Por Camilo Salvadó
Idioma Español
País Internacional
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"Debemos cuidarnos de la
amenaza real, biológica del Coronavirus, pero también estar en guardia contra
su “fantasma biopolítico”. Debemos estar al tanto de las noticias y eventos,
por supuesto, pero sin dejarnos dominar por el miedo, y siendo críticos con
tanta información exagerada o decididamente falsa que nos puede saturar".
De Imperios, virus
y fantasmas
Hace tan solo
unos meses, incluso semanas, resultaba inconcebible que “algo” tan pequeño y al
parecer tan insignificante como un virus, pudiese generar una profunda crisis,
así como bruscos e igualmente profundos cambios en la economía mundial
capitalista. Pero así fue. Todo cambió, pero, como veremos luego, nada ha
cambiado en realidad.
A excepción de
los habitantes de la provincia de Wuhan, en China, hace pocos meses los
pobladores de todo el mundo nos creíamos a salvo del llamado “Coronavirus”
(SARS 2 o COVID-19). Lo veíamos como un problema muy lejano, algo que empezó y
terminaría en China. Pero no fue así. El virus se extendió por todo el mundo,
al grado que hoy es llamado “pandemia”.
A estas alturas
puede resultar un aburrido lugar común –utilizado ya por varios autores de
forma facilona– empezar un texto con las palabras “Un fantasma recorre
Europa...” o incluso “Un fantasma recorre el Mundo...”. Sin embargo, así es.
Junto a la realidad concreta y biológica del Coronavirus, está otra realidad,
un “fantasma biopolítico”, si así se quiere.
Elegimos hablar
de un “fantasma biopolítico” en este sentido: no es real, no tiene una realidad
concreta y biológica como el Coronavirus mismo. Por el contrario, este
“fantasma biopolítico” está conformado de vagos temores al “enemigo interno”,
de un nebuloso racismo reciclado para el siglo XXI y de una pizca de
anticomunismo –o en otros casos, de sentimiento “anti yanqui”– de mediados del
siglo XX.
Ese “fantasma
biopolítico” se mueve en el terreno de las “teorías” –a falta de un mejor
nombre– que intentan explicar la pandemia, sin lograrlo, como resultado de
acciones humanas intencionales. No es este el espacio ni el momento para
revisarlas y descartarlas una por una, pero mencionemos de pasada la sopa de
murciélago, los castigos divinos, un ataque biológico de parte de un grupo
ecoterrorista, del gobierno Chino o bien del gobierno de EEUU.
El nebuloso
cuerpo de este “fantasma biopolítico” está conformado por un bizarro desfile de
delirantes teorías de la conspiración, dentro de las cuales francamente lo
único que hizo falta fue acusar del Coronavirus a los extraterrestres, o bien a
un ataque biológico realizado en coordinación por la alianza maligna entre
fabricantes de papel higiénico y fabricantes de mascarillas.
Sin embargo,
este “fantasma biopolítico” también llega a tener una dimensión y existencia
concreta, como podemos ver en las acciones de muchos gobiernos en todo el
mundo, incluyendo el gobierno de Guatemala, que si bien han tomado acciones que
son correctas desde el punto de vista sanitario, también tienen un plano
militar o contrainsurgente, que se evidencia en el vocabulario de “guerra
contra el Coronavirus” y otras expresiones similares, además de toques de queda
y otras medidas como el cierre de fronteras (para las personas, por supuesto,
pero jamás para las mercancías).
Sobre el fin del
Capitalismo
Varios analistas
de renombre mundial han analizado recientemente el Coronavirus desde distintas
perspectivas, muchas de ellas opuestas. Algunas de las más radicales fueron
descartadas tal vez demasiado pronto. Así, mencionemos por ejemplo a Slavoj
Zizek, para quien el Coronavirus es ni más ni menos que un golpe mortal al
corazón mismo del capitalismo.
Aunque
compartimos que sin duda alguna el Coronavirus fue un golpe muy duro para la
economía mundial capitalista, no creemos que sea un golpe mortal. Sin embargo,
creemos que es demasiado pronto para descartar la opinión de Zizek sin más.
