27 de junio de 2019

LOS MASSIGWAS (O MACHIGUAS)

Arysteides Turpana
13 de junio – Facebook

“Un estudio realizado por la OIT, revela la correlación existente entre el trabajo infantil y las situaciones de conflictos o desastres.”

Niños y niñas salen a jugar y a recibir las caricias de las nubes y del cielo.
Tomado del blog de Inawinapi
Hace un par de años, a fines del siglo pasado, una alta funcionaria del Ministerio de Educación me pidió que le trajera un niño del País Dule. Me salió con su mesiánico discurso en el sentido de que ella lo quería para que le ayudara “en las pequeñas cosas de la casa”, y a cambio de esas pequeñas ayudas lo recompensaría matriculándolo en la escuela para que su futuro fuese un futuro preñado de éxitos.

Lo que esa alta funcionaria del Ministerio de Educación me estaba diciendo era una historia que yo ya sabía. Debo decir que ello ocurrió durante una Semana Del Libro. En principio sentí una gran indignación, y traté de ser lo más cortés que pude y le dije ¿tengo cara de ser un empresario que se dedica a traer empleados? Yo soy poeta, no traficante. La pedagoga me miró con honda tristeza porque no esperaba mi sarcasmo. Ella, para justificar su metida de pezuña, me dijo que alguien le había dicho que yo traía massigwas a las “casa de familia”. ¡Vaya titulillo! “casa de familia”, como si las nuestras no fuesen ni casas ni familias.


En realidad, esta palabra massi o massigwa es un término de nuestro idioma, cuyo significado es ni más ni menos que “niño”, pero el racismo del colonialismo interno panameño, el de la burguesía y el de la oligarquía, le dio una connotación peyorativa y denominó a los gunasdule con el apelativo de “machi o machigua” Todos los panameños cultos sabemos que la burguesía, la oligarquía y la aristocracia ladina panameña conforman la clase social más inculta que puebla la urbi et orbi. Hasta da nauseas su inmaculada incultura.

Ante el discurso melifluo de la educación, muchos padres de familia dules cayeron en la trampa y le dieron crédito a la falsa buena fe de los burgueses al entregarles sus proles ,e imaginaron que en efecto sus niños iban a la escuela a cambio de decir al cochino burgués o a la roñosa burguesa solamente “sí, señor”, “si, señorita”, “si, niño” “si, niña”, cuando en realidad el párvulo dule o el massi o massigwa no era más que un esclavo que realizaba todos los trabajos que hacía la empleada, ya que de hecho era el asistente de la fámula, y la escuela era una institución ficticia.

Era normal que estos niños compartiesen los lechos con los canes, donde se llenaban de piojos, garrapatas, chinches, pulgas y ladillas. Ante esta situación, muchos de ellos optaron por escaparse de la esclavitud, por ello los sulfurados burgueses hijos de perras inventaron el slogan de “indio animal y gato, animal ingrato”.

Si había un politiquero nativo que era muy bien mirado por la oligarquía, era un fulano llamado Juan Colman, que llegó a ser diputado. Todos los oligarcas, cuando precisaban de un massi o massigwa, se los solicitaban a Juan Colman y este energúmeno se los traía. La explotación del niño massi o massigwa se detuvo un poco por un escándalo mayúsculo que estalló en la Madrastra Patria. Resultó que para finales de los años ´50 o la primera parte de los ´60 (estoy haciendo uso de mis recuerdos, por lo tanto, la fecha es aproximada) se descubrió que el cónsul de Panamá-que debía de ser un puto oligarca-tenía a dos niñas dules en calidad de esclavas en el Consulado de Panamá en una región a la que los romanos llamaron Ínsula Maior, hoy Mallorca. ¿Cómo estalló el escándalo? La verdad es que no me acuerdo muy bien. Pero la noticia se difundió por todos los medios de comunicación de masas. Estoy seguro que el Fat Fernández leyó la novedad por la televisión. Uno de los diarios mostró a las dos esclavas cuando llegaron al lar patrio. Recuerdo que una de ellas salió retratada con el brazo enyesado. Después fui a verla al apartamento de sus padres en Calidonia, y platiqué con ella. De las penurias de las que me platicó fue que tenían que levantarse a las 4:00 de la mañana y que se acostaban a la medianoche. Una de sus obligaciones era la de mantener de una forma pulcra cada rincón del predio consular…

