se
convierta en un proyecto mediante el cual se pretenda imponer una dirección del
presente (Zemelman, 1995:17).
Hablar del saber en la sociedad, y de la cultura que lo envuelve,
nos obliga a comprenderlo desde su dimensión histórico-política y de los
múltiples y variados espacios de la sociedad en la que se desarrolla tanto el
aprendizaje como la producción de conocimiento, convertidos en saberes para el
desarrollo de la humanidad. Desarrollo que hoy se nos presenta con creciente
desigualdad e injusticia social, expresada en la historia de la progresiva
violación del derecho a una vida digna sin discriminación alguna para las mayorías
sociales. Lógica que impone el sistema capitalista a nivel mundial para
mantener los niveles de explotación y de apropiación de los bienes comunes que
compartimos con todos los seres vivos en el planeta. En esta dimensión,
histórico-política, se aprecia la relación dialéctica sujeto-objeto
indispensable para la comprensión crítica de la realidad. Relación entre
sujetos en colectivo que aprenden enseñando, investigan la praxis investigando
desde su propia experiencia y se transforman transformándose a sí mismos y a su
realidad concreta. Donde el aprendizaje de la política y de lo político, así
como de lo social en general, no se puede quedar en lo abstracto, porque parte
de lo concreto y regresa a él. En esta situación interesa comprender, en
particular, cómo durante el proceso de praxis transformadora se va produciendo sabiduría
popular con potencial de cambio, que le da respuesta a viejas y nuevas
necesidades y posibilidades, en un ambiente en contracorriente al poder mundial
constituido.
Más allá de su expresión física, el ambiente debe ser comprendido y
percibido por los sujetos que lo ocupan en un momento determinado, en su
relación político-cultural e histórica; además de socioeconómica que resulta
ser determinante en la cultura hegemónica del capitalismo. Esto le confiere un
carácter político e ideológico al análisis crítico de la sociedad para
comprender estos espacios creados o ambientes intervenidos, desde una
intencionalidad finamente dirigida o por la fuerza de la costumbre, en las que
se imponen o sugieren determinadas relaciones sociales de poder, que garanticen
la continuidad de lo instituido. Relaciones cosificadas en una norma, en una
estructura y organización institucional que regula su funcionamiento orgánico y
su relación con otras instancias de la estructura social, que no admiten la
disidencia. Por eso, es que el rol fundamental sea la represión, la
penalización, incluso preventiva, y la coacción, que son incoherentes con los
principios generales de la democracia que pregona el propio sistema. La
democracia liberal –que es un contrasentido porque se sustenta en la
discriminación y la exclusión social– es, cada vez más, abiertamente golpeada
para reproducir la cultura de la sumisión y de la subordinación en un ambiente
de chantaje psicológico y de crispación social.
Es precisamente este carácter político de la educación, de la formación
social formal e informal, el que nos vincula con las ciencias políticas desde
la acción social, para lograr herramientas de análisis crítico que facilitan comprender
por qué y cómo se produce el sentido común alienado del ser humano,
desde la Escuela y desde otros espacios de formación de los sujetos en
sociedad. Que termina convirtiéndose en el arma más poderosa con la que cuenta
el aparato ideológico del Estado para su preservación y reproducción. El
sistema escolar está fuertemente institucionalizado y normalizado en la
sociedad, a partir de la creencia de que el capitalismo es el único e
inevitable sistema histórico posible de la humanidad. Aunque algunos reconozcan
y critiquen algunas formas de funcionamiento global del capitalismo de hoy,
donde se manifiestan las mayores contradicciones en las relaciones de poder, y
lancen propuestas, que aún no llegan a un consenso, para salir de la crisis del
capital sin negar su esencia reproductiva. Es fundamental recordar aquí, que el
propósito del capitalismo es generar ganancias mercantilizando la fuerza de
trabajo y utilizando el conocimiento como arma reproductiva de la racionalidad
del capital. De ella se desprende la organización y división internacional del
trabajo productivo en complejas redes controladas desde los grandes centros de
poder mundial, hoy concretados en las grandes corporaciones.
