Los agricultores familiares y de
pequeña escala del Sur global se encuentran entre las poblaciones más
vulnerables ante los impactos del cambio climático. Sin embargo, muchos de
estos campesinos han mostrado estar mejor preparados y ser más capaces de
adaptarse a estas cambiantes condiciones cuando emplean estrategias
sostenibles; tanto aquellas que han heredado de sus tradiciones ancestrales
como las que vienen sistematizando en diálogo con los técnicos y científicos
que trabajan en el marco de la agroecología.
Por Miguel Altieri y Clara Nicholls
El Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) predice que
este fenómeno llevará a una reducción de rendimientos en la mayoría de los
países debido a alteraciones en la temperatura y en los patrones de precipitación.
Las amenazas incluyen inundaciones de zonas bajas, mayor frecuencia y severidad
de sequías y temperaturas calurosas extremas que pueden limitar la producción
vegetal y animal afectando la seguridad alimentaria e incluso agudizando el
hambre. De hecho, ya se estima que el cambio climático ha reducido los
rendimientos globales de maíz y trigo en un 3,8% y 5,5% respectivamente. Muchos
científicos predicen que el cambio climático agravará aún más las
vulnerabilidades que experimentan los campesinos como resultado de la pobreza,
la sensibilidad de sus localidades geográficas (áreas de secano, laderas, etc.)
y su alta dependencia de recursos naturales. La conclusión prevalente es que la
agricultura campesina es particularmente vulnerable por su condición de
marginalidad y que, aunque los campesinos tengan experiencia en lidiar con la
variabilidad climática, sus estrategias tradicionales para enfrentarla no serán
suficientes para enfrentar la severidad de la variabilidad que se predice. Por
lo tanto, el sistema oficial de investigación agrícola mundial plantea que el
uso de nuevas tecnologías asociadas a la “agricultura climáticamente
inteligente” (ACI) será fundamental para el futuro de la agricultura de pequeña
escala. La ACI se enfoca en soluciones técnicas rápidas y basadas en insumos,
enfatizando el uso de la ingeniería genética para desarrollar cultivos que
resistan las condiciones climáticas más extremas. Al depender de pesticidas
químicos y fertilizantes sintéticos, estas semillas transgénicas no son una
opción sostenible para la mayoría de los productores vulnerables y pobres.
Si bien es cierto que muchas
poblaciones indígenas y campesinas están particularmente expuestas a los
impactos del cambio climático y son vulnerables, muchas comunidades están
respondiendo activamente al clima cambiante y han demostrado innovación y
resiliencia utilizando una diversidad de estrategias para enfrentar sequías,
inundaciones, huracanes, etc. Los sistemas tradicionales ofrecen una amplia
gama de opciones y diseños de manejo que incrementan la biodiversidad funcional
en los campos de cultivo, y, por consiguiente, refuerzan la resiliencia de los
agroecosistemas.
Muchas de las estrategias
agroecológicas tradicionales que reducen la vulnerabilidad a la variabilidad climática
incluyen la diversificación de cultivos, el mantenimiento de la diversidad
genética local, la integración animal, la adición de materia orgánica al suelo,
la cosecha de agua, etc. Estas innovaciones son la base concreta que las
comunidades vulnerables pueden utilizar y movilizar para diseñar sistemas
agrícolas que se vuelvan cada vez más resilientes a los extremos climáticos
mientras esperan que se materialicen programas gubernamentales e
internacionales de reducción de riesgos, sistemas tempranos de información
climática, proyectos de prevención y mitigación de desastres, etc. (Nicholls y
otros, 2015)
Además se encuentran disponibles
metodologías amigables para los agricultores (www.redagres.org, www.socla.co)
que les permiten identificar los sistemas que hayan resistido eventos
climáticos recientemente y entender las características agroecológicas de esos
sistemas que hicieron posible su resistencia o recuperación ante sequías,
tormentas, inundaciones o huracanes. La idea es evaluar el nivel de resiliencia
de cada finca y cuáles prácticas agroecológicas, conocidas y accesibles por la
comunidad o existentes en comunidades cercanas, deben adoptarse y difundirse
para mejorar la resistencia a la sequía y a las fuertes tormentas (Nicholls y
Altieri, 2013).
