María Verónica Villa Arias
"¿Cómo es posible que, con menos
de un cuarto de toda la tierra agrícola del planeta, los pueblos y comunidades
campesinos provean casi 70% de la alimentación que nos mantiene con vida como
humanidad? Esos pueblos, comunidades y colectivos calumniados de obstaculizar
la modernización, despliegan una potencia que no se enfoca solamente en
arrancarle la comida a los suelos. Son quienes aún mantienen un tramado de
prácticas y saberes que persiste pese al embate modernizador de los gobiernos,
de las agencias de financiamiento y de las mega-corporaciones."
María Antonieta González y José Ángel Martínez,
migrantes de Carranza, Chiapas, retiran los tallos y empaquetan las cebollas en
Lamont, California Foto: David Bacon
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» LA AGRICULTURA INDUSTRIAL SE ENFOCA
SÓLO EN 12 ESPECIES. UN NUEVO CULTIVO BIOTECNOLÓGICO PUEDE LLEGAR A COSTAR 136
MILLONES DE DÓLARES. LAS REDES CAMPESINAS MANEJAN MÁS DE DOS MILLONES DE
VARIEDADES Y LAS DESARROLLAN SIN COSTOS COMERCIALES
El acuciante problema de la crisis de alimentación en el mundo se esboza en muchos lados como insuficiencia de alimentos pues la población crece exponencialmente y “no habrá comida que alcance”. Según los expertos, más de 800 millones de personas padecen hambre y más de la mitad de la humanidad tiene problemas relacionados con la alimentación. Quienes brindan una solución a esa crisis, quienes subsanan la subsistencia de la mayoría de la humanidad, son esos pueblos y comunidades campesinas, acusadas de atrasadas e ineficaces, los pueblos vernáculos del mundo.
El acuciante problema de la crisis de alimentación en el mundo se esboza en muchos lados como insuficiencia de alimentos pues la población crece exponencialmente y “no habrá comida que alcance”. Según los expertos, más de 800 millones de personas padecen hambre y más de la mitad de la humanidad tiene problemas relacionados con la alimentación. Quienes brindan una solución a esa crisis, quienes subsanan la subsistencia de la mayoría de la humanidad, son esos pueblos y comunidades campesinas, acusadas de atrasadas e ineficaces, los pueblos vernáculos del mundo.
Más del 90% de las y los agricultores
del mundo son campesinos e indígenas, pero acceden a menos de la cuarta parte
de la tierra agrícola mundial, según datos de GRAIN. Y sin embargo, con ello
producen entre el 50 y el 70 por ciento de la comida que mantiene viva a la
gente. Sustentos básicos (cereales, leguminosas, tubérculos) pero también
animales, frutas y hojas verdes que se distribuyen en mercados locales en
cantidades importantes, total o parcialmente al margen del mercado, y llegan a
sitios inaccesibles para los contenedores rodantes que distribuyen los paquetes
de alimentos procesados.
Si asumimos la perspectiva de Adolfo
Gilly sobre los historiadores a contrapelo que develan que casi la totalidad de
la actividad económica la realiza una inmensa mayoría de seres humanos sin
lugares prominentes en las cifras oficiales, ni en las inteligencias de derecha
o izquierda, ni en los liderazgos de opinión, ni en los debates entre élites,
es fácil comprender que la mayoría de la alimentación que nos mantiene con vida
la provee esa miríada de redes campesinas y urbanas de subsistencia, rompiendo
así el monopolio radical del pensamiento que presupone que sólo la industria
puede resolver el problema de alimentar a una población planetaria cada vez más
numerosa.
Se trata de pueblos con diversos
grados de autonomía, de soberanía en lo que permanece de sus mundos vernáculos,
pero también se trata —y esto es muy sorprendente— de colectivos que quieren
darle la vuelta a vivir comprando todo: organizaciones en el campo y en la
ciudad, personas y colectivos que de alguna forma quisieran ser como los
pueblos vernáculos.
