Eduardo Giesen A.
La historia se repite una vez más: el
sexto informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) -como los
anteriores- evidencia, con más y mejores datos, la responsabilidad humana
sobre el cambio climático, cada vez más grave e irreversible. Pero -salvo el
clima- nada cambia de manera sustancial.
La ciencia ha hecho un trabajo
invaluable en cuanto al diagnóstico de la crisis y la predicción del colapso.
Sin embargo, no ha estado a la altura que exige esta gravedad a la hora de
profundizar en este diagnóstico, particularmente en la identificación de las
causas estructurales y responsabilidades que originan la crisis climática.
A estas alturas, es claramente
insuficiente quedarse en estudios científicos que confirmen el carácter
antropogénico del cambio climático o determinen responsabilidades por sectores
genéricos de actividad económica, regiones o países del mundo, sin atreverse a
señalar qué actores políticos o corporativos, qué políticas públicas o
prácticas empresariales son las que de manera directa o indirecta, aislada o
combinada, han provocado y profundizado la crisis global. Por cierto, esto
requiere de un salto cualitativo en la interdisciplinariedad, que la ciencia ya
dio hace tiempo en muchos ámbitos y a distintas escalas territoriales de
investigación, así como de altos grados de autonomía política por parte de los
centros y equipos de investigación.
No poner el foco científico en esta
identificación de responsabilidades ha sido clave en el hecho de que no sólo no
se haya enfrentado de manera efectiva el cambio climático, sino que éste se
haya intensificado progresivamente, hasta alcanzar los límites catastróficos
actuales.
La academia suele mantener distancia
del discurso anti-sistémico y altamente politizado de los movimientos de
justicia climática (“Cambiar el sistema, NO el clima”), pero, aun cuando
establece un horizonte de acción de décadas para enfrentar la crisis climática,
parece asumir que el sistema económico dominante y sus supuestos doctrinarios
(rentabilidad privada, crecimiento económico, libre mercado, subsidiariedad
estatal) forman parte de la “línea base” o -peor- de la “naturaleza
incuestionable” del planeta. De esta manera, no sólo no considera a estos
supuestos como parte del problema, sino que además se les reconoce como
condiciones para las soluciones de la misma crisis, que de esta manera quedan
en manos de los mismos actores predominantes del propio sistema (potencias
económicas, corporaciones multinacionales, mayores fortunas, instituciones
financieras internacionales).
Nadie podría pretender -tanto por lo
infactible como inconducente- que la ciencia oficial haga un análisis integral
y obtenga una conclusión lapidaria sobre la responsabilidad y los impactos del
sistema capitalista, neoliberal y/o extractivista respecto de la crisis
climática, pero resulta inexcusable que no investigue sobre aspectos centrales
de este modelo. Por ejemplo:
- ¿Cuál es el análisis cuantitativo y
cualitativo que ha hecho la ciencia oficial respecto de la responsabilidad
de los tratados y políticas de libre comercio en el cambio climático,
tanto en lo referido a las emisiones como a la vulnerabilidad de los
territorios?
- ¿Por qué los compromisos de reducción de
emisiones de los países se hacen respecto de la curva de emisiones
asociada al crecimiento económico esperado? ¿Cuál es la hipótesis
científica detrás de dicho criterio?
- ¿Cuál es la evidencia científica de la efectividad
de los mercados de carbono en la mitigación del cambio climático,
expresado en la reducción de las emisiones y concentraciones globales de
gases de efecto invernadero, y de su prioridad respecto de un enfoque
normativo con apoyo estatal?
- Los movimientos de justicia climática han
puesto énfasis en que las alternativas deben estar basadas en la soberanía
de los pueblos y los territorios. ¿Ha estudiado la ciencia oficial la
diferencia -en cuanto a sus impactos climáticos- entre los sistemas agroalimentarios
basados en agricultura campesina y la agroecología y aquellos basados en
la agroindustria exportadora y los monocultivos a gran escala; o entre los
sistemas energéticos basados en las mega-plantas de energía renovable y
aquellos basadas en micro-redes de escala comunitaria?
- ¿Por qué la ciencia no investiga e informa de
manera exhaustiva e integrada los impactos de las eventuales soluciones?
Por ejemplo, las plantaciones forestales -como bien sabemos en Chile-
además de su potencial de mitigación como sumideros de carbono, tienen
serios impactos ambientales asociados al deterioro del suelo (erosión,
acidificación), la contaminación y el elevado consumo de agua -en zonas
azotadas por la sequía-, con lo que aumentan la vulnerabilidad climática; impactos
culturales y políticos, pues se han extendido sobre territorios
ancestrales del pueblo mapuche; e impactos sociales, constituyendo zonas
de alta concentración de la pobreza. Todos estos impactos, combinados con
los de otros eslabones del ciclo productivo forestal (plantas de celulosa
y bioenergía) se pueden encontrar por separado en distintas y múltiples
investigaciones científicas.
Más allá de los científicos pagados
en décadas pasadas por la industria petrolera, el cambio climático es el gran
fenómeno global que atrae a todas las ramas de la ciencia y que muestra que no
es ni puede ser neutral. Siempre responde a objetivos e intereses, poderosos o
débiles, públicos o privados, legítimos o no. Y, claramente, la ciencia que
trabaja al alero del sistema de Naciones Unidas -progresivamente cooptado por
intereses de las grandes corporaciones multinacionales- no es la excepción. Ya
veremos cómo la historia de las COPs (conferencias de las partes) climáticas se
sigue repitiendo en Glasgow este noviembre, con discursos y acuerdos que no
pasan de declaraciones de buena voluntad y finalmente se expresan en políticas
nacionales e internacionales que robustecen al sistema y a los poderes que han
generado la crisis planetaria.
Hoy, la esperanza de frenar el cambio
climático o al menos reducir su impacto global, considerando sus efectos
sinérgicos con el conjunto de males sociales, ambientales que genera el modelo
insustentable de extracción, producción, consumo y acumulación material y
económica, está principalmente radicada en las acciones que se impulsen desde
los territorios por lo movimientos sociales y sus articulaciones
internacionales, para incidir en las transformaciones reales y profundas que
exige la supervivencia y recuperación de la vida en el planeta.
Y para esto es esencial una ciencia
realmente comprometida con la sustentabilidad y la justicia socio-ambiental.
Eduardo Giesen A.
Colectivo VientoSur
El contenido vertido en esta Columna
de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja
necesariamente la línea editorial ni postura de Diario y Radio Universidad de
Chile.