En pocas palabras, es así cómo el término massi o massigwa (niño), entró a formar parte del léxico del habla del panameño de expresión castellana, sin embargo, este término no es aplicable a los oligarcas, ya que en el seno de la casta burguesía si tienes 100 años y si eres varón sigues siendo “niño” o el niño fulano, y si eres hembra se es “la niña fulana”, ya que todo cochino burgués es un ñañeco desde que está en el vientre materno, por eso es que de allí salen los más grandes chupópteros que esquilman sin piedad las riquezas de nuestra patria.

Turpana dixit
Oulusggu ies

 

24 de junio de 2019

EL TRANPORTE UN NEGOCIO RENTABLE

Soy de los que piensan que uno de los negocios más rentables en Gunayala es la del transporte. Y no tengo duda de ello. Cuando el Congreso General Guna se involucró en esta inversión, lo ví con buenos ojos. Y pienso que la situación por la que está pasando es rescatable. Recuerdo que un sábado cuando el programa de radio del CGG anunció la operación de la misma, escribí un wasap al conductor del programa, el Sr. Anelio Merry, e hice un comentario, le comenté que veía muy prematuro abrir operaciones como empresa. El asunto es que abrieron con bombos y platillos el CCV.
Carretera El Llano-Carti, transporte público, turismo y carga. Foto: Gubiler
Como mortal y accionista guna de esta empresa, pues al final de cuentas son los recursos de todos nosotros, me ha hecho escribir estas líneas. Como todo plan de negocios fue atractiva su oferta en el momento. Más 200 mil como capital de inicio se propuso los directivos. Y con la opción de que comunidades e inversionistas gunas fueran sus socios. Hasta allí bien.

Pero lo que NO SE QUISO VER, es que entre nosotros había un grupo de dules, que hubieran sido y pueden ser potenciales socios, que ya tienen sin temor a equivocarme más de una década de experiencia y sin conocer los libros de esa empresa, puedo asegurar, porque me lo dice el sentido común, deben tener más de 2 millones de dólares en activos. Así que no era necesario traer un CEO de la Coca Cola ni de Huawei. La experiencia y una escueta estructura estaban formadas.

Pero el asunto arrancó más que bien, mal, en el apuro. Una empresa que abrió sus acciones sin rendir dividendos. Si yo fuera inversionista, no arriesgaría ni un centavo. Ningún directivo y mucho menos el personal, me garantizaban un mínimo de experiencia en el ramo. No cuestiono el liderazgo, de los directivos, ni mucho menos los méritos profesionales del personal. NO. No había en ello un espíritu empresarial. Quizás esa fue nuestra carencia. Lo que le sobra a los transportistas gunas-

Hoy el problema NO es legal, y lo digo porque todos, no solo los indígenas, pensamos que los abogados tienen todas las respuestas. Tampoco es de liderazgo. Es sencillamente práctico. Tengo múltiples sugerencias para las mismas, no las respuestas definitivas. Pues sigo creyendo que es un negocio rentable. Debería haber una plataforma de consulta con otros sectores e inclusive con los usuarios, que hacen que este negocio funcione.

I.Kungiler
Puerto Dibin, Gunayala
12 de junio de 2019

15 de junio de 2019

Agroecología feminista para la soberanía alimentaria: ¿de qué estamos hablando?

Por Irene García Roces, Marta Rivera y Marta Soler

Soberanía alimentaria, agroecología y feminismo son grandes palabras que asociamos a luchas y proyectos políticos complejos y en construcción, que podemos sentir cerca o lejos de nuestras vidas cotidianas. Se trata de propuestas políticas múltiples y diversas, según quién, dónde y cómo las defina. 



