10 de abril de 2025

Producción alimentaria indígena en el paisaje natural: mitigando la crisis ambiental

Geodisio Castillo
geodisio@gmail.com

Cultivo de mama – yuca + osi - piña, en la montaña de isla-comunidad Dubbag, Comarca de la Biosfera, Comarca Gunayala, Panamá. Foto: Gubiler, 11/2024

Los gobiernos e instituciones externas, siguiendo un patrón histórico, suelen considerar a los pueblos indígenas y campesinos de países en desarrollo como poblaciones vulnerables, argumentando que su dependencia de la naturaleza y su ubicación en tierras marginales los exponen a los impactos del cambio climático[1]. Pero no dicen, que su ubicación en tierras marginales está relacionada a una larga historia con la dominación colonial, despojo, la marginación y discriminación (OXFAM, 2017; González-Muñoz, 2010).

De acuerdo con OXFAM (2017), la pérdida de hogares, medios de vida y tierras ancestrales a causa de los desplazamientos pone de manifiesto el coste humano y la profunda injusticia que supone el cambio climático. Las personas menos responsables del cambio climático son quienes más sufren sus consecuencias, y quienes disponen de menos recursos para hacerles frente. La desigualdad es a la vez causa y consecuencia de la desproporcionada frecuencia e impacto de los desplazamientos asociados al cambio climático.

Percepción de la crisis climática de manera diferente

El pueblo Gunadule percibe la crisis climática de manera diferente, es decir, desde tiempos ancestrales y hasta el presente, no han experimentado la severidad del cambio climático que afecte significativamente sus cultivos. Sus sistemas de producción alimentaria, "nainu familiar", se integran armoniosamente con el paisaje natural, donde la naturaleza misma protege los cultivos, formando jardines botánicos, de árboles y plantas medicinales, árboles de uso doméstico y artesanal. Por lo que mantiene 80% de bosque natural, dentro y complementado con sistemas agroforestales de "nainu familiar" y bosques de manglares, además del vasto “muubilli” u océano azul, aún en estado natural. Toda la biosfera de la Comarca (tierra y mar) actúa como un sumidero de carbono. La presencia de vida silvestre, un bioindicador de la salud del ecosistema facilita la planificación de acciones para mejorar la productividad sostenible. Maximizando el potencial de la agricultura para eliminar el carbono de la atmósfera y colocarlo en la tierra (lo que hace que el suelo sea más productivo), transformando la agricultura para desencadenar el poder regenerativo de la naturaleza[2]. En consecuencia, las áreas naturales protegidas es un todo, una Comarca de la Biosfera y no islas o parches protegidas (Bennett, 2004). Esta experiencia se ha fortalecido con el Proyecto de Estudio y Manejo de Áreas Silvestres de Kuna Yala (PEMASKY), cuyos estudios han propuesto un plan de manejo para establecer la Comarca de la Biosfera de Gunayala.

Esta percepción diferente de la crisis climática que tienen los pueblos indígenas es debido a su relación profunda con la naturaleza y sus sistemas de conocimientos ancestrales. Para muchos pueblos indígenas, la tierra, los ríos, los bosques, los animales, las piedras y los ecosistemas no son solo recursos, sino que están vinculados a su identidad, a su espiritualidad y cultura, es un activo biocultural. Al integrar lo biológico y lo cultural se busca soluciones para problemas globales como la crisis climática.

El pueblo Gunadule mantiene una convivencia intrínseca con la naturaleza, que forma parte de su identidad biocultural. Han experimentado inundaciones en sus comunidades debido al aumento del nivel del mar, especialmente en enero y febrero de cada año, cuando los vientos alisios del norte elevan las olas. Con humor, describen sus islas como "estopa de coco que flota y juega con el vaivén de las olas del mar". Otras amenazas incluyen deslizamientos de tierra en los cultivos e inundaciones fluviales[3], situaciones que consideran normales. Sin embargo, hace rato han mostrado interés en buscar alternativas para trasladarse a terrenos seguros y construir nuevos hogares ecológicos[4], es parte de la defensa territorial.

