Matthew T. Huber 21/01/2025
El cambio
climático es una cuestión de clase porque una parte importante de las emisiones
recae sobre una minoría empresarial. Según el Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la producción eléctrica y térmica
supone un veinticinco por ciento de los gases de efecto invernadero en
emisiones directas; por su parte, el sector industrial representa más de un
cincuenta por ciento del consumo global de energía, según la Energy
Information Agency (2018). Por tanto, la crisis climática no se
solucionará con mejoras graduales en nuestros estilos de vida ni con donaciones
puntuales para compensar la huella de carbono. De acuerdo con Matthew T. Huber
en El futuro de la revolución (Errata Naturae, 2024), la única forma eficaz de encarar el
problema es enfrentarse a un sistema capitalista desbocado que agrava la
emergencia climática. El futuro de la revolución pasa por entender que el
cambio climático es una cuestión de lucha de clases. Y la lucha de clases
implica, entre otras cosas, el fortalecimiento de la conciencia obrera y de los
sindicatos. Huber es profesor de Geografía en la Universidad de Siracusa y
entre sus libros también destaca Lifeblood: Oil, Freedom, and the
Forces of Capital (2013). La entrevista la realizó Andrés Lomeña
para Sin Permiso.
ANDRÉS
LOMEÑA: Los incendios en Los Ángeles no han distinguido entre viviendas
humildes y viviendas de personas adineradas. Al parecer, había más estaciones
de bomberos en los años sesenta que ahora y como no hay bomberos suficientes,
están contratando a presos por menos de treinta dólares al día. Para mí es una
prueba más sobre la importancia de lo público y el poder de las
infraestructuras sociales. Quiero pensar que se va a aprender algo tras esta
tragedia.
MATTHEW T.
HUBER: Dudo mucho que esta crisis vaya a ser la que nos enseñe a actuar en el
cambio climático. Las crisis siguen produciéndose, pero la inacción relativa
continúa. El problema es que estos desastres, aun siendo horribles, aún afectan
a relativamente poca gente, y el cambio climático requiere una movilización
social que implique una política inspiradora para millones de personas, tanto
si estas han experimentado desastres climáticos como si no.
Tienes toda
la razón a la hora de señalar la importancia de las infraestructuras públicas.
El cambio climático es un problema de inversión en infraestructura pública en
todos los frentes que tiene abiertos. Es como si lo hubiéramos olvidado después
de décadas de austeridad neoliberal, pero tradicionalmente solo el sector
público es el que está interesado en invertir en infraestructuras a largo plazo
porque no es algo particularmente rentable para el capital. Tal y como muestra
Brett Christophers en su nuevo libro The Price is Wrong, esperamos
que de alguna forma el sector privado lleve a cabo la transición energética por
nosotros (y no es ninguna sorpresa que lo vean como algo poco rentable). La
electricidad en particular conlleva grandes inversiones de capital fijo a largo
plazo en la transmisión de energía y en las centrales eléctricas.
Además, la
adaptación al clima también tiene que ver con invertir en infraestructuras
públicas como bomberos, control de inundaciones y otras formas de seguridad. En
Estados Unidos, tal y como muestra el proyecto The Living New
Deal, hemos vivido casi un siglo de inversiones en infraestructuras
públicas. El que todo se esté desmoronando y el cambio climático solo
intensifica la necesidad de reconstruir la economía política para orientarla a
los bienes públicos. Desgraciadamente, la “Bidenconomía” no ha sido eso: se
usaron fondos públicos para subvencionar soluciones a los mercados privados
tanto desde la perspectiva de la inversión como desde el punto de vista del
consumidor.
A.L.: Se ha
sabido que la emisión de metano con el sabotaje al gaseoducto Nord Stream ha
sido la mayor que se ha producido hasta ahora. Por otra parte, Trump habla de
hacerse con Groenlandia por los metales de las tierras raras. Me gustaría saber
cómo conectar el concepto de clase en este escenario de conflictos
medioambientales e internacionales.
M.H.:
Bueno, todo sigue siendo una cuestión de clase porque para transformar nuestro
sistema energético hay que enfrentarse al poder de clase de los propietarios
fuertemente interesados en la rentabilidad de la infraestructura de los
combustibles fósiles. Tienes razón en que hay una dimensión internacional y no
es suficiente con analizar la idea de clase solo a nivel nacional, como yo he
hecho en Estados Unidos. Necesitamos abordar la “lucha global de clases”, tal y
como sostiene Ramaa Vasudevan en un artículo reciente. Mi libro
se centra en las teorías marxistas de clase, pero también pienso que
necesitamos una teoría marxista del imperialismo para entender el problema. De
hecho, trabajo en eso ahora mismo, pues intento pensar en la relación que hay
entre ecología e imperialismo mediante las teorías marxistas.