- Foto por Andrew Esiebo.

Y lo son aún más cuando se mezclan, así que tendríamos que nombrarlas en plural: las soberanías alimentariaslas agroecologías y los feminismos. Son horizontes a los que queremos llegar, que nos aportan ilusiones y nos regalan también una mirada nueva y crítica, unas gafas de color rojo, verde y violeta, para comprender y analizar el mundo. También nos impulsan a la acción (o eso querríamos).

¿Conviven juntas fácilmente estas tres expresiones? Lo que es seguro es que demasiadas veces chocan con las crueles realidades que nos atraviesan en el día a día. Aspiramos a la soberanía alimentaria a través de una agroecología feminista, pero vivimos rodeadas de agricultura industrializada y alimentación globalizada en un mundo capitalista y patriarcal, de empleos y vidas precarias, con productos en los mercados que pueden no ser los más justos ni ecológicos, compras en el súper más cercano y asequible, y pasando el mínimo tiempo en la cocina porque no nos da la vida. En estas contradicciones vivimos.

¿LA SOBERANÍA ALIMENTARIA ES FEMINISTA?

La soberanía alimentaria nace de La Vía Campesina como propuesta política alternativa a la globalización agroalimentaria y se formula como el derecho de los pueblos a decidir y controlar de forma autónoma su alimentación a través de la agroecología campesina (¡casi na!). La agroecología es una alternativa a la revolución verde que recupera y actualiza saberes tradicionales, maneja la biodiversidad con sabiduría y arte, ecologiza la producción de alimentos y la hace más social. Y es campesina porque gracias al conocimiento y el saber hacer de quienes cultivan, crían y elaboran alimentos, se genera la autonomía.

No podemos, por tanto, asumir que la soberanía alimentaria y la agroecología campesina sean ya en sí mismas feministas.

La justicia social, tanto para quien produce los alimentos como para quien los consume, ha estado siempre en el corazón de la soberanía alimentaria. Podríamos pensar, por tanto, que la igualdad de género está también implícita, por lo que la soberanía alimentaria y, por extensión, la agroecología campesina son feministas. Sin embargo, las mujeres de La Vía Campesina necesitaron crear una asamblea propia dentro de la organización para luchar por su participación y para conseguir que los temas feministas se asumieran como temas de todas y de todos. Las desigualdades de género continúan bien arraigadas en el mundo agroalimentario, en los campos, las familias y las cocinas de todo el mundo. No podemos, por tanto, asumir que la soberanía alimentaria y la agroecología campesina sean ya en sí mismas feministas.

EL SESGO PATRIARCAL DE LA AGROECOLOGÍA Y LA SOBERANÍA ALIMENTARIA

La conquista de una alimentación agroecológica, soberana y feminista para nuestra vida cotidiana no va a ser fácil. Corremos el riesgo de construir una soberanía alimentaria patriarcal porque el patriarcado impregna nuestro mundo y orienta nuestra forma de vivir. La agroecología es un claro ejemplo de ello.

El enfoque agroecológico surge en la academia para analizar y transformar la agricultura industrializada, pero lo hace desde una mirada androcéntrica, ignorando las cuestiones de género y sustentando su análisis en categorías asexuadas (agroecosistema, finca, biodiversidad...) o en categorías cargadas de relaciones desiguales de género que han sido ignoradas (familia, campesinado, comunidad...). La agroecología idealiza la agricultura familiar, la cultura campesina de las comunidades rurales y los saberes culinarios sin cuestionarse las relaciones de género profundamente desiguales que se esconden en las familias, las comunidades y las cocinas.