Después de todo,
dicho autor en ningún momento aseguró que el fin del capitalismo estaba a la
vuelta de la esquina, ni que iba a suceder en semanas o meses. Solo el tiempo
dirá si Zizek estaba equivocado (en ese caso el Coronavirus será derrotado) o
estaba acertado. En tal caso, el virus podría ser, por ejemplo, el primero de
varios eventos desencadenantes del colapso del capitalismo mundial.
Estamos más
próximos a los postulados de Judith Butler o de Naomi Klein, quienes afirman
con toda razón que la crisis de la pandemia del Coronavirus será más bien
aprovechada por las clases y grupos dominantes para reforzar y renovar el
sistema capitalista. Esto puede verse ya por igual en los gobiernos
abiertamente autoritarios como en aquellos más preocupados por guardar las
apariencias democráticas.
Esto ha podido
comprobarse en todo el mundo (y también en Guatemala), ya que
independientemente de su origen real, intencional o no, el Coronavirus ha sido
aprovechado para dar prebendas y ventajas a los más ricos, así como para
incrementar la explotación de los trabajadores y trabajadoras, y para reforzar
el control de la población en general.
Entre muchos
otros ejemplos, podemos mencionar el nefasto papel del gobierno de USA, el cual,
en lugar de colaborar con los esfuerzos mundiales contra el Coronavirus,
refuerza las sanciones económicas y las presiones políticas contra sus enemigos
de turno (China, Irán, Venezuela), sin descartar opciones militares, o bien se
dedica a financiar soluciones como vacunas producidas exclusivamente para ese
país, y a prohibir la exportación de insumos médicos al resto del mundo.
¿Qué decir del
imparable envío de deportados (muchos de ellos ya contagiados del Coronavirus)
a sus países de origen? Y su primera parada será, como ya es sabido, Guatemala,
el mal llamado “tercer país seguro”, que no cuenta con la capacidad para
brindar atención sanitaria decente a sus pobladores, mucho menos a los
deportados de otros países.
Desde otra
perspectiva, se puede decir que el Coronavirus es algo así como el “sueño
húmedo” de todo gobernante: trabajadores obedientes que acuden dócilmente a las
fábricas o a las fincas a ser explotados sin chistar, para luego correr a
encerrarse a sus casas, sin tener tiempo ni ánimos para salir a protestar. Es
por ello que afirmamos antes que con el Coronavirus todo cambió, pero nada ha
cambiado en realidad.
Sobre el origen
real de la pandemia, la siempre interesante Vandana Shiva nos ilustra en el
sentido de que sí tienen que ver algo los murciélagos (pero no en la forma del
mito racista de los chinos y su sopa de murciélago). En tema pasa en realidad
por la deforestación y devastación ambiental causada por el modelo
agroindustrial y extractivo, que despoja a muchas especies vivientes de sus
territorios para dedicarlos a la producción capitalista. Esto hace que los
seres humanos entren en contacto con otras especies animales (monos,
murciélagos y otros), portadores de virus para los cuales no tienen defensas.
Otra forma de
decir lo mismo, es la afirmación de David Harvey, quien indicó, en broma
–aunque no deja de tener un sentido muy serio– que “el COVID-19 constituye una
venganza de la naturaleza por más de cuarenta años de grosero y abusivo
maltrato a manos de un violento y desregulado extractivismo neoliberal”. O
incluso la pregunta de Gabriel Markus “¿Es el coronavirus una respuesta inmune
del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres vivos
por codicia?
Del Coronavirus en
el Abya Yala
Se proponen aquí
algunas pinceladas sobre la coyuntura regional para los primeros cuatro meses
del año 2020. Se intentó, sin mucho éxito, abstraernos del tema de la pandemia
generada por el Coronavirus, COVID-19 o SARS 2. Abstraernos, en el sentido de
ver o imaginar un “más allá”, un “después” de la pandemia, no en el sentido de
cerrar los ojos ante su realidad concreta, biológica –en el peor estilo de
Trump o Bolsonaro–. Pero ya volveremos a ello en su momento.
Por ahora
mencionemos lo que ya es, o ya debería ser, obvio: del anunciado fin del
capitalismo, nada. Ni señas. Al menos no por el momento. Por el contrario, lo
que se ha visto es más de lo mismo, incluso un reforzamiento de las bases del
capitalismo: la explotación y la represión. Por ejemplo, en el Abya Yala
(América Latina), según el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica,
se han visto respuestas gubernamentales diversas ante el Coronavirus, aunque
también algunas constantes.
