Geodisio Castillo
Desde que tuve uso de razón y cuando iba al campo
con mi bisabuelo y luego con el abuelo, observaba la forma de cultivar la
tierra, imitando la naturaleza y respetando el suelo y agua. Observaba y hacia
lo que hacía mi bisabuelo y abuelo, mezclar la tierra con sabdur – jagua (Genipa americana) y en otras con
igli-saa, o bien bañar con sabdur las semillas que se iban a sembrar. No me
daban tiempo de preguntar, ellos son los que hacían los discursos en el nainu.
Pasado el tiempo mí bisabuelo se me va para
convertirse en polvo, la madre naturaleza lo acogió. Con mi abuelo, ya a los 12
años, llegué a preguntar sobre lo que me decían y lo que practicaban, eso para
afirmar su discurso legado por su padre, mi bisabuelo. “Al respetar el suelo y
agua estamos imitando a la naturaleza para no sacarle el jugo a la madre que es
esta tierra, le sacamos algo para que las semillas crezcan, pero se lo
devolvemos, estamos con eso reciclando la humedad y la fertilidad al nainu”.
“Además protegemos las semillas de las enfermedades y plagas al bañarlos con
sabdur o mezclar la tierra con igli-saa y sabdur, pero eso no es la única
técnica que existe de parte de los dules, hay muchas y como botánico médico lo
sé”.
Mi abuelo tuvo una educación occidental, fue
policía y fue médico botánico. Sus conocimientos en botánica fueron amplios y
profundos, tuvo alumnos y ayudó a curar a mucha gente. Decía: “hoy vivimos
saludables, pero creo que en el futuro nuestra salud se va a mermar, nos vamos
a enfermar de otras enfermedades que aquí los dules no lo tenemos, porque en
las ciudades se come mucha comida que tienen veneno. Los que ya están viviendo
en las ciudades están enfermos, me piden medicina y trato de ayudarlos”. Este
es el precio, la enfermedad, es señal de desacuerdo de nuestro cuerpo, cuando
le imponemos comidas no sanas.
Los sistemas agrícolas actuales están demostrando
cuan venenoso es, por usar indiscriminadamente diversos agroquímicos, para
elevar la producción o el capital de las empresas. De igual forma está
destruyendo los ecosistemas y por ende del ser humano, al utilizar maquinarias
para obtener mayor producción o el capital de las empresas. El hombre del
campo, está siendo desplazado por las máquinas hasta llegar a ser pobres,
desarraigado y violentos. A los hombres del campo que dependen de la
naturaleza, que viven de ella, le están quitando el contacto y su relación con
su tierra, ya no producen como antes con espiritualidad y energía.
Nabgwana, es una naturaleza biodiverso y
nutricional que llega a un camino común, es decir, conservar y hacer uso
sostenible de la biodiversidad para la alimentación y mejorar la nutrición. Nutrición y biodiversidad convergen por un
camino común hacia la seguridad alimentaria y nutricional y el desarrollo
sostenible (FAO, s/f).
Se ha demostrado que los monocultivos atraen a las plagas,
enfermedades y erosionan o degradan los suelos. Grandes extensiones de terreno
con solo una sola especie de cultivos, ya sean de árboles o plantas
alimentarias, aunque es eficiente y rentable para los comerciantes, desde el
punto de vista ecológico es desastroso, plagas y enfermedades no encuentran resistencia,
porque el principio de un ecosistema diverso se quebranta.
Si hay menos diversidad vegetal, también disminuye
la animal. Los insectos y animales que antes se alimentaban de otras especies
vegetales ahora desaparecen y por ende también sus depredadores. Así, el
control biológico o natural desaparece, se propagan las plagas que afectan al
monocultivo, se rocían pesticidas para su control, se contamina el aire, la
tierra, el agua, etc. y finalmente el ser humano. Y cuando nos morimos, las
lluvias llevarán los venenos a las napas y volverán a los consumidores finales.
¿Por qué la agroecología de nainu?
Nosotros los seremos humanos, aun siendo una
estirpe social, siempre somos parte de la naturaleza, porque venimos y vivimos
de ella y seguiremos siendo una especie biológica más dentro del concierto de la
diversidad natural conformada por millones de organismos (Toledo,
Barrera-Bassols, 2008).
La conversión de bosques naturales a bosques
agroforestales ha sido una antigua práctica en las regiones tropicales del
mundo. Dicho proceso implica cambios en la composición original de los bosques
a fin de crear “jardines forestales” a través del manejo de las especies arbóreas
y la introducción de hierbas y arbustos útiles como los cultivos comerciales
(café, cacao, canela, especias, caucho, pimienta, vainilla) (Castillo, 2001;
Toledo, Barrera-Bassols, 2008).
El sistema constituye una manera de reconstruir los
bosques naturales mediante la asociación del cultivo con plantas silvestres y
cultivadas, con la finalidad de mantener las características estructurales y
los procesos ecológicos de los bosques naturales, a beneficio de las
comunidades locales y manteniendo la diversidad biológica (Castillo, 2001).