Este sesgo androcéntrico de la agroecológica académica también está presente en su construcción práctica. Frecuentemente, cuando un técnico o investigador (o incluso una técnica o investigadora) acude a visitar una finca, busca o acepta hablar exclusivamente con «el cabeza de familia», las mujeres, en la mayoría de los casos, son invisibles o consideradas como una «ayuda» y no como sujetos activos protagonistas de la transición agroecológica. El técnico o la técnica casi siempre ignora la «división sexual del trabajo» y no se pregunta quién hace qué, con qué reconocimiento o en qué condiciones ni tiene en cuenta las opiniones, necesidades y trabajos de las mujeres. Nos alegramos cuando las mujeres campesinas ganan protagonismo en la agroecología, en la producción o la comercialización, pero ¿nos preguntamos qué sobrecarga de trabajo sufren para poder estar en estos lugares? ¿Han conseguido negociar el reparto de tareas domésticas para no morir en el intento y poder participar en la vida pública y económica? No en todas las fincas agroecológicas la toma de decisiones incluye a hombres y mujeres. Y si los mercados agroecológicos se llenan de mujeres comprando, nos parece normal y no nos preguntamos quién va a decidir los menús saludables ni quién va a cocinar esas ricas comidas con alimentos frescos que implican horas de elaboración. En ocasiones, caemos en la contradicción de querer visibilizar estos trabajos y terminamos ensalzando las responsabilidades tradicionales femeninas como exclusivamente nuestras sin reclamar cambios y repartos justos.

UNA AGROECOLOGÍA QUE GARANTICE UNA VIDA DIGNA DE SER VIVIDA

Hoy es muy difícil vivir del campo y muchos proyectos agroecológicos fracasan porque implican mucha precariedad, tanto por la falta de ingresos como por la excesiva carga de trabajo.

- Fotos por Antoine Bruy.

En la mayoría de los casos, no damos importancia a temas como la viabilidad económica, que en la práctica significa conseguir diseñar proyectos agroecológicos realistas que generen remuneración digna y que permitan vivir dignamente trabajando en el campo. Esta precariedad laboral (la falta de salarios dignos, de cotización, de derechos laborales, las altas cargas de trabajo...) afecta principalmente a las mujeres que, además del trabajo remunerado, tienen que asumir los trabajos de cuidados, también en las iniciativas agroecológicas. Una agroecología feminista debe cuestionarse cómo construir propuestas agroecológicas viables que colectivicen los trabajos de cuidados y cómo conseguir ingresos dignos para el campesinado y también precios asequibles para las personas consumidoras precarizadas.

Todas estamos contaminadas por el machismo y reproducimos violencias, relaciones de poder, papeles... ¿Se saben manejar los conflictos y las emociones en los proyectos agroecológicos? Las relaciones patriarcales están presentes tanto en el mundo rural como en el mundo urbano y, por supuesto, también en las iniciativas agroecológicas. Asumir esto implica asumir también la necesidad de preguntarse y replantearse constantemente cómo enfrentar esas relaciones y estas violencias en lo cotidiano de nuestras luchas.

No nos resistimos a lanzar algunas ideas sobre qué hacer, aunque somos conscientes de que tanto los diagnósticos como las propuestas de acción y cambio deben ser construidos colectivamente desde los territorios. Para nosotras, un primer paso es reconocer, explicitar y afrontar que existe una desvalorización social generalizada de los trabajos y de los papeles que tradicionalmente hemos realizado las mujeres tanto en el campo como en las cocinas, en las casas, en las familias o en las comunidades y en los territorios. Valorar socialmente estos trabajos debe implicar además el reparto en plano de igualdad, hacerlos responsabilidad colectiva de toda la sociedad y no exclusivamente de las mujeres. Esta propuesta implica, por tanto, una democratización del trabajo de cuidados.

Creemos que un segundo paso imprescindible es cuestionar las relaciones de poder en la familia y romper la idealización de la «familia campesina» para poder confrontar y modificar las relaciones patriarcales dentro de esta institución. Una transición agroecológica feminista tiene que ir unida a cambios de relaciones y roles entre hombres y mujeres en los hogares, construyendo nuevas formas de convivencia. Esto, unido al reparto del trabajo de cuidados, permitiría a su vez un reparto en los espacios de representación mayoritariamente ocupados por hombres.