En Isberyala los árboles desaparecieron, no se precisa, cuál es la extensión que se pretendía deforestar, ni mucho menos cuántos árboles fueron arrancados, de qué especies, ni de dónde específicamente, no se cumplió con ninguna medida de mitigación[5]. Además, no hay sumidero de basuras, los alcantarillados no son buenas, el agua no llega a la comunidad, surgen problemas sociales y culturales. El estudio de impacto ambiental de Isberyala no cumplió con el estándar que se requiere en un proyecto como ese, los impactos o estas insuficiencias pueden continuar escalando[6] [7].

Riesgos de la crisis climática en el sistema alimentario

La crisis climática afecta directamente al sistema alimentario, reduciendo la disponibilidad de alimentos e incrementando la desigualdad del acceso a sectores desfavorecidos como las poblaciones indígenas y campesinas (Santiago-Vera, et al., 2018). Según Nelson et al. (2009), los impactos de la crisis climática en la agricultura y el bienestar humano incluyen los efectos biológicos en el rendimiento de los cultivos, es decir, hace que las cosechas produzcan menos alimentos; en lo económico provoca que los precios de los alimentos suban, se produzca menos comida en general y la gente compre menos; y en la salud, como resultado, cada persona come menos calorías y más niños sufren de falta de alimento (malnutrición). Los efectos biofísicos de la crisis climática sobre la agricultura inducen cambios en la producción y precios, que se manifiestan en el sistema económico a medida que los agricultores y otros participantes del mercado realizan ajustes de forma autónoma, modificando sus combinaciones de cultivos, uso de insumos, nivel de producción, demanda de alimentos, consumo de alimentos y comercio.

Sin embargo, se ha demostrado que los pueblos indígenas poseen una notable capacidad de resiliencia frente a la crisis climática, sus sistemas de producción alimentaria, diversos y adaptados a las condiciones locales, han enfrentado y superado los desafíos climáticos durante milenios (Altieri, Nicholls, 2013).

A pesar de conocer que pervive la sabiduría ancestral, poco la valoramos, como el sistema de producción de nainu familiar que forma el paisaje natural forestal (Castillo, 2011). Desde esta perspectiva se debe considerar que el Programa de Apoyo a las Comunidades (PAC) de Onmaggeddummagan está realizando su trabajo. A pesar de ello, debe enfocarse en resaltar los beneficios de integrar la producción con la naturaleza. En lugar de que se infunda alarma sobre las crisis ambientales, climáticas o de biodiversidad, se debe promover un enfoque que valore y respete las prácticas ancestrales del pueblo Gunadule. Por lo que es importante fomentar la resiliencia a través de:

  1. Valorar y difundir la sabiduría ancestral sobre el manejo de paisajes naturales y adaptación al clima.
  2. Promover prácticas sostenibles de técnicas agrícolas y de producción que armonicen con el paisaje natural, como los sistemas de producción agroforestal de nainu familiar.
  3. Apoyar iniciativas locales de conservación y manejo comunitario de áreas naturales, revalorando la reciprocidad, la solidaridad y el fortalecimiento comunitario.
  4. Facilitar el acceso a recursos resilientes, como variedades de cultivos nativos resistentes al clima, pronósticos meteorológicos y técnicas de gestión del agua[8].

Hay que seguir viviendo, como lo vienen haciendo los pueblos indígenas. Y dejar estos planes de adaptación al cambio climático que se establecen en proyectos y acuerdos de conservación y manejo comunitario de áreas naturales, además de contar con variedades de cultivo resiliente, pronósticos del clima y manejo de agua (IPCC, 2014). Sumado a eso, pensar si realmente la innovación que tanto se habla es una trampa para buscar soluciones perfectas que no llegan nunca[9]. Si algo ha cambiado a pequeña escala ¡perfecto! Pero las innovaciones están diseñadas para grandes explotaciones agrícolas y no se adaptan bien a las condiciones y necesidades específicas de la agricultura indígena, rural o campesina[10] . Esto puede resultar en soluciones ineficaces o incluso perjudiciales para los pequeños agricultores, creando brechas entre los agricultores que pueden permitirse estas tecnologías y aquellos que no. Debemos que aprender de los errores del pasado, puesto que las trampas clásicas se repiten una y otra vez[11].

