Por: Jorge ventocilla
(Foto:
Flickr - curtapanama / CC BY-NC-SA 2.0)
Hace
unos años, cuando junto a Agripino Ríos
trabajábamos en el libro de la historia de Cébaco [1],
por peso propio nos pareció esencial abordar el tema de las semillas, dentro
del capítulo sobre la agricultura en la isla. Con sus 8,000 hectáreas, Cébaco,
ubicada en el golfo de Montijo, en Veraguas, es la tercera isla en tamaño del
país, detrás de Coiba y San Miguel.
En la
comunidad Platanares de Cébaco vive don Francisco Calle, a quien todos llaman “Maestro chico” o simplemente “Maestrín”. El hombre ha hecho agricultura toda su vida -
que ya va por la séptima década - y ha sido testigo de los cambios en el
entorno ecológico de su isla. Estaba joven aun cuando se extrajo la caoba y
otras especies forestales, sobre todo en la segunda parte de los 40 y la
primera mitad de los 50 del siglo pasado; vivió el boom de la pesca de los
langostinos. Más recientemente ha visto cómo muchos organismos, sobre todo del
mar, entraron a formar parte de la dinámica del “Dios mercado” desapareciendo
casi de la mesa de la gente o disminuyendo muchísimo; tal es el caso de
tiburones y mantarrayas, por la demanda de sus aletas. En los últimos 15 años
le ha tocado ser testigo de cómo algunos de sus paisanos han vendido las
tierras, principalmente a especuladores de fuera de la isla, mientras él se
aferraba al pedazo de montaña heredado de sus padres, donde ellos y él
sembraron y cuidaron árboles que hoy en conjunto destacan como un santuario
aislado no decretado, allá cerca al mar en su pueblo de Platanares.
Anotaré
aquí textualmente, algunos de los comentarios que nos hizo Maestrín cuando le preguntamos sobre la agricultura en Cébaco. “De
guineos tenemos”, dos dijo, “[las variedades] patriota, chino, enano,
hartapobre, manzano, cajeto, dominico – dos clases, uno blanco y uno morado, o
quinientos, que lo trajo Teresa Ríos de tierra firme, de Los Bonitos – así como
el primitivo o pirito. Y el plátano blanco, que lo hay pero no en todos los
sectores ni son todos los que lo tienen en la isla. De frijoles tenemos:
capisucio, mantequilla, blanco, rojo, prontoalivio, coibeño, azulillo,
cariblanco y garbanzo.”
“Hace
como 30 años que se comenzaron a acabar las semillas” – siguió comentando Maestrín. “Frijol kimbol, uno blanquito,
muy bueno, ¡Ya no existe! Uyama [zapallo], había pero se perdió… El único que
tiene maní ahora es Ruperto [Saavedra, de Platanares]. La papa Castilla, un
bejuco, también se perdió la semilla por estos lados. Igual que la sandilla
criolla, aunque todavía queda en El Jobo [otro sector poblado de la isla]. Tipos
de yuca que existen son la yastá, la yema de huevo, blanca, piepalomo,
chilibreña y la panameña… ¡con un palo de esta se llenaba una moteteada de
yuca! De maíz tenemos calilla, punto cuatro, blanco y granadín.”
Sobre
el arroz, un cultivo tan preciado para la gente del interior, Maestro chico nos
dijo: “La semilla que se usa ahora es nueva. De las de antes ya no hay ninguna
o quedan poco; estas eran la pedromonte,
arroz chino, chino patiblanco y chameño o petaca, que se dejó de sembrar hace
dos años [el 2006, cuando la entrevista].
Aunque
en la ciudad ya no nos vemos como parte del mundo natural - y pensamos que éste
solo está fuera de nosotros y en los museos -, los seres humanos somos parte de
la “diversidad biológica” e incluso la creamos. Con el trabajo productivo en la
tierra, seleccionando y domesticando vegetales y animales, los humanos hemos
aumentado la diversidad. Por “diversidad biológica agropecuaria” se conoce a
los vegetales, cultivados y silvestres, y a los animales, domesticados y en estado salvaje, que existen
en nuestros sistemas de producción.