Enfrentando las sequías
Variedades locales
El uso de variedades localmente
adaptadas permite que los cultivos se adapten a una gama de condiciones
climáticas. Al utilizar mejor el agua disponible, las variedades tradicionales
generalmente rinden más que las variedades modernas bajo condiciones de estrés
hídrico. Por ejemplo, en India –con respecto al uso de agua– las variedades
locales de trigo tuvieron una producción tres veces más alta (620,94 kg/ha/cm
de agua) que las variedades mejoradas (293,1 kg/ha/cm de agua). La creación de
bancos de semillas comunitarios que recojan el rico germoplasma aún existente
en una región tiene un valor estratégico.
Adición de materia orgánica al suelo
La continua incorporación de residuos
de cosecha, compost y el uso de cultivos de cobertura o abonos verdes
incrementan el contenido de materia orgánica del suelo, lo que a su vez
incrementa la capacidad de almacenamiento de agua en el suelo, y esto, a su
vez, mejora la resistencia de los cultivos a la sequía: por cada 1% de
incremento de materia orgánica, el suelo almacena hasta 1,5 litros de agua por
metro cuadrado. Investigaciones han mostrado que un incremento de materia
orgánica de 0,5 a 3,0 % duplicó la cantidad de agua disponible para los
cultivos.
Activación de la biología del suelo
Un suelo orgánico bien manejado
contiene altas poblaciones de bacterias, hongos y actinomicetos (grupo de
bacterias filamentosas similares a los hongos que mineralizan la materia
orgánica que hongos y bacterias generalmente no degradan). Existe información
sobre poblaciones bacterianas con más de cinco millones de individuos por gramo
de suelo seco que ayudan a descomponer residuos y aumentan la disponibilidad de
los nutrientes para las plantas. La presencia de hongos micorrízicos
arbusculares (VAM por sus siglas en inglés; conocidos como micorrizas) que
colonizan las raíces de muchos cultivos, es clave ya que estas incrementan la
eficiencia del uso del agua, beneficiando a los cultivos bajo condiciones de
estrés hídrico.
Cobertura del suelo
Al mantener la vegetación de barbecho
se reduce la evaporación, lo que permite retener 4% más de agua en el suelo,
equivalente a unos 8 mm adicionales de lluvia. Un estudio realizado en
Centroamérica (Triomphe y otros, 1998) encontró que prácticas agroecológicas
como los cultivos de cobertura y el mulching (acolchado o mantillo) pueden
incrementar el almacenamiento de agua en el suelo entre entre 3 y 15%. La
conservación de agua en el perfil del suelo hace que los nutrientes estén
disponibles de manera inmediata, en sincronía con los períodos de mayor
absorción de los cultivos.
Policultivos
Los datos de 94 experimentos con
varias asociaciones de sorgo con guandul (Cajanus
cajan, también conocido como frijol de palo o quinchoncho), demostraron que
para un evento extremo particular, el monocultivo de guandul fallaría una de
cada cinco veces y el sorgo fallaría una vez de cada ocho, mientras que el
policultivo fallaba una de cada 36 veces. Los policultivos exhiben mayor
estabilidad en los rendimientos y menores declives de producción que los
monocultivos bajo condiciones de sequía. Al manipular el estrés hídrico se
observó que los cultivos intercalados de sorgo y maní, mijo y maní y sorgo y
mijo rindieron consistentemente más que los monocultivos en cinco niveles de
disponibilidad de humedad. Es interesante notar que las diferencias relativas
en la productividad de los monocultivos y los policultivos se fueron acentuando
conforme aumentaba el estrés. En China la eficiencia del uso de agua en el
cultivo de papas intercaladas con frijoles fue 13,5% mayor que en monocultivo
(Francis, 1986).
Sistemas agroforestales
Cuando café y cacao se cultivan en
sistemas agroforestales, un nivel de sombra de 40 a 60% de los árboles crea un
microclima que protege a estos cultivos de las altas fluctuaciones de
temperatura y también de las bajas precipitaciones, al reducir la evaporación
de agua del suelo. En casos de extrema sequía, al perder sus cosechas muchos
agricultores intercambian madera por alimentos y también complementan sus
dietas con frutas, vainas y hojas de árboles resistentes.
