Por Ann Pettifor
Idioma Español
País Internacional
25 octubre 2019
Un Nuevo Pacto Verde (Green New Deal) requiere nada menos
que poner el sistema financiero globalizado bajo la autoridad de los Estados
nacionales.
Los
climatólogos nos han advertido que la humanidad tiene un «presupuesto de
carbono» de aproximadamente 3.200 millones de toneladas de emisiones de CO2,
contabilizadas desde el año 1870, para evitar los impactos más peligrosos del
colapso climático y el calentamiento global. Al ritmo actual de emisiones
globales, este presupuesto terminaría de utilizarse en un plazo de 10 a 12
años.
Peor
aún, en 2019, otro grupo de científicos, la Plataforma Intergubernamental de
Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU), advirtió que la naturaleza está deteriorándose a escala
mundial a tasas sin precedentes en la historia humana. La tasa de extinción de
especies se está acelerando, con impactos graves e inmediatos en la población
mundial. La ONU pidió «una reorganización fundamental de todo el sistema, que
abarque factores tecnológicos, económicos y sociales, incluyendo paradigmas,
objetivos y valores».
El
Nuevo Pacto Verde (Green New Deal) es un plan de acción para lograr esa
reorganización urgente de todo el sistema en poco tiempo. La primera pregunta
que debemos formular es: ¿quién hace este trato? ¿Puede el Nuevo Pacto Verde
ser un plan global único, implementado por una autoridad global, o puede
administrarse de manera más local?
Como
ha dicho Herman Daly, pionero de la economía ecológica y arquitecto de la
economía del «estado estacionario»: la economía humana es un subsistema
sostenido y contenido por una ecosfera global en un delicado equilibrio, que a
su vez se alimenta de flujos finitos de energía solar. Los sistemas de soporte
de la vida en la Tierra no reconocen límites fronterizos. Entonces, ¿puede el
Nuevo Pacto funcionar en una escala menor que la totalidad del planeta?
Si
bien los impactos de la crisis actual se sienten en todas partes, la mayoría de
las emisiones mundiales históricas y actuales de gases de efecto invernadero
fueron generadas en países ricos. Mientras tanto, las emisiones per cápita en
los países pobres siguen siendo relativamente bajas. Por lo tanto, la justicia
ecológica requiere una redistribución importante de la riqueza, de los ricos
productores y emisores de emisiones tóxicas provenientes de combustibles
fósiles a los países de bajos ingresos.
Además,
como ha argumentado el Global Commons Institute (GCI), los países ricos deben
reducir sus emisiones hasta que las emisiones per cápita converjan en todo el
mundo. De un tiempo a esta parte, en la ONU se está defendiendo la propuesta de
«contracción y convergencia». No ha logrado afianzarse porque las instituciones
globales son débiles, en gran medida no tienen responsabilidades y carecen de
liderazgo político.
Queda
claro que las iniciativas globales no pueden ser nuestra única esperanza.
Existe un enfoque alternativo: la cooperación internacional basada no en
instituciones globales, sino en la autoridad de los Estados nacionales. Para
que el Nuevo Pacto Verde sea transformador, su implementación debe estar en el
nivel de la responsabilidad democrática. Las políticas acordadas en el nivel
internacional serían implementadas y aplicadas por instituciones con
responsabilidad local y nacional que reflejen las condiciones domésticas.
Pero
incluso si podemos crear políticas en el nivel del Estado o del gobierno local,
¿significa esto que aquellos que operan en los mercados del sistema financiero
global apoyarán las políticas de diferentes Estados nacionales? El sistema
financiero dolarizado existente, que ya no tiene anclaje en la economía real,
¿apoyará y financiará un Nuevo Pacto Verde a escala nacional?
El
sistema financiero dolarizado existente, que ya no tiene anclaje en la economía
real, ¿apoyará y financiará un Nuevo Pacto Verde a escala nacional?
Tenemos
que ser realistas y aceptar que, con algunas excepciones, el sector no ayudaría
a financiar un proyecto masivo de estabilización climática en términos que sean
aceptables y sostenibles. Tal como están las cosas, quienes operan en los
mercados de capital globalizados se comportan como «señores del universo». No
rinden cuentas y permanecen al margen de los gobiernos y las comunidades para
quienes la transformación de los sistemas es una tarea urgente.
Si
vamos a movilizar los recursos financieros necesarios para los cambios masivos
que requieren la conservación, restauración y sostenibilidad de la vida en la
Tierra, entonces el sistema financiero globalizado debe estar subordinado a las
necesidades de las naciones y ser un servidor en la tarea de la transformación.