De hecho, la Escuela ha centrado su valoración en la mayor modernización
tecnocientífica posible, de acuerdo a la concepción de desarrollo y progreso
propia de la lógica liberal-burguesa. Lógica impuesta por los centros de poder
económico mundial, que termina explicando la visión acrítica frente a su
incidencia política-cultural, que coloca el saber al servicio de la
reproducción del capital y, con ello, atropella la naturaleza social del ser
humano. Atropello que no se puede banalizar cuando presenciamos los mayores
niveles de indiferencia, complacencia y complicidad frente al dolor humano que
se hayan conocido en la historia de la humanidad, creado por el propio sistema
para defender sus intereses privados y particulares. A partir de la cultura del
individualismo y la competencia generalizada entre seres humanos –contraria a
la naturaleza antropológica del ser en sociedad– se alienta un sentimiento
de egoísmo creciente y un darwinismo social para sobrevivir, que pone de
lado el bien común, concientes o no de ello. Cada vez más, se defiende el
interés personal y el derecho privado sobre el colectivo y la posibilidad de
una sana convivencia en armonía y simbiosis con la naturaleza a la que
pertenecemos.
La formación transdisciplinaria –contraria a la que impone la cultura
fraccionalista del capital– permite asociar a la educación, como actividad
humana generalizada en la que todas y todos estamos involucrados de por vida,
con la relación espacio/temporal para comprender la realidad como totalidad
desde dos dimensiones constitutivas e integradas: sobre la naturaleza particular
de cómo se (re)producen y cómo se desarrollan en la praxis social las
relaciones entre los sujetos y de estos con los espacios que le sirven de
escenario a la acción humana. Que en el caso de la sociedad capitalista de hoy
implica la comprensión de las relaciones de poder en el colonialismo-neoliberal
de las últimas décadas del siglo XX y lo que va del XXI, en todos los ámbitos
de la vida, donde la educación ha desempeñado un papel decisivo en la división
del trabajo y del saber. Se ha constituido en una institución poderosa que
funciona como un sistema dentro del sistema general de organización del Estado
en la sociedad capitalista, para que muestre una supuesta “independencia” del
aparato estatal en su conjunto y sea asimilada de forma natural (normalizada)
por la sociedad.
Una formación multidisciplinar, que podría acercarnos a una comprensión
más integrada de la realidad, es contraria a la que propicia el aparato
educativo capitalista, que se orienta hacia la especialización dentro de la
misma área disciplinar, para elevar la productividad de la relación
capital/trabajo asalariado. Integrar tres o más disciplinas, aparentemente
disímiles en un solo saber profesional, no es la típica polivalencia a la que
se le puede explotar mejor; como un tres en uno, que implica la
complementariedad tecnológica para elevar la productividad del trabajo concreto
al que se somete el trabajador o trabajadora en su labor mercantilizada. En
este tipo de organización productiva el trabajo en grupo o individual no
permite la libre expresión de todos los saberes, más allá de lo que demande el
proceso de organización del trabajo productivo con relación al capital. A pesar
de ser un contrasentido capitalista, no es por eso por lo que se oponen a este
tipo de formación, sino por el potencial que genera contar con herramientas
cognitivas abiertas que permitan integrar lo que el capitalismo desintegra.
Unir lo que el capitalismo desune y fragmenta. Comprender lo que el capitalismo
oculta utilizando todas sus armas de supremacía intelectual para potenciar la
supremacía política y económica. Lo que pretende este sistema es mantener a los
seres humanos enfrentados entre sí, en competencia continua, en una intención
permanente de aislarnos de los que nos rodean y del resto del mundo, para que
lo único que tenga sentido sea tener un salario, por más bajo que sea éste y
aunque no esté acorde con las capacidades y potencialidades de cada quien. Es
la cultura del individualismo y la competencia por la sobrevivencia individual
laboral, donde prevalezca el interés personal que emana de la impotencia frente
a la incertidumbre.