Sistemas silvopastoriles
Las pasturas enriquecidas con altas
densidades de arbustos forrajeros, árboles y palmeras pueden neutralizar los
efectos negativos de la sequía. 2009 fue el más seco de los últimos 40 años en
el valle del Cauca, Colombia, con una caída de 44% en las precipitaciones. A
pesar de una reducción del 25% en la biomasa de los pastos, la producción de
forraje de árboles y arbustos en la finca El Hatico permitió mantener constante
la producción de leche, mientras agricultores de zonas vecinas reportaron
pérdidas severas en la producción de leche y en el peso de los animales, además
de altas tasas de mortalidad.
Enfrentando tormentas y huracanes
En las laderas centroamericanas los
agricultores que utilizaban prácticas de diversificación tales como cultivos de
cobertura, cultivos intercalados y agroforestería sufrieron menos daños por el
huracán Mitch en 1998 que sus vecinos que producían monocultivos
convencionales. Se encontró que las parcelas diversificadas tenían de 20 a 40%
más cobertura vegetal, más humedad en el suelo y menos erosión y que
experimentaron pérdidas económicas menores que las de sus vecinos con sistemas
convencionales. En Chiapas los sistemas de café con sombra diversificada
sufrieron menos daños por el huracán Stan en 2005 que los sistemas de café
simplificados. En las zonas afectadas por el huracán Ike en Cuba, en 2008, los
investigadores encontraron que en las fincas diversificadas las pérdidas de
productividad fueron de 50%, en comparación con el 90 o el 100% que tuvieron
los monocultivos vecinos. Al mismo tiempo, después de 40 días del huracán, las
fincas diversificadas mostraron una recuperación de la producción de 80 a 90%,
más rápida que las fincas de monocultivos. Todos estos estudios corroboran que
al incrementar la materia orgánica del suelo los sistemas agroforestales
mejoran la infiltración del agua; al proporcionar cobertura previenen la
erosión del suelo, y que también muchos árboles actúan como rompevientos,
disminuyendo la velocidad del viento y el impacto de las tormentas. Las raíces
profundas y superficiales de los árboles también ayudan a estabilizar el suelo
(Nicholls y otros, 2015).
Los policultivos de maíz con guandul
incrementan la infiltración en el suelo –lo que aumenta el agua almacenada en
el perfil y reduce la escorrentía– debido a una mayor cobertura y mejor
estructura del suelo. En suelos que han sido manejados con policultivos durante
cinco años consecutivos, la infiltración se incrementó de 6 mm/hora a 22
mm/hora y por lo tanto se reduzco en un 68% la cantidad de agua que corría
ladera abajo (escorrentía) que, en los monocultivos, donde se redujo en 34%,
los cuales experimentaron más erosión.
En laderas, los cultivos de cobertura
como la mucuna o frijol terciopelo (Mucuna pruriens) cubren rápido el suelo con
mucha biomasa (más de 10 t/ha) que fijan de 90 a 170 kg/ha de nitrógeno. Sobre
esta biomasa se siembra maíz, lográndose producciones aceptables de 3,5 a 4,5
t/ha, a pesar de las variaciones climáticas.
Conclusiones
La agroecología plantea que para el
diseño de una agricultura resiliente es necesario reincorporar
agrobiodiversidad (mezclas de variedades, policultivos, agroforestería,
integración animal, etc.) en las parcelas agrícolas, junto con prácticas de
conservación y cosecha de agua, además de la restauración de los paisajes
circundantes (gráfico 1). A nivel de paisaje la diversificación de la matriz
debe ir acompañada de una serie de actividades complementarias necesarias para
alcanzar los objetivos de la resiliencia socioecológica (cuadro 1).
