Por considerar de interés público, CENDAH considera que el artículo amerita ser publicado en dos partes. La presente es la primera parte.
El dilema de la educación en América Latina:
¿Someterse a los sindicatos de profesores o inspirarse en
los campeones mundiales de excelencia educativa?
Polan Lacki y Juan Manuel Zepeda del Valle
En los países de América Latina existe un creciente consenso de que la baja calidad de la educación es la principal causa de nuestros problemas y fracasos personales, familiares, laborales, empresariales, gubernamentales, etc. Directa o indirectamente, todos estamos siendo afectados por las debilidades e ineficiencias de nuestro anacrónico sistema de educación. Y, tal como suele ocurrir, son las grandes masas de pobres las que están pagando las consecuencias más inmediatas de la insuficiencia e inadecuación de lo que les enseñaron, o dejaron de enseñar, sus padres y/o sus profesores. Debido a esta debilidad educativa los pobres viven permanentemente amenazados y/o afectados por desgracias que están muy próximas a sus núcleos familiares: subempleo, desempleo, desnutrición, enfermedades y pésimos servicios públicos de salud, marginación y exclusión social, conflictos familiares, violencia, criminalidad, alcoholismo, consumo y tráfico de drogas, etc. Los gobiernos intentan, pero no logran eliminar ni reducir estos sufrimientos humanos porque cometen el grave error de hacerlo a través de efímeras y excluyentes medidas paternalismo-demagógicas; en vez de eliminar la causa más profunda que origina y alimenta nuestro subdesarrollo: la insuficiencia y/o inadecuación de conocimientos, de habilidades/aptitudes, actitudes, valores y principios éticos que, en el momento oportuno, las instituciones educativas no les proporcionaron.
Necesitamos de una nueva educación que “desenseñe” lo inadecuado y enseñe lo necesario
Nuestro sistema de educación aún no está cumpliendo su principal función que consiste en desarrollar las potencialidades latentes de los niños y jóvenes para que ellos sean menos vulnerables a los sufrimientos recién mencionados y más auto-dependientes en la solución de sus principales problemas cotidianos. Desarrollar dichas potencialidades es una tarea que la educación escolarizada sencillamente no tiene a quien delegar y, consecuentemente, debe asumirla inmediatamente, pues si ella no lo hace nadie lo hará. Entre otras, por la elemental razón de que la gran mayoría de los padres y madres de familia, desafortunadamente, no está en condiciones de enseñar a sus hijos aquello que a esos mismos padres nadie les enseñó. Es por este importante motivo que el sistema escolar, además de mejorar la enseñanza de los contenidos del currículo convencional, debe asumir dos nuevas atribuciones: a) “des-enseñar”/corregir las enseñanzas equivocadas que, desde la más temprana edad, los niños aprendieron con sus padres, con sus vecinos y a través de los perniciosos e destructivos programas de televisión; y b) reforzar el componente de actitudes, principios y valores que la mayoría de los padres no tuvo condiciones de proporcionar a sus hijos.
La mayoría de los padres de familia, conscientes de que, en la era del conocimiento, es necesario estudiar cada vez más, hacen un gran esfuerzo para que sus hijos concluyan la educación fundamental o primaria y, si es posible, la de nivel medio. Sin embargo, cuando los jóvenes alcanzan tal escolaridad y, llenos de esperanzas, buscan su primer empleo surge la gran decepción. Los conocimientos (insuficientes, disfuncionales, descontextualizados, fragmentados, teóricos y abstractos) que la escuela les proporcionó, no son aquellos que los potenciales empleadores necesitan encontrar en un buen funcionario o empleado. El mercado de trabajo los rechaza porque las escuelas no les proporcionaron los conocimientos, tampoco las aptitudes y mucho menos las actitudes, los valores y los principios éticos que son necesarios para tener un desempeño más responsable, eficiente y productivo en el trabajo. Ante esta realidad cabe preguntar: ¿de qué sirvió aumentar los gastos y los esfuerzos, de los gobiernos y de los padres de familia, para que los alumnos pudieran frecuentar la escuela durante 9 o 12 años? Definitivamente, no podemos seguir ilusionándonos de que estamos educando a los alumnos para los desafíos del presente y del futuro; por esta razón y sin perder más tiempo, necesitamos hacer algo radicalmente diferente de lo que hemos hecho hasta ahora.