Algunos
especialistas piensan que hasta siete de cada diez variedades agrícolas del
mundo, se han perdido en los últimos 100 años. Esta situación ha disminuido las
posibilidades de una vida mejor no solo a la generación actual sino y sobre
todo, a la de nuestros hijos y su descendencia.
Vienen
a mi memoria estos recuerdos de Cébaco y hago la reflexión sobre las variedades
agrícolas, reuniéndolas aquí, en la Luna Llena de junio del 2015, porque me
encuentro en la región de Pisaq, Valle Sagrado de los Incas, en Cuzco, Perú.
Hay aquí un “Parque de la Papa”, esfuerzo de comunidades indígenas interesadas
en la protección de sus semillas. Para no reinventar la rueda, cito comentarios
sobre el Parque de su página web (www.parquedelapapa.org).
“Somos
más de seis mil pobladores repartidos en cinco comunidades quechuas: Sacaca,
Chawaytire, Pampallaqta, Paru Paru y Amaru. Todos los proyectos son administrados
de manera colectiva bajo condiciones que aseguran la participación efectiva y
la repartición de los beneficios derivados, de manera equitativa.
Orgánicamente, las comunidades estamos organizadas en la “Asociación de
Comunidades del Parque de la Papa”, que es el cuerpo de administración
colectiva [y] aplicamos los principios andinos de dualidad, reciprocidad y
equilibrio.”
“El
Parque está situado en un micro-centro de origen y de diversidad de papas, uno
de los cultivos alimenticios más importantes del mundo… protegido por siglos…y
profundamente arraigado en los sistemas de alimentación de los pueblos
Quechuas. Como su nombre denota, celebra la enorme diversidad de variedades de
papas nativas y otros cultivos andinos nativos… Se dedica a proteger y mejorar estos sistemas de alimentación y
agrobiodiversidad.
…[Aquí
se] vinculan conocimientos tradicionales con entendimientos científicos. El
Parque de la Papa tiene que ver con la
auto-determinación de los pueblos indígenas y con el asegurar sus derechos sobre la biodiversidad agrícola, los
productos locales, el conocimiento tradicional, y los bienes y servicios
relacionados a los ecosistemas.”
…
Allá
en Cébaco Maestrín me decía que él
creía que ciertas semillas, ya perdidas en la isla, todavía se encontraban en
lugares de tierra firme, al frente, donde amigos agricultores “que no veía hace
añales.” Más de una vez pensé en hacer un viaje con él hacia esos sitios, pero
no lo hice. En fechas recientes y trabajando en la región del Alto Bayano, al
este de la Provincia de Panamá, me ha tocado observar cómo comunidades
indígenas de la Comarca Kuna de Madungandi, y de Piriatí e Ipetí Emberá,
cultivan variedades de arroz y de frutales que - al menos en mi experiencia -
no se ven en comunidades campesinas aledañas.
Tengo
la certeza por experiencias vividas que diversidad cultural y biodiversidad
agrícola van de la mano. Este es un
punto importante que quería destacar en esta Luna.
Termino
recordando lo que me decía en estos días un amigo, Jorge Martínez. Para él, fue
el tema de la recuperación de la soberanía en el Canal lo que unió a los
diversos estratos del país; y que la valoración de la diversidad cultural
(expresada no solo en los pueblos originarios), y su potencial para el bien
común (como lo demuestra dentro y fuera de Panamá el tema de la biodiversidad
agrícola, añado yo) bien podría ser hoy, una razón fuerte y válida de cohesión
nacional.
Amén.
Fuente: 1 Jul 2015 - Luna Llena
[1] “¡Cébaco!
La historia de isla Cébaco, Panamá, contada por sus pobladores” Smithsonian y
Editorial Futuro Forestal, 2013. 192 pp.
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