A.L.:
Algunas prohibiciones en Europa se ven ridículas porque se pretende legislar
sobre bienes sin importancia (las pajitas serían el ejemplo más destacado)
cuando la industria del plástico es omnipresente. Usted ha abordado un análisis
exhaustivo de la industria en torno al nitrógeno.
M.H.: Sí,
aunque he elegido el nitrógeno porque resultó que estaba investigando sobre él.
No lo elegí porque fuera una prioridad frente al plástico, por ejemplo, sino
porque fue un estudio de caso de cómo la propiedad capitalista se desarrolla a
través de formas de producción intensivas en carbono. El nitrógeno tiene un
gran impacto en el clima (está entre el uno y el tres por ciento de las
emisiones globales), pero el impacto del plástico puede ser mayor. El del acero
y el cemento son mayores, con toda seguridad. ¡Necesitamos estudios de casos de
todos ellos! Una idea importante que quiero resaltar es que la reestructuración
de esas formas industriales de producción tendría más impacto que cualquiera de
los cambios en nuestros estilos de vida (pajitas de plástico incluidas) que
puedan llevar a cabo los defensores del clima y la clase profesional [entendida
como aquella que realiza alguna forma de trabajo intelectual].
A.L.: Al
pertenecer a esa clase profesional, siento que solo estoy hablando dentro de
una burbuja de filtros para otras personas de la misma clase social. Quizás por
eso Guy Standing acuñó el concepto de precariado, para unir a la clase media
profesional y a la clase trabajadora. En todo caso, no sé cómo las ideas pueden
abrirse paso en esta esfera pública tan deteriorada por las fake news y
todo tipo de desinformaciones.
M.H.: Esa
es una pregunta muy importante. En mi opinión, no son solo los activistas
climáticos, sino toda la izquierda, la que está confinada en burbujas o islas
de información. Una mayoría encerrada en burbujas solo escribe para conseguir
legitimidad de otros que están también dentro de la burbuja. El objetivo debe
ser traducir y compartir nuestras ideas más allá de esas burbujas, es decir,
saber cómo llegar a la mayoría de la clase trabajadora.
No me gusta
demasiado la palabra “precariado” porque desde una perspectiva marxista, el
proletariado ya era precario por definición.
Piensa en
esto: al eliminar a los estratos más privilegiados como los expertos y los
directores, todavía nos queda en torno a un sesenta y tres por ciento de la
población trabajando en empleos manuales y de bajos salarios en el sector
servicios (enfrentándose a una gran inseguridad económica en aspectos como la
vivienda, la energía, los alimentos y en mi país, la salud). En los viejos
tiempos, los partidos socialistas y los sindicatos crearon sus propios medios
(periódicos y revistas) que llegaban al proletariado y servían para levantar
partidos políticos. Ahora, la clase trabajadora está más dispersa y atomizada.
Está claro que necesitamos aprovechar las redes sociales para llegar a
audiencias masivas, pero están controladas por capitalistas tecnológicos que
diseñan algoritmos para mantenernos separados. Es un problema difícil, pero
tenemos que resolverlo.
A.L.: No sé
si resumo bien su libro al decir que bastaría con acabar con la lógica de la
plusvalía.
M.H.: Sí,
en última instancia creo que es la solución, pero también digo en el libro que
es difícil imaginar la derrota de esa lógica de la plusvalía con una izquierda
y un movimiento obrero tan débiles. Por eso creo que deberíamos empezar por
asumir el control de algunos sectores relevantes para el clima, como la
electricidad. La propiedad pública al menos da la posibilidad de que el sector
pueda orientarse hacia otras lógicas, además de la plusvalía, como las
necesidades humanas y ecológicas (aunque en realidad, las empresas eléctricas
públicas pueden ser tan corruptas como las privadas). Ya lo dije en mi primera
respuesta: el cambio climático es fundamentalmente un problema de “inversión”.
Necesitamos ejercer fuerza social sobre las inversiones para poder planificar
la transición ecológica a la escala y la velocidad requeridas. El capital no
está ni estará interesado en ese proyecto.
Matthew T. Huber, es profesor de Geografía en la Universidad de Siracusa y entre sus libros también destaca Lifeblood: Oil, Freedom, and the Forces of Capital (2013).
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