En muchas zonas vulnerables los
campesinos pueden recurrir a los sistemas agrícolas tradicionales que aún
prevalecen y que representan depósitos de abundantes conocimientos sobre
resiliencia ante los efectos de condiciones climáticas extremas. La cuestión es
discernir qué principios y mecanismos han permitido a estos sistemas resistir y/o
recuperarse de sequías, tormentas, inundaciones o huracanes. Estos mecanismos
pueden ser descifrados utilizando las metodologías descritas por REDAGRES (www.redagres.org)
en una serie de documentos que proporcionan herramientas fáciles para evaluar
la resiliencia socioecológica de los sistemas agrícolas y así reforzar la
capacidad de respuesta de los agricultores.
Muchas estrategias agroecológicas
enumeradas en el cuadro 2 pueden ser implementadas en las fincas para reducir
la vulnerabilidad a la variabilidad climática. Un paso clave es difundir con
urgencia las prácticas de resiliencia utilizadas por los agricultores exitosos.
La difusión eficaz de las estrategias agroecológicas determinará en gran medida
qué tan bien y qué tan rápido podrán adaptarse al cambio climático los
agricultores. La difusión a los agricultores de comunidades vecinas y otras en
la región puede hacerse utilizando la metodología Campesino a Campesino,
centrada en la evaluación del nivel de resiliencia de cada finca y basada en
los valores de los indicadores específicos. Así es posible determinar qué
prácticas adoptar y diseminar para mejorar la resiliencia de las fincas a los
extremos climáticos (Henao y otros, 2016).
La capacidad de los grupos o
comunidades para adaptarse frente a tensiones sociales, políticas o ambientales
externas debe ir de la mano con la resiliencia ecológica. Para ser resilientes
las sociedades rurales deben demostrar capacidad para amortiguar las perturbaciones
con métodos agroecológicos adoptados y difundidos a través de la organización
autónoma y la acción colectiva. Reducir la vulnerabilidad social a través de la
ampliación y consolidación de redes sociales, tanto local como regionalmente,
puede contribuir a incrementar la resiliencia de los agroecosistemas. La
vulnerabilidad de las comunidades agrícolas depende de lo bien desarrollado que
esté su capital natural y social, lo que a su vez hace que los agricultores y
sus sistemas sean más o menos vulnerables a las perturbaciones climáticas. En
las regiones donde el tejido social se ha roto el reto será rehabilitar la
organización social y las estrategias colectivas en las comunidades,
incrementando así la capacidad de respuesta de los agricultores para
implementar mecanismos agroecológicos que les permitan resistir y/o recuperarse
de los eventos climáticos. El rediseño de los agroecosistemas con principios
agroecológicos conlleva a sistemas con propiedades deseables de resiliencia
socioecológica (recuadro).
Miguel A. Altieri
Clara I. Nicholls
Presidenta de la Sociedad Científica
Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) y Coordinadora Regional de Red
Iberoamericana de Agroecología para el Desarrollo de Sistemas Agrícolas
Resilientes al Cambio Climático (REDAGRES).
Referencias
- Francis, C. A. 1986. Multiple Cropping Systems. Nueva York: MacMillan.
- Henao, A; Altieri, M. A., y Nicholls, C. I. 2016. Herramienta didáctica para la planificación de fincas resilientes. Medellín, Colombia: REDAGRES/Instituto Humboldt.
- Nicholls, C. I. y Altieri M. A. 2013. Agroecología y cambio climático: metodologías para evaluar la resiliencia socioecológica en comunidades rurales. Lima, Perú: Red Iberoamericana de Agroecología para el Desarrollo de Sistemas Agrícolas Resilientes al Cambio Climático (REDAGRES) / Gama Gráfica.
- Nicholls, C. I.; Altieri, M. A.; Henao, A.; Montalba R., y Talavera, E. 2015. Agroecología y el diseño de sistemas agrícolas resilientes al cambio climático. Lima, Perú: REDAGRES.
- Triomphe, B.; Sain, G., y Buckles, D. 1998. Cover crops in hillside agriculture. Canadá: International Development Research Centre.
- UNU-IAS, Bioversity
International, IGES y UNDP. 2014. Toolkit for the indicators of resilience in
socio-ecological production landscapes and Seascapes (SEPLS). Yokohama, Japón.
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