¿Por dónde empezar: por la reforma ideal o por la reforma posible?
Una reforma educativa factible y eficaz, no necesariamente deberá empezar en los gabinetes de los ministros de economía y de educación, a quienes siempre estamos reivindicando altas decisiones políticas y recursos adicionales para el sistema educativo. Ella deberá empezar en las dos fuentes que están originando la baja calidad de nuestra educación y, como consecuencia, impidiendo el florecimiento de las potencialidades de desarrollo existentes en los niños y jóvenes de nuestros países. La primera fuente está instalada en las facultades de educación y/o pedagogía y en las escuelas normales que forman los futuros profesores; la segunda, que es consecuencia directa de la primera, está alojada en las escuelas fundamentales o primarias. En estas dos instituciones, de extraordinaria importancia estratégica para el desarrollo de cada nación, paradójicamente, está funcionando el generador inicial de las gravísimas debilidades y distorsiones del nuestro sistema educativo; y, consecuentemente, en ellas deberá empezar la gradual, pero inmediata, reconstrucción de nuestra semi-destruida educación. Los mejoramientos en la educación secundaria e terciaria vendrán, en buena medida, como consecuencia del efecto irradiador, de las dos reformas prioritarias recién propuestas.
¿Si es tan imprescindible y urgente mejorar nuestra educación, porque no lo hacemos?
Primer obstáculo. Las actitudes de los líderes sindicales de los profesores que suelen confundir las autoridades, los medios de comunicación y la opinión pública, al presentar ruidosas reivindicaciones de sus intereses corporativos (decisiones políticas más generosas en términos de salarios, calendario escolar, jornadas de trabajo, estabilidad en el empleo, jubilaciones precoces, tolerancia con el elevado ausentismo de los docentes, etc.). Presentan tales reivindicaciones de interés corporativo, como si fuesen requisitos imprescindibles para que los profesores corrijan sus ineficiencias y mejoren su desempeño docente. Con tal procedimiento, durante décadas y más décadas, los sindicalistas se han mantenido en una muy cómoda postura de “condicionar” el mejoramiento del desempeño docente a que los gobiernos satisfagan sus reivindicaciones recién mencionadas. Los líderes sindicales subestiman y deprecian a sus representados al no reconocer que en muchos casos, los propios profesores y directores de las escuelas podrían corregir sus principales y más frecuentes debilidades e ineficiencias; inclusive practicando el auto-estudio a través de las extraordinarias facilidades y oportunidades actualmente proporcionadas por la Internet, ya disponibles en una creciente cantidad de escuelas. Porque las medidas correctivas más urgentes para mejorar la pésima calidad de nuestra educación, no necesariamente requieren de altas decisiones gubernamentales ni de una elevada asignación de recursos adicionales a los que ya están disponibles en muchas instituciones educativas; aunque tales apoyos externos sean siempre deseados y bienvenidos.
La educación necesita de profesores excelentes y no tanto de sindicalistas elocuentes
Al ser demandados a mejorar la calidad de la educción los líderes sindicales argumentan que no pueden hacerlo por las siguientes razones: que la inversión pública en educación es insuficiente (como porcentaje del PIB), que los sueldos son muy bajos con la consecuente necesidad de tener que trabajar en varios turnos y en varias escuelas distantes unas de las otras, que faltan laboratorios, bibliotecas y computadoras, que existe exceso de alumnos en cada sala de aula, que ellos no tienen oportunidades de hacer cursos de posgrado en el exterior y que los alumnos llegan a las escuelas muy mal educados por sus padres. En relación a esta última justificativa, es necesario no olvidar que los alumnos llegan a sus escuelas mal educados, principalmente porque a sus padres la escuela que frecuentaron tampoco les enseñó a ser bien educados. Evidentemente que está fuera de discusión que algunas de estas dificultades/adversidades mencionadas por los sindicalistas existen y necesitan ser corregidas y/o eliminadas por los gobiernos. Sin embargo, ellas están muy lejos de ser las principales causantes de la disfuncionalidad, descontextualización y bajísima calidad de nuestra educación.