Si
hay que domesticar al sector global, entonces el primer desafío será atacar la
hegemonía de la moneda que sustenta las finanzas globalizadas: el dólar
estadounidense.
El poder imperial y el dólar estadounidense
La
preeminencia del dólar surgió como resultado de que, en la conferencia de
Bretton Woods de 1944, Estados Unidos obligara al resto del mundo a adoptar su
moneda como el «dinero» del mundo. John Maynard Keynes había abogado por una
moneda global, no atada a ningún país y administrada en interés de la comunidad
internacional.
Fue
derrotado en Bretton Woods, ya que Estados Unidos impuso su voluntad ante una
Europa debilitada. Hoy, esa decisión aún le permite a Estados Unidos disfrutar
de un «almuerzo gratis» a expensas del resto del mundo. Su «privilegio
exorbitante» es una recompensa por el seguro que brinda al resto del mundo, especialmente
en tiempos de crisis.
Con
la Reserva Federal actuando como prestamista global de último recurso, Estados
Unidos puso a disposición de los bancos europeos y asiáticos billones de
dólares durante la gran crisis financiera de 2007-2009. Este «seguro» es
valioso en tiempos de crisis, pero podría haber sido facilitado por un banco
central internacional independiente que trabaje y responda ante todas las
naciones, no solo las más poderosas.
El
«privilegio exorbitante» del que disfruta Estados Unidos es significativo, dado
que el país mantiene una deuda externa y un déficit cada vez mayores, porque la
demanda global del dólar supera la producción estadounidense. Contrastando con
el papel imperialista de Gran Bretaña como gran exportador de capital, Estados
Unidos es un gran importador de capital. Utiliza su poder para atraer recursos
financieros, excedentes de capital de Asia y los países exportadores de
petróleo.
Un
segundo gran beneficio del que disfruta Estados Unidos es el poder de pedir
prestado en su propia moneda, sobre cuyo valor tiene cierto control. Esto
significa que Estados Unidos evita los riesgos de tipo de cambio que enfrentan
otros países cuando toman prestado y tienen que pagar en una moneda diferente.
Si
el dólar se deprecia, esto no les importa a las autoridades estadounidenses, ya
que la nación no posee deuda emitida en euros, yenes o libras esterlinas.
Cuando cae el valor del dólar, también cae el valor de las deudas contraídas
por Estados Unidos. Por lo tanto, el dólar como moneda de reserva mundial le
brinda a Estados Unidos una financiación barata y de bajo riesgo para mantener
su gran déficit comercial y su consumo exorbitante de bienes y servicios del
mundo.
La
hegemonía del dólar en las finanzas mundiales sigue sin ser desafiada a pesar
de la reciente crisis financiera, como ha señalado el historiador Adam Tooze.
De hecho, el dólar estadounidense no solo sobrevivió a la crisis de 2008, sino
que se vio reforzado por ella. Como resultado de la crisis financiera global y
la debilidad del gobierno de Barack Obama, los bancos de Wall Street son hoy
más grandes y poderosos que antes de la crisis. Ese resultado no fue inevitable.
Se debió en gran parte al fracaso del liderazgo progresista y global por parte
del gobierno de Obama.
A
diferencia de Franklin D. Roosevelt, el presidente que implementó la agenda
original del New Deal, Obama no tenía experiencia directa con Wall Street y su
capacidad para infligir una pérdida económica sistémica a millones de
estadounidenses inocentes y sus familias. Asesores suyos como Alan Greenspan,
Larry Summers y Robert Rubin fueron los arquitectos del sistema financiero
globalizado y desregulado.
Bajo
el gobierno de Bill Clinton, se unieron para derrotar un plan de Brooksley
Born, presidenta de la Comisión de Comercio de Futuros de Productos Básicos, en
favor de una regulación más fuerte de los derivados. En 1999, Summers y Rubin
impulsaron juntos la derogación de la Ley Glass-Steagall promulgada en 1933 por
Roosevelt, que había impedido que los bancos respaldados por garantías de los
contribuyentes se asociaran a los bancos de inversión que se dedicaban a la
especulación financiera.
El
apoyo del gobierno de Obama a Wall Street se vio agravado por el gobierno de
Donald Trump, dedicad a defender y aumentar el poder de Wall Street. Para
fortalecer su extralimitación imperial, Estados Unidos destinó un presupuesto
de 750.000 millones de dólares (de 3% a 4% del PIB de ese país) para el área de
defensa en 2020, y avivó las conversaciones sobre nuevas invasiones
extranjeras, lo que el candidato presidencial estadounidense Bernie Sanders
denomina «guerras sin fin».