Creemos que un segundo paso imprescindible es cuestionar las relaciones de poder en la familia y romper la idealización de la «familia campesina» para poder confrontar y modificar las relaciones patriarcales dentro de esta institución.

Consideramos que un tercer paso es trabajar en fortalecer y desarrollar nuestras articulaciones entre personas y colectivos para poder afrontar la falta de tiempo impuesta por los ritmos productivistas, tanto para los trabajos de cuidados de hijos o hijas o de otras personas que lo requieran, como para los trabajos productivos. Realizar planificaciones conjuntas, colaborar, corresponsabilizarnos o promover el trabajo colectivo nos puede facilitar el cuidado y la participación en la vida comunitaria: cocinar, organizar una dieta adaptada a cada estación, estar en un grupo de consumo o luchar para incorporar alimentos ecológicos en el comedor de la escuela. También nos puede ayudar a conservar las semillas, cultivar la huerta o cuidar de los animales, así como hacer conservas sin tener que aumentar nuestras jornadas laborales ni autoexplotarnos.

Los ecofeminismos y los feminismos decoloniales están proponiendo redefinir y reorientar la praxis de la agroecología y la soberanía alimentaria para situar la comida en el centro de nuestra organización sociopolítica como una parte esencial de la vida. Ello implica dar centralidad económica y cultural en nuestra sociedad tanto a los trabajos campesinos en el campo como a los trabajos domésticos para alimentar valorando que son esenciales para la vida común, desplazando así la centralidad actual de los mercados. Es esta propuesta la que creemos que tiene sentido continuar. Para nosotras es este debate colectivo y radicalmente democrático desde los territorios el que puede hacer avanzar la recampesinización feminista que necesitamos para la soberanía alimentaria de los pueblos.

¿DE QUÉ FEMINISMOS ESTAMOS HABLANDO?

Aunque las luchas de resistencia y autonomía de las mujeres son atemporales, la formulación política del feminismo como tal tiene raíces occidentales. Es con el impulso del liberalismo y el capitalismo en la Revolución francesa, a finales del siglo xviii, que se formulan derechos individuales y colectivos en una nueva sociedad de mercado y propiedad privada. El poder político se denomina democrático con la instauración del derecho al voto y la representación parlamentaria, pero las mujeres son excluidas de la categoría de «ciudadanas» y los nuevos derechos se reservan a los hombres. Es en este momento cuando se explicita el conflicto de género y se pone de manifiesto el patriarcado que concibe a las mujeres como inferiores y al servicio del hombre.

La dominación de los hombres sobre las mujeres es la esencia del patriarcado, que se consagra en la institución familiar y en la «división sexual del trabajo» como instrumento privilegiado de desigualdad. Mientras el lugar «natural» de las mujeres es el trabajo doméstico y de cuidados, no remunerado (o mal remunerado), no visibilizado y no reconocido; el lugar de los hombres es el espacio público político y de mercado, remunerado, visibilizado y reconocido.

Estos análisis tienen, sin embargo, un marcado sesgo urbano, industrial y occidental. Recientemente, la denominada «economía feminista de la ruptura» ha comenzado a formular propuestas para construir una economía no capitalista orientada por la «ética del cuidado» para la «sostenibilidad de la vida» (de toda la vida) que coloque «la vida en el centro» para que las vidas humanas sean «vidas que merezcan ser vividas» en equilibrio con la naturaleza.

En las décadas de 1960 y 1970 cobran fuerza las voces de las mujeres afroamericanas para denunciar que el discurso y las propuestas del feminismo dominante había sido construidos exclusivamente desde las vivencias de las mujeres blancas occidentales y en buena parte de las clases medias. Les seguirán las mujeres racializadas, indígenas y campesinas de todo el mundo que sufren la dominación colonial generando desde sus vivencias y visiones del mundo, análisis y propuestas políticas feministas emancipadoras propias.