Si estas reivindicaciones de los sindicatos fuesen las verdaderas causas, cabrían las siguientes preguntas:
a) ¿Por qué en aquellas muchas escuelas en las cuales esas adversidades/restricciones ya fueran eliminadas o atenuadas, la educación sigue siendo de baja calidad?
b) ¿Por qué en los varios países latino-americanos en los cuales los gobiernos hicieron y siguen haciendo elevadas y crecientes inversiones en el sistema de educación e incrementaron los sueldos de los profesores (Brasil, México, Chile, Colombia, etc.), no hubo mejorías cualitativas en el desempeño de los docentes ni en el aprendizaje de los alumnos?
Reiterados estudios realizados por instituciones serias, nacionales e internacionales (A propósito se sugiere leer el Informe McKinsey - “Cómo hicieron los sistemas educativos con mejor desempeño del mundo para alcanzar sus objetivos”: (http://www.eduteka.org/pdfdir/McKENSEY_InformeReformaEducativa.pdf), han demostrado que esas supuestas causas indicadas por los líderes sindicales no tienen mayor incidencia en la calidad de la educación; y por esta razón las disculpas de los sindicalistas no resisten a una argumentación seria. Varios estudios también han demostrado que existen otras causas, mucho más importantes que las esgrimidas por los sindicalistas, cuya eliminación produciría un extraordinario impacto en el mejoramiento de la calidad de la educación. Entre estas otras causas, casi todas ellas pasan por la necesidad de mejorar dramáticamente la formación, capacitación, supervisión/evaluación y la motivación de los docentes y por la necesidad de seleccionar y nombrar competentes y exigentes directores en las escuelas. Cumplidos estos dos requisitos muchas de las causas reales de la baja calidad educativa podrían ser evitadas, corregidas o eliminadas por los propios profesores y directores de las escuelas; independientemente de lo que hagan o dejen de hacer las altas autoridades educativas nacionales.
¿Dónde está el origen de la baja calidad de la educación?
Es en la inadecuada formación, capacitación y supervisión de los docentes y directores que se originan las profundas debilidades del sistema de educación. Por este motivo es en los docentes y con los docentes, fundamentalmente dentro de las salas de aula y de las respectivas escuelas, que podemos y debemos iniciar y concentrar los esfuerzos en pro del mejoramiento de la educación. Debemos hacerlo, pragmáticamente, desde abajo hacia arriba y desde adentro hacia afuera de las escuelas, en vez de seguir esperando que las soluciones vengan desde afuera hacia adentro de las escuelas y desde arriba hacia abajo. Es en el desarrollo de las competencias, actitudes y desempeños de los profesores y directores, y no necesariamente en las altas decisiones políticas ni en el modernismo de las instalaciones físicas de las escuelas, que es necesario hacer una inversión inteligente, pragmática y prioritaria para que ellos tengan un mejor desempeño dentro de las salas de aula y de las escuelas. En resumen, presiones sindicales basadas en diagnósticos que no interpretan el pensamiento de los buenos profesores están induciendo los gobiernos a derrochar los escasos recursos públicos en “prioridades” corporativas, que no necesariamente son sinónimos de prioridades educativas. Es por esta razón que los gobiernos están gastando cada vez más en educación, pero las escuelas no están educando cada vez mejor. En vez de seguir dando oídos a estos sindicalistas, nuestras autoridades educativas y nuestros profesores y directores deberían analizar, aprovechando las facilidades de la Internet, qué fue lo que hicieron y siguen haciendo las escuelas de Shangai (China), Singapur, Corea del Sur, Finlandia y Hong Kong, países/estados que en las décadas de 1950 e 1960 eran pobres y hasta pobrísimos, cuyos alumnos obtuvieran de manera brillante los primeros cinco lugares entre los 67 países que participaron del último examen PISA-OCDE realizado en el año 2009. Mientras que, en nuestra “triunfalista”, sindicalizada y mal educada América Latina, Chile, Uruguay, México, Colombia, Brasil, Argentina, Panamá y Perú ocuparon, respectivamente, los lugares de números 45, 48, 49, 53, 54, 58, 63 y 64 entre los 67 países participantes. La humildad y el sentido común recomiendan que nos inspiremos en quienes, con tanto éxito, hicieron y siguen haciendo los campeones mundiales en materia de excelencia educativa.
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