De modo que comprender al sistema educativo como parte del aparato
ideológico del Estado, institucional y orgánicamente asociado al sistema de
centros de investigación y difusión del conocimiento científico, a todos los
niveles de la sociedad, en el que se incluye el sistema de medios de
información y comunicación social, permite vislumbrar su importancia
estratégica medular en la reproducción del sistema a nivel de la sociedad. Y,
por tanto, la urgencia de incidir en estos sistemas desde cualquier ámbito de
acción social de resistencia y lucha contra todo lo que nos daña como seres
humanos. La relación de estos sistemas entre sí, en el modelo de Estado
capitalista, permite visualizar, además, de que se trata de superar estructural
y orgánicamente a la institucionalidad capitalista desde sus cimientos, en su
conjunto, y no solo de reducir o minimizar, de forma aislada, las consecuencias
que genera sobre la vida de las personan, de comunidades y pueblos enteros.
Como que si esto fuese posible hacerlo de forma aislada. Esto no cuestiona las
luchas por separado, por el contrario, se reconocen por ser digna expresión de
la rebeldía natural de los sujetos frente a lo que les molesta o les daña, y
juegan un papel invalorable en la formación de la conciencia y de organización
social con altos niveles de autonomía y confianza en la propia fuerza. Solo que
es necesario tomar conciencia de la necesidad de vencer la dispersión de la fuerza
transformadora del poder popular organizado y acelerar la articulación
territorial, indispensable para convertir la posibilidad en potencia real de
cambio significativo en la sociedad mundializada y globalizada de hoy. Como
diría Rosa Luxemburgo (2008:401)
Sólo la
experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos,
efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a luz la
fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados.
Concebir la vida desde esta visión, nos han permitido valorar y
descubrir en la experiencia de otros y otras, además de la nuestra, una
posibilidad de interacción y acompañamiento permanente con intelectuales, de
distintas latitudes, que han publicado sobre la transformación de la sociedad,
en diferentes momentos históricos y campos del saber, para reconfigurar teoría
emergente, en revisión y resignificación continua, a partir de la integración
del saber y la sistematización de experiencias de vida en lucha contra el poder
constituido. Además de comprender que cada esfuerzo implica elevar el
compromiso de continuar estudiando y profundizando en el conocimiento de la
realidad cambiante, en la que surgen nuevas interrogantes y respuestas, que no
somos capaces de anticipar. Así podemos enriquecer con una gran cantidad y
calidad de nuevas experiencias teórico-prácticas de distintos intelectuales en
diferentes ámbitos, en diversos colectivos y movimientos populares que, en las
últimas décadas, han protagonizado experiencias y vivencias de lucha por un
cambio significativo de su realidad, susceptible de teorización y
socialización.
La relación entre el poder externo sobre los territorios, con fines
mercantiles violando los derechos de los que viven en estos espacios, así como
la negación de la historia y las raíces culturales de estos pueblos, solo es
posible comprenderla para poder transformarla profundamente, desde una visión
crítica e histórica-dialéctica de la vida en sociedad como totalidad
orgánica comprensiva. En la que se explican las claves del movimiento de la
historia, como una lucha de intereses contradictorios y antagónicos que definen
el devenir y transversan todos los ámbitos de la vida cotidiana de los seres
que habitamos en este planeta. Creemos que la posibilidad del cambio se va
logrando en la lucha colectiva por transformar el sistema, siempre que exista
un horizonte claro hacia dónde vamos, que oriente la acción concreta sobre la
praxis social y valore en el propio terreno el impacto de las acciones. De esta
manera, se podrán corregir los frecuentes errores que se cometen en el hacer, y
más cuando se actúa en contracorriente y se experimenta una constante presión
para responder con urgencia a las contingencias derivadas de las realidades
vividas, o creadas, que dificultan los avances logrados con independencia del
ataque sistemático del poder imperial y, cuando se aprecian altos niveles de
incertidumbre a lo interno y externo de las fuerzas revolucionarias.