El Grupo de Acción sobre Erosión,
Tecnología y Concentración (Grupo ETC) se planteó recientemente preguntas como
quién nos alimenta hoy, cuánta diversidad alimentaria tenemos y cuidamos, cuál
es el estado de los bosques, qué nos está ocasionando la industrialización de
la comida, cómo se usa la energía para producir alimentos, cuánta comida se
desperdicia, cuál es la relación entre trabajo, salud y producción industrial o
campesina. Y estas son algunas de las respuestas:
Hoy, con un cuarto de la tierra
agrícola a nivel mundial y con 30% de los recursos mecánicos, hídricos,
fertilizantes y combustibles, las redes de subsistencia (campesinos, pastores,
pescadores artesanales, recolectores y sus combinaciones), junto con la
agricultura urbana, producen mayor cantidad, diversidad y calidad de alimentos
que las cadenas de la agricultura industrial.
La agricultura industrial se enfoca
sólo en 12 especies. Un nuevo cultivo biotecnológico puede llegar a costar 136
millones de dólares. Las redes campesinas manejan más de dos millones de
variedades de plantas y animales, y los desarrollan sin costos comerciales. La
pesca industrial captura 360 especies y cultiva en cautiverio otras 600. Los
pescadores artesanales cosechan 15 mil especies de agua dulce y un número
desconocido de especímenes marinos. Más de mil quinientos millones de
habitantes se alimentan de pesca no comercial.
El mercado de productos maderables
promueve plantaciones de 450 especies mientras que los habitantes de los
bosques cuidan más de 80 mil tipos de árboles, arbustos, trepadoras y plantas
medicinales.
Se calcula que mil 600 millones de
personas habitan esos espacios “ociosos” que el capital no ceja en agredir para
meterlos al mercado de tierras. 80% de las poblaciones de los países en
desarrollo acuden, para satisfacer o complementar sus necesidades terapéuticas,
a plantas crecidas en los bosques, selvas y humedales o cultivadas en
traspatios, balcones o azoteas. Estos lugares “subutilizados” son clave para
enfrentar el caos climático por su capacidad de absorción de gases
contaminantes.
La comida procesada ha ocasionado que
desde 1950 se pierda infinidad de nutrientes del suelo; que las dietas se uniformen,
que la diversidad se reduzca, y que haya un aumento dramático de enfermedades
crónicas como obesidad y diabetes, hipertensión, y ciertos tipos de cáncer relacionados
con la alimentación.
La emisión de gases con efecto de
invernadero provenientes de la alimentación industrial (con los desmontes para
monocultivos, el uso de fertilizantes —cuya fabricación es origen de gases en
sí misma— el transporte, el embalaje, la refrigeración y la basura resultante)
dan cuenta de un 50% de los gases que ocasionan el calentamiento planetario.
Casi 80% del agua dulce disponible en
un año se utiliza en agricultura industrial y procesado de alimentos. El agua
de este procesado industrial de alimentos y bebidas en un año podría cubrir las
necesidades domésticas de 9 mil millones de personas.
Entre 33 y 40% de la comida producida
con agricultura industrial se desperdicia cada año por los estándares de
producción, en la transportación y almacenamiento, en los procesos de
producción y en los hogares donde llega no se consume.
Más de dos mil millones de personas
en el planeta tienen deficiencias nutricionales y más de 400 millones tienen
sobrepeso u obesidad. El consumo de carne en los países ricos rebasa en más de
dos veces las recomendaciones de la Organización Mundial de Salud. Por cada
dólar que pagamos en comida industrial, la sociedad planetaria paga otros dos
dólares en remediar desastres ambientales y enfermedades.
¿Cómo
es posible que, con menos de un cuarto de toda la tierra agrícola del planeta,
los pueblos y comunidades campesinos provean casi 70% de la alimentación que
nos mantiene con vida como humanidad?