Alimentar el consumo, incitar a la corrupción
Respaldado
por una gran potencia imperial, el dólar estadounidense trabaja junto con la
«mano invisible» del mercado o, de manera menos abstracta, con las manos invisibles
de poderosos agentes activos en los mercados financieros. Es un sistema
globalizado comprometido con «la expansión constante de la producción y movido
por el impulso constante a la acumulación de capital», por citar a Simon
Pirani, del Instituto de Estudios Energéticos de la Universidad de Oxford.
Es
un sistema que, habilitado por el poder del dólar para violar las barreras
regulatorias, se ha independizado deliberadamente de la supervisión democrática
a nivel de los Estados nacionales. Su propósito es acumular riqueza para la
pequeña minoría que opera en el sector financiero. Esto se logra mediante la
producción y la especulación con activos financieros intangibles, especialmente
crédito.
El
crédito es el principal impulsor de la expansión económica (definida por los
economistas como «crecimiento») y el consumo. Ha estimulado la extracción de
combustibles fósiles a través de la industrialización, la urbanización, la
motorización, el crecimiento del consumo masivo de materiales y el consumismo
por parte de las clases acomodadas, tanto en países de elevados ingresos como
en países de bajos ingresos.
El
crédito desregulado en un mundo de capital móvil no solo alimenta el consumo,
sino que también incita a la corrupción, tanto del sector político como del
financiero. Los traficantes de drogas y los mafiosos se involucraron en un
comercio global responsable de aproximadamente 450.000 muertes como resultado
del uso de drogas en 2015, lo que los ha convertido en uno de los beneficiarios
más ricos del sistema actual de capital móvil no regulado y globalizado.
Se
presume que el crédito «crecerá» exponencialmente a medida que las finanzas
privadas mejoren la capacidad del capitalismo para, primero, crear las nuevas
«necesidades» de la sociedad, lo que J. K. Galbraith llamó nuestros deseos
«psicológicamente fundamentados»: las «necesidades» que no «se originan en la
personalidad del consumidor», sino que están «planificadas por el proceso de
producción».
De
esta manera, el grifo del crédito fácil en dólares alimenta la expansión
económica global y el impulso constante a la acumulación de capital por parte
de quienes ya son ricos. El consumo, a su vez, se atiborra de combustibles
fósiles, lo que acelera el crecimiento de las emisiones de gases de efecto
invernadero (GEI).
Desde
la perspectiva del ecosistema, quizás el aspecto más perjudicial de la creación
de crédito globalizada, y en gran medida desregulada, es la demanda, por parte
del sector financiero, de tasas de rendimiento reales elevadas en un proceso
relativamente sin esfuerzo: la creación de dinero nuevo. Si las tasas de
interés son más altas que la capacidad de la Tierra o la economía para
renovarse, entonces las tasas de interés se vuelven brutalmente extractivas.
Las
personas que se ven obligadas a endeudarse por tener ingresos bajos o
decrecientes se ven compelidas a trabajar cada vez más horas para ganar el
dinero con que podrán pagar los intereses de su deuda. Las empresas también
reducen costos y explotan mano de obra con mayor intensidad para obtener la
financiación necesaria para pagar sus deudas. Los gobiernos desmontan bosques,
agotan recursos marítimos y terrestres para mejorar la «eficiencia» y generar
los rendimientos necesarios para pagar sus obligaciones, incluido el servicio
de la deuda externa.
Recuperar capital desde el extranjero
En
mi opinión, para administrar la expansión económica, detener el impulso a la
acumulación de capital y reducir los GEI, es esencial manejar primero el grifo
de la creación de crédito globalizada. Para tal fin, será necesario traer de
vuelta el capital del extranjero y someter el sistema a una gestión y
regulación responsables en el nivel estatal.
A
continuación, para gestionar la crisis mundial por el colapso de los sistemas
del planeta, necesitaremos una moneda internacional independiente del poder
soberano de cualquier Estado imperial. Finalmente, tendremos que establecer una
«unión de compensación» internacional para la liquidación de créditos y débitos
entre naciones, y repartir así el esfuerzo que demanda la transformación.
Muchos
considerarán utópicas estas propuestas para el cambio radical del sistema
global. Y así lo serán, hasta que un shock global haga
inevitable el cambio del sistema. El hecho concreto es que las sociedades han
desarrollado, con el tiempo, sistemas monetarios que hacen que la movilización
de recursos financieros sea eminentemente posible para las necesidades urgentes
de la sociedad.