Cuanto más amplio sea
el concepto de justicia adoptado, más abierta será la guerra de la historia y
de la memoria: la guerra entre los que no quieren recordar y entre los que no
pueden olvidar (Santos, 2010:139).
Se trata de crear e impulsar una formación liberada y colectiva, sin
ataduras, donde nos podamos sentir productores y producto de saberes y de
cultura desde nuestra propia praxis de vida. Con conciencia de para qué y por
qué se estudia; qué interesa aprender y a qué saberes le damos prioridad, para
lograr más rigurosidad en el proceso y en los resultados de las investigaciones
realizadas en ella, porque el compromiso no es individual sino de vida en
colectivo, de contribución teórica para la acción, con todas y todos los que
luchan por un mundo con equidad y justicia social. Y al decir esto nos estamos
refiriendo a la mayoría de la humanidad, la que tiene fuerza para luchar y la
que el capitalismo la ha convertido en sobreviviente, sin derechos y sin
oportunidades de vida presente y futura.
Las relaciones de poder sobre el territorio y la vida de los sujetos que
lo ocupan se manifiestan en todos los ámbitos de una sociedad de clases
sociales y, casi de modo imperceptible, se reproducen y se mantienen como
resultado de la alienación del trabajo material e inmaterial. De la
mercantilización y colonización del pensamiento y la acción, que no nos permite
ver para quienes trabajamos, quiénes se benefician socialmente de nuestro
trabajo y cómo nos despojan de la riqueza que creamos. Asimismo, qué sucede con
el producto del trabajo social y desconozcamos las relaciones que establecemos
con los demás que forman parte del mismo proceso social de trabajo, organizado
a nivel internacional de forma casi imperceptible para los distintos colectivos
de productoras y productores directos en cada unidad de trabajo y al interior
de ésta. Tampoco se conoce el origen de las demás fuerzas productivas y
procesos previos y posteriores con los que nos enlazamos en una acción
productiva en cadena, en la que se invisibiliza el origen y destino, tanto como
se pueda. Al punto de reducir la acción a una actividad, casi a nivel de tarea
o micro proceso, en cada unidad productiva desconectada del entorno.
La manera de aproximarnos al conocimiento de la realidad y la relevancia
que se le otorgue a determinadas relaciones o hechos, permitirá apreciar y
comprender la relación básica de organización espacial campo/ciudad, para
llegar a una síntesis en la que se evidencia que ésta es la razón que ha
generado el desarrollo desigual y combinado de la sociedad, al imponer la
organización capitalista a nivel mundial, pasando por encima de las identidades
socio-culturales de las comunidades y pueblos asociadas a los territorios. En
los que cohabitan en relaciones de convivencia con una larga tradición
histórica-cultural de identidad con estos espacios de vida comunitaria. Desde
la lógica del crecimiento económico, desequilibrado y continuo, a favor del
gran capital, también se comprenden los desplazamientos masivos forzados de
pueblos y comunidades enteras, que en la mayoría de los casos no pueden
regresar, a pesar de las condiciones que viven en otros territorios y culturas
que le son ajenas y en muchos casos hostiles. Con estas acciones el sistema
hegemónico está negando el derecho a decidir que tenemos los seres humanos de
cómo organizar la vida en comunidad y de relacionarnos en sana convivencia con
otros pueblos y comunidades. A nivel local, regional y mundial.
El desarrollo de las fuerzas productivas a nivel mundial se orienta por
la racionalidad capitalista que ha hegemonizado por un largo período histórico.