Una de las
constantes observadas por CELAG es que los gobiernos de ideología más
conservadora y/o que enfrentaron recientemente protestas (como Brasil, Ecuador,
Bolivia, Chile, Colombia) se han decantado por medidas autoritarias y
militaristas, como toques de queda, estados de excepción, suspensión de
elecciones u otras votaciones, y otras medidas similares, tendientes sin duda a
controlar el virus, pero también a mantener el control sobre la población.
Políticas
sanitarias, más o menos acertadas, para controlar el peligro real, biológico
del virus, se confunden con políticas más orientadas a combatir lo que hemos
llamado el “fantasma biopolítico” del Coronavirus”. En otras palabras, el uso
del virus, o más bien del miedo al virus, como excusa para el control social y
la represión. Políticas con poca o mucha pertinencia sanitaria, pero orientadas
a “recrudecer los ataques a la oposición, para desvanecer la protesta popular y
para mostrar músculo represivo” (CELAG).
En ese sentido
se pueden interpretar la suspensión de las elecciones, el toque de queda y los
ataques en medios a periodistas y opositores por parte del actual gobierno de
Bolivia. O el toque de queda y la vigilancia militar y policiaca decretados por
el gobierno de Ecuador (eficaces como medidas de control social, ineficaces
para frenar la pandemia). O los previsibles toques de queda y suspensión del
plebiscito constituyente pactado hace unos meses, decretados por el gobierno de
Chile.
Para Colombia y
Brasil también hay diferencias y similitudes. El gobierno de Brasil, siguiendo
el ejemplo del gobierno de EEUU, optó por abstraerse a la realidad del
Coronavirus, en el peor sentido de la expresión: primero negar, y luego
restarle importancia (a diferencia del gobierno de Colombia, que tomó medidas
sanitarias tempranas). Ambos son similares en cuanto a sus políticas económicas
que solo favorecieron a las élites, y en su insistencia en no cooperar con
Venezuela, con quien ambos comparten fronteras, siguiendo, como ya se sugirió,
los dictados del “emperador”.
A la fecha,
según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el continente Americano
concentra alrededor del 40% de los contagios mundiales, ubicándose un 4% en
América Latina o Abya Yala, siendo los más afectados Brasil, Chile,
Ecuador y México (en ese orden). Si bien es un porcentaje aún bajo, no deja de
ser preocupante, conociendo que la región invierte en promedio, 2% del PIB en
salud (la OMS recomienda un 6%).
Se pronostica
una grave recesión regional, con una caída del PIB de hasta 4%, dependiendo de
cómo cada gobierno afronte la crisis. En palabras de la CEPAL “aplanar la curva
de contagios requiere medidas que reduzcan los contactos interpersonales, lo
que generará contracción económica, paralizará actividades productivas y
destruirá la demanda agregada/sectorial”.
Por su parte, el
Anawak –Centroamérica, o si se quiere, Mesoamérica– no es inmune a
ninguna de las dinámicas mencionadas. No es inmune al virus en términos
concretos, biológicos. Tampoco es inmune al “fantasma biopolítico”, el miedo al
contagio y su uso como pretexto para la represión. Y desde luego, no es inmune
a las otras dinámicas ya mencionadas, como la escasa inversión en salud o las
medidas económicas que solo beneficiaron a los más ricos.
Un detalle
interesante señalado por el CELAG, es que el grado de rechazo o apoyo de la
población hacia los distintos gobiernos de la región, parece estar marcado por
la rapidez con que actuaron frente al Coronavirus. Así, el gobierno populista
de México es criticado por su aparente lentitud e inacción, pese a haber
seguido al pie de la letra y a tiempo las recomendaciones de la OMS, además de
contar con capacidad farmacológica y sanitaria comprobadas.
El populista y
autoritario gobierno de Nicaragua, que ha recurrido con frecuencia a la
represión contra opositores, en esa ocasión no ha decretado cuarentena ni toque
de queda. Justo es decirlo, en años anteriores ha enfrentado con éxito otras
pandemias (como el dengue). Sin embargo, las pocas medidas que implementa
actualmente, como la preparación de más de 200 mil brigadistas de salud, han
sido criticadas por su aparente improvisación y predecible ineficacia.