La agricultura de pueblos indígenas: respuesta efectiva a la crisis climática

De acuerdo con Torres-Soli, et al. (2020), la agricultura ha sido la principal actividad económica de los pueblos indígenas de Abiayala. Como los Totonaca de México, por su habilidad para cultivar maíz, frijoles y calabazas ha sido transmitida de generación en generación. El maíz, su principal cultivo, en particular, es considerado un alimento sagrado y es la base de su dieta. Utilizaban un sistema de terrazas para aprovechar al máximo la fertilidad del suelo y evitar la erosión. Esto les permitía obtener cosechas abundantes y asegurar su sustento alimenticio. También practicaban la irrigación, construyendo canales para llevar agua a sus campos. Además, se dedicaban a la pesca, la caza y la recolección de frutos silvestres. Las chinampas[12], un ingenioso sistema de cultivo de los Aztecas. Conocidas como “jardines flotantes”, son islas artificiales construidas en cuerpos de agua, principalmente en el lago de Xochimilco, que formaban un sistema agrícola en el que se cultivaban diversas hortalizas y cereales. Este sistema consistía en tramos de tierra rodeados por canales de agua, donde los cultivos se cultivaban en marcos de cañas que se llenaban de barro y materia orgánica; creadas utilizando un proceso metódico y respetuoso con el ambiente. Representan uno de los hitos más destacados en la agricultura del pueblo indígena azteca de Mesoamérica. Un sistema agrícola que no solo fue fundamental para el desarrollo de la civilización azteca, sino que también ofrece lecciones valiosas para la sostenibilidad agrícola en la actualidad (Altieri, 2004; Ezcurra, 2021). Los Sikuani de Colombia y Venezuela que desarrollaron en su conuco una horticultura de tumba y quema basada en el cultivo de la yuca amarga (Manihot esculenta) con una gran variedad y asociadas a otros cultivos (Rojas, 1994). Erickson (1986) hace referencia a los cultivos en camellones o waru-waru en el Perú Andino, una tecnología desarrollada, que aprovecha al máximo la capacidad hídrica de la región y los tiempos de inundación, como las lluvias. Aunque los orígenes de los waru-waru se remontan a hace más de 2,000 años en la región aymara, fueron abandonados durante el Imperio Inca y “redescubiertos” recientemente como una respuesta efectiva a la crisis climática y la variabilidad del clima[13]. Estos son algunos ejemplos de la sabiduría ancestral de pueblos indígenas que podemos encontrar en estudios realizados por diferentes autores.

Investigaciones realizadas (Heinz, 1987; Pearsall, 1992; Cooke,1998; Perry et al, 2007) sobre el origen de la agricultura, practicadas alrededor de los bosques tropicales, los hallazgos de cultígenos[14] en yacimientos arqueológicos sudamericanos indican que hace aproximadamente entre 8,000 y el 7,500 años antes del presente (AP) surgió la agricultura. Se ubican los primeros indicios de la mayoría de los cultivos de importancia económica que posibilitaron el desarrollo de las diversas culturas de pueblos indígenas. A pesar de ello, el desarrollo agrícola en Mesoamérica por los pueblos indígenas, por el año 9,000 a 10,000 AP (Casas y Caballero, 1995; Zizumbo y Colunga, 2008) alteraron el paisaje de vegetación natural vieja y en algunas áreas, radicalmente por las comunidades de agricultores[15] (Piperno y Pearsall, 1998; Cooke, 1998; Castillo, 2024).