Dentro de este desarrollo el conocimiento ha sido una fuerza de trabajo crucial
para el mantenimiento y preservación de la dominación y hegemonía capitalista a
nivel mundial; para el control del desarrollo tecnocientífico al servicio de
las grandes corporaciones económicas que dominan el planeta. La producción de
conocimiento tiene una importancia política estratégica, ya que la apropiación
de éste garantiza su utilidad mercantil, como lo hace con los demás bienes
culturales y con los recursos de la naturaleza, que hoy evidencian un sensible
agotamiento, como parte de la lógica del crecimiento económico “indetenible”,
que impone la economía del libre mercado. Es imperativo no solo saber sino
comprender cómo se produce la expropiación del conocimiento humano como bien
común de la humanidad y del saber comunal-popular para impedir la creación de
alternativas de cambio sistémico.
La racionalidad capitalista se impone como norma, aceptada casi de modo
natural, para que se viabilice la criminalización del desacuerdo, la
disidencia, la denuncia y de toda creatividad divergente que viene acompañada
de propuestas posibles. Por eso, la judicializa y penaliza a nivel de toda la
sociedad, con gran violencia simbólica, además de física, que termina formando
parte de la cultura de las subjetividades enajenadas, de la obediencia y la
subordinación. Para la lógica de reproducción del sistema capitalista todo lo
que frene o vaya en contra de sus intereses hegemónicos se considera una
amenaza a ser eliminada, desde el mismo momento en que se presuma su
existencia. Por eso se ha impuesto, de forma violatoria de todos los derechos
humanos, la presunción de culpabilidad sin pruebas, o sin evidencias de su
validez, para justificar una acción preventiva de eliminación de líderes y
comunidades enteras, sin demostrar ningún delito o acción subversiva contra
nadie. Impunemente y de modo despiadado se destruyen instalaciones escolares,
centros de salud y espacios públicos, abiertos y cerrados, donde se esté dando
una concentración de personas en una acción civil y en conocimiento de que todo
esto es violatorio de los acuerdos internacionales.
Para que esto sea posible la estructura de dominación del sistema debe
contar con ambientes de aprendizaje, producción y difusión de conocimiento
científico y de medios de información y comunicación masiva, virtuales y
físicos, producidos y controlados por el Estado al servicio de la reproducción
de la lógica de mercantilización de la vida en favor del capital. Lógica que
requiere de la reproducción del sentido común alienado, base de la dominación y
sumisión institucionalizada y normalizada, para hacer la opresión y represión
casi imperceptible, en especial a los sectores que más la padecen. El aparato
ideológico del Estado, desde una visión antidemocrática y una racionalidad
discriminatoria y excluyente, reproduce la cultura de la sumisión y el
conformismo. Despolitiza a la población en general para que sean acríticas del
devenir histórico, incluso en las áreas que más le afectan o atañen; donde el
sistema educativo capitalista juega un papel principal al reproducir los
valores de la supremacía de la clase dominante sobre las mayorías sociales, con
una incidencia vital en todos los niveles etarios y ámbitos de la vida social,
local, nacional e internacional.
En la actualidad presenciamos una lucha hegemónica por el poder mundial
de los mercados con tendencia creciente a la concentración de capitales, sin
precedentes en la historia, y una mercantilización acelerada de los territorios
y la vida cotidiana en general que está destruyendo pueblos y culturas enteras
y a la naturaleza, incrementado la injusticia y exclusión social a niveles
impresionantes en todas las sociedades a nivel mundial. Esto vulnera los
derechos humanos, impide los desarrollos endógenos y reduce la soberanía de los
pueblos a nivel mundial en las decisiones vitales de su existencia. En esta
barbarie resulta imposible ocultar los efectos perversos sobre la vida en el
planeta y de su futuro, aunque la mayoría de la población no entienda por qué
hemos llegado a tales extremos y, menos aún, cómo superarla antes de que se
acabe la vida en el planeta o se dañe de modo irreversible buena parte de él. A
pesar de la complejidad de esta situación, que es el resultado de un proceso
histórico muy largo, es relativamente fácil comprender por qué se ha producido
esta concentración de capitales, en cada vez menor número de personas, ya que forma
parte de la racionalidad competitiva de la economía de libre mercado que
beneficia a los que tienen mayor poder. Que pueden aprovechase de la asimetría
económica y de control político sobre los Estados/nación para elevar sus tasas
y niveles de ganancia.