Esos pueblos, comunidades y
colectivos calumniados de obstaculizar la modernización, despliegan una
potencia que no se enfoca solamente en arrancarle la comida a los suelos. Son
quienes aún mantienen un tramado de prácticas y saberes que, pese al embate
modernizador de los gobiernos, de las agencias de financiamiento y de las
mega-corporaciones, persiste a veces como aparente inercia, con una
reflexividad impresionante, en el flujo del desastre, en medio de la vorágine y
la incertidumbre.
El tramado de cuidados que sostienen
al mundo no se reduce a sembrar y cosechar “cosas que se coman”. En México, los
pueblos campesinos no sólo conservan el maíz (cuyo futuro es objeto de debates
mundiales). Los pueblos campesinos son quienes resguardan la diversidad de
bosques, y con ellos, los ciclos del agua y del aire, y en esos territorios
cuyo eje es la milpa, las comunidades tienen la posibilidad de negarse al extractivismo
y la imposición de megaproyectos. Así que los pueblos vernáculos de México no
sólo arrancan alimentos a la tierra. Con sus pertinentes relaciones con sus
territorios, que se materializan en lenguas, modos, ropas, músicas, ritos,
celebraciones, organización, luchas, los pueblos de México son núcleo de
soberanía nacional.
Conocimos hace poco en Holanda un
“bosque comestible”: en dos hectáreas de tierra yerma, destruida por la
agricultura industrial, alguien removió el suelo, construyó declives y se puso
a reunir especies de latitudes hermanas, de lugares separados por glaciaciones,
por el aumento de los océanos, por desertificación, por reacomodo de las placas
tectónicas; pero también separados por guerras o tratados de paz, o lugares con
especies extinguidas por revoluciones verdes, por agricultura comercial y por
mera urbanización. Comenzamos la caminata por el bosque comiendo rosas de
Mongolia, directas del rosal. Seguimos con manzanas silvestres de Azerbaiján,
membrillos de Turquía, peras japonesas; recogimos para la cena unos 20 tipos de
hongos; para el desayuno, avellanas, moras rojas, negras, grandes, chicas,
ácidas, dulces; kiwis, nueces, castañas, grosellas. Había frijoles silvestres
de varios tipos, almendras, higos, lentejas… Ese bosque brinda según temporada
más de 400 especies comestibles. Tiene más especies de insectos y aves que los
parques naturales holandeses. Lo que pide este lugar, dicen sus propiciadores,
es acompañar los procesos libres que hacen los bosques para crecer y mantenerse.
En 6 años ocurrieron procesos que quienes hicieron este bosque esperaban en 10
o más años. Están abriendo el entendimiento para alimentarse de otros cultivos
además de los 12 “más famosos” en los que se enfoca el sistema industrial de
producción de alimentos. Calculan que el ciclo de restauración total de los
bosques puede reducirse 50 años de lo que ahora se piensa.
Acá en México, durante la
presentación de un libro con recetas de platillos elaborados con lo que hay en
la milpa “estándar”, un campesino mixteco de Oaxaca dijo que estamos
acostumbrados a ver al bosque como algo muy grandioso y a la parcela campesina
como algo pequeño en comparación. Dijo que la milpa es precisamente un bosque
donde convive todo, lleno de matices y de espesura, donde todos los seres
pueden existir y potenciarse.
Entre 1992 y 2010 el Estado mexicano
dirigió una cruzada contra la propiedad colectiva de la tierra, una campaña
nacional para que las tierras de cultivo se “regularizaran” en títulos de
propiedad individuales, y que toda esa tierra entrara en el mercado, junto con
la proletarización de sus habitantes. A la vuelta de 20 años, mucho menos del
30% de los campesinos registró sus tierras a título individual para poder
venderlas, lo que tiene francamente intrigado al Banco Mundial.