En el campo de
los populismos de derecha, encontramos por ejemplo al gobierno de El Salvador,
que goza de apoyo por sus medidas tempranas, aunque no todas con orientación
sanitaria (cierre total de fronteras, cuarentena obligatoria, restricciones a
la movilidad interna, incluso un posible pacto no oficial con las maras).
Dicho gobierno
al menos ha tomado algunas medidas económicas de alivio a los más pobres,
contrario a los gobiernos de Honduras, Panamá y Guatemala, no solo aliados y
beneficiarios de los grupos empresariales, sino también afectos a las medidas
autoritarias y militarizadas de control social (como los Estados de excepción),
las cuales se aplicarán previsiblemente sin mayor oposición o resistencia,
debido a la pandemia.
La pandemia en la
finca: desalojos y Estados de excepción
En un texto
anterior comparábamos algunos populismos de derecha e izquierda en el Abya
Yala (Latinoamérica) y el Anawak (Centroamérica). Con algunas
diferencias en las políticas sanitarias, más o menos eficaces dependiendo de
cada gobierno, en general se han combinado dichas medidas con otras más
destinadas al control social, y con apoyos económicos a quienes menos los necesitan.
En términos
generales, ese también ha sido el caso del actual gobierno de Guatemala,
conformado principalmente por el partido oficial VAMOS, y presidido por A.
Giammattei. Para ser justos y no faltar a la verdad, debe decirse que dicho
gobierno ha gestionado con un éxito razonable la crisis del Coronavirus, en
términos sanitarios. Una de las posibles razones para ello es que el presidente
es médico de profesión y se ha asesorado por otros médicos especialistas, en
especial epidemiólogos.
Otra razón del
razonable éxito gubernamental en la contención del Coronavirus, ha sido el
actuar de los trabajadores de salud a todo nivel, que no queremos llamar
“heroico” para no caer en lugares comunes. Sin embargo, dicho adjetivo no
estaría descaminado toda vez que estas personas han afrontado los contagios y
otros problemas con un sistema sanitario y hospitalario que ya estaba rebasado
y colapsado desde mucho tiempo antes de la actual crisis.
La otra cara de
la moneda es que, siendo un gobierno de derechas, ha optado por tomar medidas
de apoyo económico, pero principalmente para grupos empresariales. Así ha sido
analizada, por ejemplo, la lógica subyacente al toque de queda decretado, ya
que permite que los trabajadores se desplacen a sus sitios de trabajo, como
fincas, maquilas, fábricas, supermercados y otras, pero los penaliza si aún se
encuentran en la calle después del toque de queda (sin tomar en cuenta que esto
se debe a que muchas empresas no les permiten salir antes de tiempo).
Ya desde sus
primeros discursos relativos al Coronavirus, el presidente apeló constantemente
a la buena voluntad y a los valores cristianos de los empresarios. Sin embargo,
no ha tomado ninguna medida concreta para prohibir, por ejemplo, los despidos,
los desalojos o los cortes de servicios durante la crisis. Por el contrario,
algunas de las medidas tomadas incluso permiten, por ejemplo, a los empleadores
suspender los contratos vigentes sin ningún problema.
Otra
problemática que revela con claridad el carácter de las relaciones entre las
clases dominantes y el gobierno actual, son los desalojos agrarios en curso.
Este es un problema preocupante desde varios puntos de vista, que no tocaremos.
Por el momento, no nos vamos a meter a las profundidades históricas
relacionadas con el despojo agrario de siglos contra indígenas y campesinos.
Tampoco vamos a
cuestionar la evidente injusticia de los cuerpos legales vigentes, que permiten
-por omisión- la privatización de tierras comunales al mismo tiempo que
criminalizan a las comunidades e individuos que defienden sus derechos a dicha
tierra, calificándolos -a ellos sí- de usurpadores. Tan solo queremos señalar
un punto relacionado con la actual crisis por el Coronavirus.
Una de las
principales medidas que el gobierno aconseja y obliga a acatar, es permanecer
dentro de nuestras viviendas una considerable parte del día. ¿Qué sentido puede
tener, entonces, expulsar a cientos de familias de los terrenos que ocupan para
cultivar algunos alimentos y construir precarias viviendas? ¿Qué perversa
biopolítica puede poner a la propiedad privada y a la producción de
monocultivos por encima de la vida de esos cuerpos, esas familias que quedan
sin vivienda, a la intemperie, expuestos al Coronavirus, a otras enfermedades,
al hambre?