La intrincada red de producción mundial que mantiene el poder económico
y el control político a nivel de las grandes corporaciones económicas opera
bajo una racionalidad económica-social y política que tiende a profundizar aún
más la desigualdad centro-periferia entre las naciones y al interior de ellas;
en la que se impone la supremacía en todos los órdenes sociales, económico,
político y cultural. Además, que crea la falsa expectativa de una posibilidad
de desarrollo para las formaciones socio-estatales dentro de esta lógica
–cuando la experiencia dice lo contrario– a la par que se renuevan vínculos de
mayor dependencia y amarre, que tienden a hacer más difícil zafarse airosamente
de ellas. Cada intento de superación bajo estas formas de acuerdo se tiende a
revertir contra el propio Estado/nación que la promueve. Cuyos efectos
adversos, en tiempo y magnitud, dependerán de las características de cada uno y
de sus condiciones particulares, en las cuales se presentan dichas relaciones
político-económicas. Bajo el pretexto de la cooperación al desarrollo y con el
“amparo” del derecho internacional público se establecen convenios entre
países-centro y países-periféricos donde las relaciones de supremacía
colonial-neoliberal se imponen y tienden a ocultarse bajo diferentes formas de
manipulación mediática, chantaje, extorsión, amenaza o injerencia directa o
encubierta para impedir o aniquilar la resistencia de los movimientos sociales
que luchan para impedir estos acuerdos, que obviamente los perjudica. La fuerza
hegemónica imperial está en capacidad de seguir imponiendo su lógica como poder
instituido. Por eso resulta inaceptable e incomprensible que se subestime la
necesidad de una ruptura estructural progresiva por parte de las fuerzas
contrahegemónicas, sin que por ello se avance en logros reivindicativos que
otorgan fuerza al poder popular.
La rebelión contra la supremacía colonial del pensar y del actuar
Vivimos en un momento histórico en el que el poder colonial-neoliberal
en su descarnada y violenta lucha por el control económico del planeta, ya no
puede ocultar su cara y arremete con amenazas y acciones que lo ponen en
evidencia pública, siempre con intención se intimidar antes de actuar. La
aparición en escena de un crecimiento abierto y descarado de xenofobia,
racismo, misoginia, homofobia y violación de derechos civiles y sociales, que
tiende a judicializar la protesta y la disidencia, así como mantener la
disposición a obviar pactos y negociaciones, busca como fin profundizar al
máximo las reformas neoliberales con nuevas formas de control extraterritorial,
hacia las periferias y sectores históricamente vulnerados de la sociedad. De
allí, que se estimule y propicie el apoyo a los golpes de Estado, a la
intervención militar en Estados/nación que defienden su soberanía y usan
estrategias para destituir gobiernos democráticamente electos. Y,
paralelamente, se apoyan a las dictaduras, a gobiernos ultra-neoliberales y
totalitarios que arremeten contra el pueblo, e intervienen en la política
interna de otros países de acuerdo a sus intereses y violando el derecho
público internacional. Cada vez más, se evidencia la impunidad frente a la
tortura, a los actos terroristas y asesinatos a líderes populares y comunidades
que impugnan el poder hegemónico que los oprime[1].