En México se siembran y cosechan casi
22 millones toneladas de maíz, de las cuales 14 millones de toneladas se
cultivan con semillas que provienen de la cosecha propia, en tierras
colectivas. Más de 8 millones de toneladas se destinan a la subsistencia de las
comunidades sin pasar por el mercado, señala la investigadora Ana de Ita. Eso
es sumamente subversivo.
Tal vez es un momento de la historia
en que ya no estudiamos las dinámicas económicas campesinas como parte de una
etnografía de los sistemas económicos “alternos” o “subalternos”, o en el
registro de aquello que está por extinguirse. Es muy visible, muy evidente, el
proceso de reflexiones y de acciones desde lo profundo de las comunidades
vituperadas, calumniadas de ineficaces, desgarradas por las migraciones, arrinconadas
en las mega-urbes.
Aún sigue sin comprenderse plenamente
la distinción que hizo Iván Illich sobre la subsistencia autónoma (con sus
límites y sus problemas a resolver) y la miseria en la que caemos cuando se nos
imponen los planes de desarrollo, las tecnologías, la modernización, y lograr
ese entendimiento es una tarea urgente.
Andrés Barreda dijo al resumir una
discusión de la Red en Defensa del Maíz en 2016:
“La resistencia campesina tiene un claro significado universal para toda la humanidad porque defiende y muestra el sentido de la subsistencia autónoma, de la posibilidad de ser libre manteniendo relación con la tierra, con el territorio. Pero tiene un significado más, referido al peor drama de nuestro tiempo, el peor drama que vive toda la humanidad en el momento actual, que es el de la ruptura entre naturaleza y sociedad. Ruptura que tiene a la humanidad no sólo al borde del cambio climático, la tiene al borde de desaparecer.
“La resistencia campesina tiene un claro significado universal para toda la humanidad porque defiende y muestra el sentido de la subsistencia autónoma, de la posibilidad de ser libre manteniendo relación con la tierra, con el territorio. Pero tiene un significado más, referido al peor drama de nuestro tiempo, el peor drama que vive toda la humanidad en el momento actual, que es el de la ruptura entre naturaleza y sociedad. Ruptura que tiene a la humanidad no sólo al borde del cambio climático, la tiene al borde de desaparecer.
“La separación entre sociedad y
naturaleza, que avanzó durante siglos, en los últimos 80 años alcanzó niveles
brutales que ponen en peligro la vida de todos los seres humanos. Los
campesinos son quienes detentan en vivo y en directo qué significa la relación
entre la sociedad y la naturaleza. Es muy importante subrayar este punto para
percibir de otra manera la situación de guerra social en la que estamos
hundidos. Los campesinos se sienten solos. Los indígenas se sienten solos en
sus territorios. Imagínense cómo se sienten 9 millones de compañeros indígenas
que ya se fueron a trabajar como jornaleros, lejos de sus tierras, a los
ranchos de agro-exportación. Sobre todo, los que caen en ranchos en los
desiertos, nadie puede escaparse de allí. Cómo se sentirán los obreros, sin el
sentido de organización comunitaria de las comunidades campesinas; cómo se
sienten las mujeres víctimas de asesinatos masivos. O cómo se sienten los
jóvenes que no tienen ni en el campo ni en la ciudad —ni en la tierra ni en el
cielo— ninguna oportunidad de nada.
“Todos nos estamos sintiendo solos,
pero los campesinos tienen un fuego entre las manos. Es la relación con la
naturaleza. Tienen la brújula de cómo se compone el mundo. Si algo define al
capitalismo, es que separa a la sociedad respecto de la naturaleza. Y esta
separación está llegando a un nivel que implica el suicidio de la humanidad. En
esta situación de suicidio civilizatorio, la vida campesina tiene algo que sí
es significativo para toda la humanidad: la única posibilidad de futuro.”.
–––––––––––
María
Verónica Villa Arias (del
Grupo ETC) presentó una versión más amplia de este texto en Cuernavaca en el
simposio “Iván Illich: lo político en tiempos apocalípticos”, agosto de 2016.
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