La continuidad
entre los gobiernos anteriores y el actual se evidencia en que, con o sin
Coronavirus, los desalojos no se han detenido. En efecto, se vive la misma
oleada de desalojos desde finales del año pasado. No se ha detenido, A lo largo
de los primeros cuatro meses de este año se han documentado al menos una
veintena de desalojos agrarios y otras agresiones vinculadas (según fuentes
comunitarias la cifra real es mayor).
Antes de la
cuarentena, los desalojos eran ejecutados por cuerpos armados estatales,
apoyados por cuerpos armados privados. Ahora, en teoría dichos desalojos
estarían suspendidos en razón de la crisis del Coronavirus. Pero la realidad es
otra: las mismas empresas agroindustriales y familias terratenientes están
realizando sus propios “desalojos privados” (ilegales), sin que los gobiernos
locales ni el gobierno central les detengan.
Dentro de los
casos documentados por las Comunidades en Resistencia de Sierra de las Minas,
tenemos los desalojos ejecutados en las Verapaces desde finales del año pasado
hasta la fecha. Entre las comunidades agredidas, se cuentan Rincón San
Valentín, Dos Fuentes, Washington, Chiquiwistal y San José El Tesoro (Purulhá,
Baja Verapaz), Chicoyoguito, Río Cristalino, Sapatá y varias comunidades de
Panimá (Cobán, Alta Verapaz).
Festivales
Solidarios y otras fuentes comunitarias han documentado las agresiones contra
la comunidad Sechaj (Raxruhá, Alta Verapaz) cuyos pobladores luchaban contra
violaciones laborales por parte de una empresa de palma africana relacionada
con el llamado ecocidio del Río La Pasión en 2017. Sin embargo, ahora la
empresa es la que demanda a los pobladores, e incluso uno de los líderes fue
encarcelado a inicios de abril.
La misma empresa
de palma africana, violó igualmente los derechos laborales de campesinos de la
comunidad Santa Elena (Sayaxché, Petén), quienes en enero de 2020 ocuparon
pacíficamente un terreno de la empresa para presionar por el cumplimiento de
sus derechos. El 13 de abril, fuerzas armadas privadas de la empresa intentan
realizar un desalojo ilegal, disparan contra los comunitarios y hieren a uno de
ellos.
En el mismo
departamento, a inicios de febrero de este año, comunitarios de Laguna Larga
que ya habían sido desalojados en el año 2017 y se asentaron en la línea
fronteriza con México, fueron hostigados por grupos armados que amenazaron con
desalojarlos. A esto se une el problema de los incendios en la Reserva de la
Biósfera Maya, muchos de los ligados a la expansión de la ganadería, según han
reportado fuentes comunitarias.
En la comunidad
Entre Ríos de Puerto Barrios, Izabal, una mujer viuda que ha residido desde
hace 40 años en un terreno dentro de la Finca Arizona (propiedad de una empresa
bananera de triste memoria en el departamento), recibió el 3 de enero 2020 una
carta de desalojo de parte de dicha empresa. Posteriormente, el 15 de febrero,
trabajadores de la empresa les trasladan a las oficinas y le obligan a firmar
una supuesta acta de desalojo voluntario (todo lo cual es abiertamente ilegal).
En la Costa Sur,
se reportó el desalojo de la comunidad El Aguacatillo (Puerto San José,
Escuintla) el 3 de marzo de 2020 por parte de agentes de la PNC. Los pobladores
resistieron, pero fueron finalmente desalojados. Se trata de unas 150 familias.
Luego del desalojo, cuerpos armados privados pasaron a ocupar el terreno.
Asimismo, el 5 de marzo se intentó desalojar a la comunidad Las Palmas
(Cuyotenango, Suchitepéquez). El desalojo se está reprogramando, mientras tanto
la PNC ya solicitó se implante un Estado de excepción para realizar el desalojo
con más facilidad y proteger a los agentes del Coronavirus.