El aparato ideológico del Estado nos impone una forma de pensar y de
actuar que no vemos y que asumimos como naturales y que solo entran en
contradicción cuando los contrastamos con nuestros ideales de vida y de
convivencia. Por eso, comprender la violencia con la que se arremete contra las
poblaciones que deciden resistir y no rendirse frente al atropello y la desidia
es más fácil de percibirla hoy, porque la realidad se nos muestra tal cual como
es, en el propio discurso y debate en los medios controlados por el poder
económico, en la palabra y la acción. Para que no se comprenda la barbarie
intentan tapar el sol con un dedo, desviar el análisis y mantener el
espectáculo para vender noticias y seguir en la cultura del terror, que
paralice cualquier movilización. Solo se necesita ampliar la mirada y darle
sentido a nuestra posibilidad de vida, frente al sinsentido que nos obliga a
vivir en la oscuridad.
El pueblo que lucha con convicción por sus condiciones de vida digna sin
discriminación alguna requiere liberación de las ataduras del sistema
hegemónico y de la posibilidad de acumular fuerza, conquistando nuevos espacios
de pensamiento y acción para la prefiguración y construcción del futuro
deseado. Para acumular fuerza creciente e independiente de los centros de poder
mundial necesita romper mitos, superar obstáculos epistemológicos y fetiches,
así como barreras espaciales y del saber, en la que requiere aprender en la
diversidad histórica cultural existente y de múltiples sentidos de la historia,
como una virtud del ser humano en su hacer-histórico para avanzar en una nueva
civilización. En una sociedad solidaria, en la que se complementen las
capacidades, las culturas y se compartan con equidad los recursos geofísicos en
los territorios donde se cohabita, en simbiosis y equilibrio con la naturaleza
a la que pertenecemos. En pocas palabras, un lenguaje en permanente creación,
producto y productor de nueva cultura, de capacidad organizativa geopolítica en
crecimiento y de capacidad de razonamiento crítico-reflexivo para prefigurar
colectivamente un horizonte de cambio posible; que oriente la creación
permanente de nuevas estrategias y tácticas de acción desde la acción misma, de
metas y caminos en permanente revisión y corrección, en relación con el impacto
que se tenga de la praxis social en transformación.
Los efectos en las mayorías populares de los acuerdos neoliberales
colonialistas han alertados a las más politizadas, que han “despertado”, o
renovado sus fuerzas, al comprender que se trata de una falacia que termina
revirtiéndose contra los sectores ya vulnerados severamente. Las anteriores
ofertas que han realizado los órganos que representan los intereses de las
grandes corporaciones económicas, financieras y productivas, han sabido
inteligentemente maquillar sus ofertas para no aparecer como los responsables
de un futuro nuevo fracaso. Este planteamiento deja de lado las obvias
desventajas de una relación desproporcionadamente asimétrica en cuanto al poder
económico y bélico; que está detrás de cualquier negociación bilateral o de
bloques económicos, que marcan la pauta en el destino de tales acuerdos, de sus
efectos asimétricos en el desarrollo de las condiciones de vida para la
población. Resulta cada vez menos creíble, que los “únicos responsables” de los
graves problemas sociales, así como de las debilidades en sus sistemas
políticos y de gobierno, fragilidades de sus sistemas legales y las
limitaciones para un desarrollo socioeconómico sean, justamente, los poseedores
y proveedores de riquezas que son codiciadas e indispensables para mantener la
supremacía del “cooperante”. Sería un verdadero contrasentido dentro de la
lógica liberal burguesa, que pregona la libre competencia y la libertad de
empresas imponiendo el derecho privado sobre el derecho público, no actuar de
esa manera. Para cambiar esta tendencia se requiere algo más que voluntad
política de ambos lados de la relación. ¿Quiénes están dispuesto a hacerlo?
Esto define los sujetos políticos del cambio, qué y con quiénes se puede
negociar, los posibles aliados, riesgos y alcance del acuerdo.
La creencia de la racionalidad liberal-burguesa de la posibilidad de un
desarrollo de todas las naciones y pueblos, y de que éste depende
fundamentalmente del esfuerzo y sacrificio de los países que aspiran mejorar
las condiciones de vida de la población, está perdiendo peso y legitimidad en
los sectores populares politizados; luego de los nefastos efectos de las
medidas neoliberales y ultra-neoliberales de hoy, que contrastan con los
intentos de hacer valer sus propias capacidades y potencialidades de cambio.
