Silvia Jiménez
“Hay
que cortar la mecha que arde antes que la chispa alcance la dinamita”. Walter Benjamin
En el 2016 se estrenó
“Antes que sea tarde”, un documental de Nat Geo donde el ambientalista y actor
Leonardo Di Caprio atraviesa el mundo para mostrar desde diferentes latitudes
cuáles han sido los efectos de largos años de actividades del ser humano sobre
los ciclos de la naturaleza. La pregunta que surge es si ha sido el homo
sapiens sapiens, per sé, quien ha
dejado su huella marcada en esta era geológica. Lo cierto es, que debido al
cambio climático se han desatado diversos movimientos ambientalistas de todos
los idiomas y colores, cada uno con una bandera diferente defiende su idea de
naturaleza y critica sus posibles causas, lo que es una notable desarticulación
que llega a divagar dentro de un idealismo incapaz de resolver la ingente
problemática. Las luchas dadas han llegado a llamar la atención de gran parte
de la población mundial, lo cual ha sido positivo al lograr la indignación,
pero es evidente que ha sido insuficiente para promover acciones reales y
contundentes.
En un primer escenario
se encuentra la conciencia ecológica que imprime la institucionalidad, atribuye
la responsabilidad al sujeto y deja la solución al mercado. Entonces los
culpables del desastre, los seres humanos, deben someterse a los lineamientos
del sistema para salvar el planeta, soluciones como reciclar y pagar ecomultas
se encuentran en la lista de las alternativas para mitigar el impacto que ha
causado el ser humano a la naturaleza. Este es el pensamiento antropocéntrico,
propio de la conciencia ecológica burguesa que el sistema reproduce a través de
sus aparatos ideológicos, que busca dominar a la naturaleza.
Al otro extremo, intentando
ser anticapitalista hay una conciencia “pachamamista”, que indaga las causas
entre el ser humano y las instituciones que de manera visible contaminan aguas,
maltratan animales, talan árboles y queman bosques. Existe una gran variedad de
movimientos animalistas, pro-agua, pro-árboles, gran parte tomando como bandera
un elemento de la naturaleza como si éste fuera en sí mismo algo ajeno al
resto. La gran variedad de alternativas ecocéntricas conciben la naturaleza
como una divinidad superior al ser humano, es por eso que abogan por un retorno
al pasado, para recuperar costumbres y espacios que permitan reparar el daño y
para ello ven necesario desplazar la tecnología y la industria.
Las dos tesis se alejan
de llegar al fundamento de la crisis. Es evidente que las eco-reformas en la
superestructura de la sociedad solo mitigan una mínima parte porque atacan la
consecuencia mas no la causa. Reciclar es la solución que se le da a la
producción excesiva de basura, cuando la generación de tantos residuos responde
a la lógica del mercado y al consumismo que se ha globalizado, ya que el
sistema económico se ha inventado nuevas necesidades para los humanos que
consumen cada vez más energía, la cual sigue siendo no renovable y de cuyos
derivados provienen muchos contaminantes de las fuentes hídricas. Para dar otro
ejemplo, sembrar árboles es una gran ayuda para la reforestación, pero mientras
muchos siembran un árbol, en otros países las transnacionales queman bosques
para poder cultivar palma de aceite y fabricar productos de consumo que no
llegan a satisfacer las necesidades nutricionales de los humanos. La bandera de
la lucha ambiental no puede ser un analgésico para los problemas ya creados,
debe propender por la cura definitiva de la enfermedad, un sistema económico
que no garantice la reproducción de las condiciones materiales de la producción
está condenado al fracaso. El capitalismo se encarga de asegurar la
reproducción de las materias primas necesarias para su mercado, por eso en
diferentes países hablan de economías sostenibles. Sin embargo, sigue siendo
una visión neoliberal y antropocéntrica al querer buscar la dominación de la
naturaleza por el hombre. Bien lo dijo Marx: “la producción capitalista sólo
sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción
socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra
y el hombre.” [1]
Ambas tesis, tanto la
antropocéntrica como la ecocéntrica, abstraen al ser humano de su naturaleza.
El lugar del ser humano es dentro de la naturaleza, como un ser que evolucionó
conjuntamente con ella, que al igual que el resto de seres vivos forma parte de
un ecosistema que la taxonomía se encargó de clasificar, que le afectan las
mismas influencias ambientales que controlan la vida de muchas otras especies
con las que está relacionado por medio de vínculos evolutivos y que si se
llevan a cabo cambios ecológicos fundamentales, que no han sido producto de una
largo desarrollo, se pone en riesgo las condiciones de vida de todos los seres,
puesto que no se habrán adaptado al medio mediante un proceso de selección
natural de las modificaciones congénitas.
Entonces existe una
alienación de los seres humanos respecto de la naturaleza. La relación
humano-naturaleza está fracturada. Marx ya habría identificado esta ruptura
metabólica cuando escribió “El Capital”, al decir que “la producción
capitalista acumula, de una parte, la fuerza histórica motriz de la sociedad,
mientras que de otra parte perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra;
es decir, el retorno a la tierra de los elementos de ésta consumidos por el
hombre en forma de alimento y de vestido, que constituye la condición natural
eterna sobre que descansa la fecundidad permanente del suelo.” [2]
Entendiendo la ecología
como institución científica que forma parte de superestructura de la sociedad,
en el contexto actual es la infraestructura la que define directamente su
articulación, la cual sería ideológica. Es por eso que el pensamiento verde no
ha tenido triunfos y el problema ambiental es como una bola de nieve que crece
cada vez más. El capitalismo ideológicamente se mantiene y reproduce su idea
antropocéntrica del mundo. Lo cierto es que ecológicamente es insostenible y
por otro lado no existe una base teórica unificada con bases materialistas que
fundamente la avanzada verde.
Ni el capitalismo
controlando sus excesos con impuestos, ni los “ambientalistas” abrazando
árboles, ni las universidades reciclando van reparar la fractura que ha
provocado el mismo sistema económico. Paralelo a las acciones concretas que se
están haciendo por reforestar, defender acuíferos, evitar la pesca excesiva, la
caza de animales salvajes, la quema de bosques, el maltrato animal, etc., hay
que reorientar el debate y la lucha. Los intentos superficiales de salvar el
planeta alejan a la humanidad cada vez más de entender que esta era geológica
no ha sido marcada por el ser humano, que más allá es la era propia del
capitalismo, es el capitaloceno.
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