En este momento comienza a visibilizarse lo que hoy denominamos «interseccionalidad», que no es más que el cruce de los ejes de dominación que atraviesan la vida: la clase, la etnia, el género... También, mujeres de distintos puntos del planeta comienzan a construir el llamado ecofeminismo, denunciando el sesgo antropocéntrico de la concepción del mundo occidental y del feminismo dominante que no cuestiona la apropiación y destrucción de la naturaleza y de la vida no humana que nos sostiene.

Los ecofeminismos que se alían con los feminismos poscoloniales y la economía feminista de la ruptura nos parecen que son los feminismos que alimentan las agroecologías y las soberanías alimentarias feministas en construcción. Pero es desde los territorios diversos y desde las vivencias de las mujeres desde donde construiremos en el hacer, sentir y pensar cotidiano ese «feminismo popular y campesino» al que aspiran las mujeres de La Vía Campesina.



 

1 de junio de 2019

El neoliberalismo, parásito depredador del medio ambiente: Víctor Manuel Toledo

Debemos volcar a la Semarnat hacia los ciudadanos y hacia los colectivos, debemos ciudadanizar la política ambiental.

Por
mayo 29, 2019

Durante la conferencia de prensa encabezada por el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, el recién nombrado Secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Víctor Manuel Toledo, expuso un amplio panorama crítico de las acciones y políticas que calificó como depredadoras y voraces contra el planeta y la vida, por lo que puntualizó la urgente necesidad de generar cambios contundentes desde la Semarnat junto a la sociedad mexicana, para detener el daño constante a la naturaleza.