Una
vez establecidos estos sistemas, nunca debe haber escasez de dinero. Pero los
sistemas monetarios con respaldo público no se pueden administrar y desarrollar
en interés de la sociedad y el ecosistema mientras permanezcan «globalizados»:
capturados y llevados al extranjero, fuera del alcance de la democracia
reguladora. En lo que es efectivamente la estratosfera financiera, los sistemas
monetarios sirven a los intereses, no de las sociedades humanas, sino del 1% de
la población mundial.
Esto
no ha sucedido por accidente. Como resultado de un proceso deliberado, el
sistema financiero se ha independizado de la economía real de los Estados
nacionales y de la regulación gubernamental. Siguiendo la lógica de la economía
neoliberal, ha sido «encapsulado» para proteger al sector de la interferencia
democrática, como lo muestra Quinn Slobodian en su libro Globalists:
The End of Empire and the Birth of Neoliberalism [Globalistas. El fin
del imperio y el nacimiento del neoliberalismo].
En
otras palabras, el capitalismo financiero globalizado y dolarizado, desplazado
hacia el exterior, ha socavado el poder de los gobiernos democráticos y las
comunidades locales para desarrollar políticas económicas que satisfagan
necesidades urgentes.
Hemos
estado aquí antes. El sistema globalizado actual se remonta al sistema del
patrón oro de la década de 1930, cuando el sector financiero privado arrebató
el control de los sistemas monetarios con respaldo público a los gobiernos
democráticos. En ese momento, aquellos que defendían el «cambio de sistema» –el
desmantelamiento del patrón oro– eran considerados delirantes. Cuando el
sistema colapsó, muchos economistas se vieron sacudidos hasta la médula. Habían
creído erróneamente que el patrón oro era, como el oro, inmutable.
Debemos recuperar el poder
Dado
el vasto poder de la globalización dolarizada sobre las economías mundiales,
¿pueden los gobiernos ricos como el de Alemania o pobres como el de Mozambique
movilizar los fondos necesarios para la transición a un planeta habitable?
¿Podrían los gobiernos cooperar para movilizar los fondos que necesitan los
países más pobres del mundo? Sabemos que hay abundantes recursos financieros
(ahorros) para pagar la transición. Pero las sociedades y sus Estados ¿tienen
el poder para disponer de estos recursos?
La
respuesta directa es no. Ese hecho confronta a los defensores del Nuevo Pacto
Verde con la primera gran misión: nada menos que un cambio en el sistema
financiero global. Si vamos a apoyar los esfuerzos de campaña de Extinction
Rebellion y el movimiento de huelgas escolares; si queremos cumplir el objetivo
de una transformación fundamental de la economía en todo el sistema para salvar
el ecosistema, entonces debemos combinar y cooperar a escala internacional para
lograr una revolución en las relaciones de poder del sistema económico
globalizado y dolarizado.
La
cooperación y la coordinación entre un economista británico progresista y un
presidente estadounidense y su administración provocaron tal transformación en
1933 y otra vez, con menos éxito, en Bretton Woods en 1944. Podemos hacerlo
nuevamente, munidos de una sólida teoría económica y práctica política para
movilizar nuestras sociedades paralizadas en lo colectivo.
El
propósito será transformar el sistema financiero globalizado dentro del cual
los sistemas económicos internos de los Estados nacionales están situados e
integrados, y al cual están subordinados. Dados estos desafíos, y dada la
política actual, la tarea de transformar el sistema puede parecer imposible.
Pero,
como David Roberts escribió en 2019: «No estamos en una era de política normal.
No hay precedentes para la crisis climática, sus peligros o sus oportunidades.
Esto requiere, sobre todo, coraje e ideas nuevas».
Traducción:
Carlos Díaz Rocca
Fuente: Nueva Sociedad
Look at the way my partner Wesley Virgin's story starts in this shocking and controversial VIDEO.
ResponderEliminarAs a matter of fact, Wesley was in the army-and soon after leaving-he discovered hidden, "self mind control" tactics that the government and others used to get anything they want.
THESE are the same tactics tons of famous people (especially those who "became famous out of nowhere") and top business people used to become wealthy and famous.
You probably know how you use less than 10% of your brain.
Mostly, that's because the majority of your brain's power is UNTAPPED.
Perhaps this expression has even taken place INSIDE OF YOUR own brain... as it did in my good friend Wesley Virgin's brain about seven years back, while driving an unlicensed, garbage bucket of a car without a driver's license and $3 in his bank account.
"I'm so fed up with going through life paycheck to paycheck! When will I become successful?"
You've been a part of those those conversations, ain't it right?
Your very own success story is waiting to happen. All you have to do is in YOURSELF.
UNLOCK YOUR SECRET BRAINPOWER