Esto se evidencia en los avances de la organización popular y en la fuerza
creciente de los movimientos de resistencia y defensa de la soberanía y las
identidades histórico-culturales de muchos pueblos en el mundo, en medio de una
nueva arremetida colonial-neoliberal, caracterizada por el uso de la fuerza
bélica, en todas sus formas de guerra convencional o de cuarta y quinta
generación.
En síntesis, en esta relación de dominación-subordinación que
protagonizan las clases subalternas en su lucha contra toda forma de opresión y
despojo-dominio de sus territorios, contra la desestabilización de sus sistemas
políticos de gobierno –o posibilidades de tenerlo– y la destrucción de culturas
que se resisten al dominio hegemónico mundial que intenta imponen su cultura de
la mercantilización y la sociedad del consumo. Este mecanismo es el que
garantiza mayor explotación-opresión al pueblo trabajador y la elevación del
beneficio en la acumulación del capital. Adicionalmente el sistema
capitalista/colonialista favorece la exclusión social creciente de sectores
socialmente “desechados” en tanto no les son útiles a los fines que persiguen.
Nuestro interés por aportar a la construcción de una nueva civilización, que
recupere el sentido humano en sociedad, nos ha llevado a desarrollar
investigaciones desde y para la acción, que conciba al sujeto en colectivo como
el centro del cambio necesario y posible. Un sujeto que transite el camino de
la descolonización del saber-pensar y del saber-hacer como categorías que
definen la sabiduría popular. Un sujeto que valora el sentido del saber-vivir y
de convivir, en tanto saber político-cognitivo que le otorga potencia al
hacer-transformador desde su propia realidad y praxis creadora.
La urgencia inaplazable de construir alternativas que nos orienten hacia
ese horizonte nos coloca en el compromiso impostergable de crear teoría y
práctica sobre situaciones concretas emancipadoras de la vida en sociedad. Es
así como la experiencia de lucha, de los movimientos y organizaciones
populares, se convierte en fuerza vital transformadora, con capacidad de
autoformación colectiva y autoorganización y de una nueva forma de conocer la
realidad y aprender un nuevo hacer-histórico con innovadores y creativos
caminos y metas, para incidir en ella, con un potencial emancipatorio que le
confiere fuerza creciente al poder popular en lucha por una vida digna y una
convivencia solidaria en sana paz.
Madrid, 18/12/2018
Bibliografia referenciada
Luxemburgo, Rosa.
(2008). Obras escogidas. Ediciones digitales Izquierda Revolucionaria. www.marxismo.org
Santos, Boaventura de
Sousa. (2010) “La democracia revolucionaria, un proyecto para el siglo XXI.
Entrevista a Boaventura de Sousa Santos, por Antoni Jesús Aguiló Bonet”. Revista
internacional de filosofía política. RIFP (Madrid) nº 35, octubre 2010.
Zemelman, Hugo. (1995).
Determinismos y Alternativas de las Ciencias Sociales Latinoamericanas,
Caracas, Editorial Nueva Sociedad, Universidad Nacional Autónoma de México,
Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias.
Elizabeth Alves Pérez
Dra. en Educación (UPEL-Venezuela) y Ciencias Políticas (UCM-España).
Profesora e investigadora vinculada a la lucha social. Autora de varios libros
sobre el Saber emancipador para la transformación raizal de la sociedad.
[1] La redimensión de la política imperialista de EEUU
exige como reiteradamente lo declara Donald Trump, desde la presidencia de la
principal potencia a nivel mundial, una política internacional agresiva contra
todo el que no acepte incondicionalmente su dominio hegemónico. Como Presidente
se enfrenta a la mayor crisis estructural económica y social en su historia
como potencia hegemónica mundial. Por eso, no vacila en destruir a quien se
interponga en su camino para imponer el “América primero”.