 
Discurso de Víctor Manuel Toledo:
La preocupación medioambiental no es mas que la reaparición de la naturaleza, la Madre Tierra, la dimensión femenina de la humanidad en las socieades modernas como una fuerza que los seres humanos debemos tomar en cuenta y respetar para seguir existiendo, algo que debe decirse, quedó en el olvido
En efecto, la naturaleza estuvo presente en el imaginario de las culturales ancestrales como una entidad viva y sagrada donde sus origenes hace 300 mil años y fue solo con el advenimiento de la sociedad materialista, tecnocrática, patriarcal y mercantil que la naturaleza se convirtió en un ente a ser dominado y explotado, en un recurso natural externo, en un capital natural, en una máquina al ser analizada y escudriñada por el ojo frio, objetivamente frío, de una ciencia al servicio de la acumulación de la riqueza.
Así nos ha ido, así nos fue y así nos irá.
Esta conciencia ecológica que suma día con día a millones y millones de seres humanos en todo el mundo nos permite visualizar de maner diferente a la política, tres dimensiones alcanzo a visualizar.
Primero, bajo la perspectiva de la conciencia ecológica, la habitual geometría política de izquierdas y derechas desparece para ser reemplazada por una nueva y sola disyuntiva, no hay mas que políticas por la vida y políticas contra la vida o políticas hacia la muerte.
Visto globalmente, este dilema se traduce en políticas que enfrían el clima del planeta y políticas que lo calientan. Defendemos la vida o la continuamos aniquilando en nombre del mercado, la tecnología, el progreso, el desarrollo, el crecimiento económico y un largo etcétera.
Lo segundo es que ahora vemos el devenir, el transcurso del tiempo de otra manera. Ya no son años, décadas o sexenios, ahora están las miradas puestas en lo que pasará de aquí a un año clave, el 2050, solo 30 años. Para esa fecha, la humanidad alcanzará 9 mil millones de habitantes -es decir 2 mil millones más en tres décadas- el petróleo llegará a su fin-, la mitad de los países hoy en día ya está usando su última parte del petróleo y le van a seguir el gas, el carbón y el uranio.
El cambio climático que no se ha detenido a pesar de las advertencias de los científicos desde hace dos décadas, generará catástrofes de todo tipo y los alimentos que serán necesarios tendrán que generarse bajo métodos agroecológicos y no más bajo las pautas insanas y destructivas de la llamada agricultura moderna o industrial.
Lo tercero, surge de lo anterior y es que ello nos obliga a indagar la verdadera naturaleza de las fuerzas profundas que provocan este panorama actual y de futuro próximo y he aquí que coincidimos con la Cuarta Transformación, pues no somos los seres humanos los culpables de esta situación de crisis, como nos lo recuerda un ambientalismo superficial y una ciencia acrítica, sino los culpables son una minoría de minorías, parásita y depredadora y esa minoría tiene un nombre, se llama neoliberalismo.
Es pues esta visión la que a mi juicio debe orientar la política ambiental del país y su institución ejecutora; una política de emergencia y de restauración y de cuidado de los elementos vitales que los mexicanos requerimos día con día, como un derecho humano esencial: aire respirable, agua para todos, energía alternativa, no fósil, alimentos sanos, hábitats sanos, reciclaje de desechos, hogares sustentables, ciudades ordenadas. Pero también, acciones urgentes que permitan detener este transitar hacia el abismo, un destino que tendrán que enfrentar nuestros hijos y nuestros nietos.
¿Podremos lograrlo a través de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales?, creo que sí y antes que todo debemos recordar que la Secretaría del Medio Ambiente surgió hace 25 años como una medida que ubicaba a México en la tendencia mundial de disponer de instituciones y leyes en torno al asunto ambiental, un fenómeno que coincidió con el inicio y despliegue del neoliberalismo en todo el mundo y que generó una contradicción que han sufrido los países y que en el caso de México alcanzó proporciones dramáticas.
A través de los gobiernos neoliberales la política ambiental de México, que inició con bríos y notables avances, comenzó a perder aliento, se estancó, se fue desdibujando y terminó en descomposición, bajo presupuesto y actos de corrupción, inimaginables.
En el sexenio anterior por ejemplo, la Semarnat ya no fue encabezada por funcionarios capacitados y calificados, sino por mercaderes del sector automotriz y por un vendedor de autos de lujo. La Semarnat fue tomada por esa minoría depredadora y rapaz que hoy destruye a la naturaleza y al ambiente en una buena parte del país y del mundo, me refiero a las grandes corporaciones.
En el acto de mayor desverguenza -esto es muy importante-, la Semarnat, junto la Sagarpa, se pusieron del lado de las empresas biotecnológicas en los tribunales para detener la demanda legal que un grupo de 40 ciudadanos y varias organizaciones campesinas interpusimos contra la llegada del maíz transgénico hace cuatro años.
La pérdida del máiz en México por contaminación genética sería el quiebre de un proceso histórico de por lo menos 7 mil años. México es hoy soportado por la civilización mesoamericana y este legado cultural, como lo señala el Presidente, es fundamental.
Necesitamos pues rescatar a la Semarnat de esa inercia para ponerla al servicio de la sociedad mexicana, necesitamos promover leyes contra el fracking, el máiz transgénico y otros cultivos, por el agua para el uso humano, por la defensa de la biodiversidad, etcétera.
¿Qué tenemos de nuestro lado? muchas y muchos, primeramente un gobierno antinoliberal sustentando por 30 millones de votos y una sociedad cada vez más conciente que aglutina desde cientos, quizás miles de comunidades indígenas en resistencia ante los proyectos depredadores -lo que llamamos aquí el México Profundo, que además ahí están las claves en todo el mundo para salir de la crisis del mundo moderno-, hasta sectores urbanos, jóvenes de universidades, resistencias barriales, maestros democráticos, la Iglesia Católica que sigue la teología de la liberación y ecología.
Debemos volcar a la Semarnat hacia los ciudadanos y hacia los colectivos, debemos ciudadanizar la política ambiental.
El país también dispone de los suficientes talentos, expertos y especialistas en ciencia para fundamentar técnicamente las decisiones y las acciones de la Semarnat y para alcanzar una ciencia para la sustentabilidad con ética y con conciencia. Vamos a procurar resarcir esta calidad científica y tecnológica.
La última fortaleza es practicar el diálogo, como nos lo ha mostrado y demostrado el Presidente López Obrador en estos meses. Solo la crítica y la autocrítica bien templada logrará madurar a la sociedad mexicana.
Agradezco desde mi corazón al Presidente de este maravilloso país su confianza y amistad.