En estos paisajes alterados se domesticaron cultivos nativos, en el caso de los agricultores Gunadule utilizaron al igual que otros pueblos indígenas, las palmas y frutos, como el corozo, coco espinoso o palma de vino (Acrocomia aculeata) y el nalub - pixbae (Bactris gasipaes) (Cooke y Sánchez, 2019). Podemos añadir al aguacate o aswe (Persea americana), el camote o gwalu (Ipomoea batatas) y dos cultivos culturales, el ají o gaa (Capsicum spp.)[16] y el cacao o sia (Theobroma cacao). Además, los Gunadule utilizaron sama o samagaa- palma aceitera (Elaeis oleifera)  y otros tipos de palma. Distintas palmas, entre ellas werug (Manicaria saccifera Gaertn.), para techar sus chozas cuando el pueblo Gunadule llegaron a las costas. Werug tiene mayor durabilidad para zonas costeras húmedas, como lo es masar (Gynerium sagittatum) para las paredes. Utilizaron para el techo de sus chozas wanug (Welfia regia) e ila (Socratea exorrhiza) para paredes, cuando las poblaciones estuvieron establecidas en las montañas de la actual Gunayala. Wanug e ila son más durables para zonas húmedas de montaña. Son de importancia para la construcción de viviendas entre los Gunadule (Castillo, 2001; Ventocilla y otros,1997)[17].

Sistema alimentario Gunadule frente a la crisis climática

Castillo (1983, 2024) menciona al sistema de producción agroforestal de nainu familiar que practica el pueblo Gunadule. Los cultivos en ladera en negsergan (bosque secundario) donde el nainu se rota anualmente, en ella se siembran oba - maíz (Zea mays), masi - plátano/banano (Musa spp.) y mama – yuca principalmente y cultivos de coberturas. Después de cosechado el nainu se deja en barbecho o en regeneración natural y cultivos perennes que forman un paisaje de jardín natural con árboles de uso doméstico, artesanal y medicinal y plantas medicinales. Y en las planicies donde en el nainu los cultivos se rotan o casi quedan permanentes los ogob – cocos (Cocos nucifera), los abonos que se utilizan son orgánicos naturales y se da mantenimiento casi a diario para obtener una buena producción. Las estrategias, aunque no escritas, sino cantadas, incluyen el sistema de nainu multiestrato para la producción de granos y tubérculos, como oba + mama + masi (Musa sp.) + sia + maryawal – guaba (Inga sp.) + ogob variedad tres filos; esta variedad de ogob se da principalmente en las islas coralinas, conocida como “San Blas” (Castillo, 1983, 2017, 2018; Fremond, et al., 1966; Purseglove, 1972). Este enfoque resalta la oralidad y el conocimiento cultural para que lo colectivo sea la fuerza de la lucha del pueblo Gunadule. Aún hay muchas otras tecnologías, mencionadas en líneas anteriores, halladas y utilizadas por los pueblos indígenas, aún no valoradas[18]. Estos cultivos no necesitaban pesticidas ni fertilizantes sintéticos. Tampoco tenían herramientas super avanzadas ni tecnología de punta. Lo que si tenían era algo mucho más valioso - sabiduría ancestral, sabían cómo cultivar basada en la naturaleza formando un paisaje natural, sin dañar el suelo ni la salud. Sistemas que eran considerados hasta hace poco perjudicial o en detrimento al uso del suelo, lo que ha demostrado lo contrario (Conklin, 1963; Salas, 1987; Warner, 1994).

A nivel de nainu, la práctica agroforestal y/o agroecológica rediseña los sistemas de producción para mejorar el paisaje natural. Porque con ello, se integra la biodiversidad y los procesos ecológicos en la producción de alimentos; reduciendo los insumos externos e introduciendo una producción sostenible basada en la naturaleza. Las observaciones de campo y estudios recientes indican que la mama - yuca en Gunayala enfrenta a la crisis climática (Céspedes, et al., 2017). Y bajo un sistema agroforestal diversificado es otra estrategia para mitigar la crisis climática. Creando un futuro más resiliente y sostenible para la agricultura de nainu.