Los sistemas agrícolas de nainu, no utilizan
venenos (agroquímicos), es agrodiverso, es decir, asociado a una gran
diversidad de especies forestales y vegetales, sustituye de una u otra forma al
bosque o sirven de cinturones para que lo agricultores gunas no avancen a los
bosques naturales de la cuenca alta (Castillo, 2001). Este sistema y los otros
sistemas agroecológicos indígenas, como el conuco, chinampas, waru waru, milpa,
entre otros, no son consumidores de energía y es sostenible, recicla la humedad
y fertilidad.
Además de lo anterior, estos sistemas
agroecológicos indígenas nos alimenta sanamente, eso es preservar la salud y
con ello evitamos enfermedades. Son alimentos medicinales. Al igual que las
plantas silvestres, cumplen con los dos principios, alimentarnos y sanarnos.
Cultivos como gualu, pi, gabidubaled (cultivos que se pierden), moe, oba, mama,
aswe, siagwa, entre otros cultivos, son alimentos sanos cultivados
orgánicamente.
El dilema de hoy… especie biocultural
Este
año celebramos el Año Internacional de los Suelos, uno de los principales
objetivos es crear conciencia sobre la importancia de los suelos para asegurar
la alimentación y la nutrición. Pero ¿qué podemos hacer para llevar a cabo la
protección de nuestros suelos y garantizar un futuro sostenible y humano con
seguridad alimentaria?
El
28 por ciento de las tierras agrícolas del planeta producen cultivos y muchos
de ellos al final van a las basuras como
algo despreciable, es decir, no se aprovechan. Según la FAO (2013), en
el proceso se desperdician 250 km³ de agua, mientras que la huella de carbono
de los alimentos producidos y no consumidos se estima en 3,3 gigatoneladas de
CO2. Con un 33 por ciento de los suelos del mundo degradado, es hora de detener
el desperdicio de alimentos y comenzar a devolver algo al suelo.
Esto
no solo conduce a importantes pérdidas económicas, sino que los recursos
naturales utilizados para cultivar, procesar, embalar, comercializar y transportar
nuestros alimentos también se desperdician, con el consiguiente aumento en vano
de emisiones de gases de efecto invernadero (FAO, 2013).
Esta situación nos crea hoy un dilema capital a la
escala de especie entre una porción de la humanidad que recuerda y otra que
olvida, entre un sector que innova para enriquecer la diversidad natural biológica
y cultural del mundo y otra que, si bien también crea nuevas formas, esas terminan
destruyendo esa diversidad biocultural que representa la memoria de la especie
(Toledo, Barrera-Bassols, 2008).
Para enfrentar el futuro
amenazado no solamente por los propios conflictos al interior de la sociedad
humana sino de sus relaciones con la naturaleza (el cambio climático, la
biodiversidad amenazada, el agotamiento de las reservas de agua, el agotamiento
de las reservas pesqueras, la deforestación tropical y otros fenómenos, dan fe
de ello), la especie humana está obligada a implementar mecanismos de recuperación
o revaloración de autoconocimiento que le permitan erigir formas democráticas y
justas de autocontrol como población biológica (Castillo, 2001, Toledo, Barrera-Bassols, 2008).
Con ello se vuelve necesaria la construcción del
conocimiento agroecológico de nainu o indígena con base en los conocimientos
locales o tradicionales de los pueblos indígenas y campesinos. Es el saber,
habilidades y filosofías que han sido desarrolladas por pueblos de larga
historia de interacción con su ambiente.
Los pueblos indígenas han enseñado al mundo que
debemos ser responsables y tener conciencia con los cultivos, su diversidad
agrícola, el suelo, agua y espiritualidad. Es decir, tomar conciencia sobre la
problemática agrícola, sus causas y la necesidad de la incorporación de los
principios agroecológicos, con una óptica sistémica y holística, podrá asegurar
una producción de alimentos ecológicamente adecuada, económicamente viable y
socialmente justa para nosotros y para las futuras generaciones (Sarandón y
Flores eds., 2014).
Reconocer y recuperar la
memoria biocultural de la humanidad es una tarea esencial, necesaria, urgente y
obligada. Ello permitirá la visualización, construcción y puesta en práctica de
una alternativa democrática y moderna, que no destruya la tradición y el saber de los pueblos indígenas, sino que
conviva, coopere y co-evolucione con ellas.
Cuando respetemos al suelo, al agua, al ambiente,
respetamos el amor de la madre tierra. El alimento cultivado con amor, llega al
cuerpo elevando nuestro espíritu, nuestra identidad, amamos más a la tierra y a
nosotros mismos - somos una especie biocultural.
Referencias:
Castillo, G., 2001. La Agricultura de “nainu” entre los Kunas
de Panamá: Una Alternativa para el Manejo de Bosques Naturales. Etnoecológica Vol. 6 No. 8,
84-99 pp.
FAO, s/f. Biodiversity and Nutrition a Common Path.
Nutrition and Consumer Protection Division. 18 p.
FAO, 2013. Food wastage footprint.
Impacts on natural resources. Summary Report. Food and Agriculture Organization
of the United Nations (FAO). 61 p.
Sarandón, S.J., Flores, C.C. (eds.), 2014. Agroecología: bases teóricas para el
diseño y manejo de Agroecosistemas sustentables. FACULTAD DE CIENCIAS AGRARIAS
Y FORESTALES, Universidad Nacional de La Plata. 466 p.
Toledo, V.M., Barrera-Bassols, N., 2008. La
memoria biocultural: La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. Icaria
editorial, s.a. 232 p.
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