Idéntica
solicitud realizó la Cámara del Agro (CAMAGRO) en el caso de tres fincas
privadas -Concepción, Cubilgüitz y Sequibal- ocupadas por campesinos en Cobán
(Alta Verepaz). La CAMAGRO no solo niega el carácter agrario de los conflictos,
sino también acusa a los pobladores tanto de “terroristas” como de “miembros
del crimen organizado” y por supuesto solicita un Estado de Excepción para
realizar más fácilmente los desalojos y para “no exponer a los elementos del
Ejército y la Policía a un riesgo de contagio en medio de la pandemia”.
En conclusión, y
más allá de la pandemia del COVID-19 o SARS 2, puede afirmarse que el gobierno
actual de Guatemala no es, desde ningún punto de vista, el producto de un
rompimiento o de una superación del gobierno del partido FCN, y del presidente
J. Morales. Del mismo modo que aquellos tampoco lo fueron respecto al gobierno
del PP y O. Pérez. Lo que puede percibirse son reacomodos y reforzamiento del
orden de cosas vigente.
Lo que se hace
evidente (con o sin Coronavirus) es que cada uno de esos tres sucesivos
gobiernos, ha sido a la vez causa y consecuencia de una forma muy particular de
lucha de clases -y perdón por la “herejía” de utilizar en pleno siglo XXI un
concepto tan anticuado como ese-. Nos referimos a lo que algunos analistas han
llamado pugna intraoligárquica. En otras palabras, la pugna o lucha entre
distintas oligarquías, o si se quiere, entre distintos sectores de las clases
dominantes.
Si bien dicha
pugna se ha resuelto en la forma de alianzas coyunturales en torno a eventos
como las elecciones y otros (por ejemplo, la crisis del Coronavirus), no se ha
solucionado -afortunadamente, diríamos algunos- en la conformación de un bloque
en el poder. En otras palabras, la creación de un bloque o alianza muy sólida,
irrompible, entre las distintas facciones de las clases dominantes.
Volviendo a una
idea ya planteada, podemos afirmar que el capitalismo ciertamente está herido,
pero no de muerte. Su fin aún está lejano, pero ya es más fácil imaginarlo. Ya
estamos viviendo los primeros ensayos. Es necesario pensar no solo en el
“después del Coronavirus”, sino también, y más importante, en el “después del
capitalismo”. Eso si, no para mañana ni pasado mañana.
Mientras tanto
¿Qué va a pasar después de Coronavirus? ¿Qué podemos hacer hoy y qué podemos
imaginar para el día de mañana? No contamos con dichas respuestas, pero algunas
cosas si están claras: la opresión y la explotación no se detuvieron, por lo tanto,
la resistencia tampoco debe hacerlo. La lucha por un mundo mejor, la política
de la vida (la biopolítica en el buen sentido), prosigue.
Nada de lo dicho
acá es nuevo. Ya lo han dicho muchos autores, ya lo han dicho en las
comunidades campesinas e indígenas. La solución pasa por cambiar radicalmente
nuestra relación con la naturaleza. Verla menos como “recurso natural” o
“riqueza”, y más como “Madre Tierra”. Cambiar las formas en que producimos,
consumimos y desechamos nuestros alimentos. Cambiarlo todo.
Si somos parte
de los “afortunados” que de una u otra forma cuentan con un techo para pasar la
pandemia, debemos, por supuesto, guardar todas las precauciones y cuidados
necesarios. Debemos protegernos nosotros y a nuestros seres queridos, pero sin
dejarnos derrotar.
Debemos cuidarnos
de la amenaza real, biológica del Coronavirus, pero también estar en guardia
contra su “fantasma biopolítico”. Debemos estar al tanto de las noticias y
eventos, por supuesto, pero sin dejarnos dominar por el miedo, y siendo
críticos con tanta información exagerada o decididamente falsa que nos puede
saturar.
Aprovechemos
estos días de encierro obligatorio para acercarnos a los nuestros. Para
reflexionar mucho sobre la libertad, la soberanía alimentaria, la lucha por la
vida. Para poner las cosas en orden, hacer ejercicio (si es posible), comer
bien (en la medida de lo posible), estar fuertes. Sembrar algunas legumbres, si
es posible, o al menos alguna plantita, alguna flor. Ya lo dijo el poeta:
“¿Acaso en vano venimos a vivir, a brotar sobre la tierra? Dejemos al menos
flores, dejemos al menos cantos”.
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