El sistema alimentario del pueblo Gunadule, aparte que forma un paisaje natural, de acuerdo con Castillo (2016) y Cook (2017), son sistemas alimentarios que ofrecen una impresionante abundancia y variedad de alimentos, sin embargo, la verdad es que se está perdiendo la biodiversidad agrícola crucial y nuestras dietas cada vez homogeneizadas están conduciendo a la enfermedad y la obesidad, relacionadas con la dieta, como el cáncer, la diabetes y las enfermedades del corazón. Los niños Gunadule ya no consumen gwalu (camote) y frutos que se traían del bosque, como eslo (caimito), guseb (granadilla), sua (jobo), entre otros, si no se consumen y cultivan llegarán a desaparecer (Castillo 2016).

A manera de conclusión:

La crisis climática ejerce una presión directa sobre el sistema alimentario, mermando la disponibilidad de alimentos y agudizando la desigualdad en el acceso para poblaciones vulnerables, especialmente indígenas y campesinas.

Durante milenios, los pueblos indígenas de Abiayala y del planeta han domesticado cultivos en armonía con los árboles, asegurando nuestra subsistencia hasta hoy. El abandono actual de estas prácticas ancestrales se debe a los sistemas de producción convencionales, que han desvinculado a estas comunidades de sus conocimientos agrícolas ancestrales, basados en el respeto a los ciclos naturales y la conservación de especies nativas.

Cuando las semillas dejan de cultivarse y consumirse, no solo desaparecen físicamente, sino que con ellas se desvanece la identidad cultural, las técnicas de cultivo ancestrales se olvidan, las especies se extinguen y se interrumpe un ciclo vital.

El colonialismo europeo no solo encubrió, sino que su legado persiste en la negación o invisibilidad de las prácticas, preferencias, dietas y recetas de las naciones indígenas en ámbitos populares y académicos. Esta falta de reconocimiento real de la profunda influencia de la producción ancestral indígena en nuestra gastronomía y gustos alimentarios es evidente. Tras la colonización, la introducción de cultivos como el arroz, el banano, la caña de azúcar, el café, el limón y la naranja ha generado una fuerte dependencia y preferencia en nuestros agricultores, quienes se han adaptado a estas nuevas especies.

En un mundo donde la historia oficial frecuentemente omite o silencia las contribuciones de las civilizaciones indígenas, es crucial reflexionar sobre la riqueza y complejidad de sus culturas.

Referencias


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Castillo, G. (2024). Ciclo de barbecho en el nainu gunadule. Panamá. Karakol, vol. 4. UDELAS, CIEPI. 34-46

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[4] Perfil propuesta de proyecto. Gestión territorial de Ubeb Yala, en la zona cultural terrestre para proteger los límites de la Biosfera de la Comarca Gunayala. Ubebyala. 10 p. (inédito)

[14] Cultígeno, se denomina a una planta que ha sido alterada o seleccionada por los humanos; es resultado de un proceso de selección artificial o domesticación.

[15] Sabbur o nabsaa (bosque primario o maduro, bosque residual), lo ideal para los agricultores gundaule, ya no existe (Castillo, 2024).

[16] Un interesante reporte científico colegiado, publicado en Science, habla de la utilización en América del ají o chile picante (Capsicum spp. L.), justamente de datos de almidón provenientes de artefactos de sitios arqueológicos (Perry, et al., 2007). Por lo menos hace 6 mil años se utilizaba. En Panamá, una herramienta de piedra del sitio paleoindio conocido como el Abrigo de Aguadulce registró almidón de ají picante. El nivel estratigráfico de dicho artefacto presenta una antigüedad de 5,600 años antes del presente (Perry, et al., 2007: 987).

[17] Aunque los autores no dicen que los guna usaron esa planta en el siglo XIX, al llegar a las costas de lo que hoy es Kuna Yala (Ventocilla, y otros, 1997: 139).

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