Explotación
Laboral
¿Qué puede aportar la agroecología al debate
sobre el sistema agroalimentario global y migraciones?
En
estos últimos días hemos sido testigos de dos dramáticos hechos que azotan el
Sur de Europa: el asesinato de Soumayla Sacko,sindicalista
defensor de migrantes jornaleros en la plana de Gioia Tauro, Calabria (Italia),
posiblemente vinculado al racismo estructural que campa a sus anchas en una
Europa cada vez más fascista, y el descubrimiento de las sistemáticas
violaciones por su condición de mujeres y migrantes en la producción de fresas en Huelva, Andalucía.
Ambos casos empujan a reflexionar
sobre la injusticia imperante en la que se asientan las cadenas
agroalimentarias globales dentro del régimen agroalimentario de las
corporaciones.
Como indica Alessandra Corrado de la
Universidad dela Calabria, los elementos que entran en juego en esta
agricultura industrial sobre la que depende parte de las economías del Sur de
Europa ponen en evidencia la explotación de mano de obra hasta puntos
inimaginables aunque invisibles a la opinión pública hasta ahora, y el cruce
entre la opresión de género, raza y clase, necesaria para que este sistema
agroalimentario global siga funcionando.
Al escuchar los testimonios de los
empresarios de la fresa y en general de la agricultura industrial, vemos cómo
la alusión a la rentabilidad de la producción agraria resulta recurrente a la
hora de excusar esta situación: producir alimento en este régimen alimentario solo
resulta rentable económicamente si es basado en la intensificación agresiva y
violenta, es decir utilizando mano de obra casi gratuita y mermando los
recursos ecológicos del territorio para subsistir.
El sistema agroalimentario solo es
posible si consideramos la existencia de lo que Maristella Svampa llama “zonas
de sacrificio”, lugares donde el desarrollo económico se prioriza por encima de
cualquier otro principio
La estructura oligopólica de los
mercados globales empuja a estos esquemas de funcionamiento sexista y racista,
donde la productividad de la tierra se paga con sangre. Para no caer en juicios
banales sobre el tema, es preciso echar un vistazo al orden económico global,
que impulsa una explotación estructural y sistemática de sujetos migrantes que
proceden de países empobrecidos o con situaciones políticas precarias y
lábiles.
La socióloga Saskia Sassen explica
que nos encontramos en una fase de capitalismo avanzado dentro de los procesos
neoliberales, que se basa en lógicas “extractivas” en lugar del consumo de
masas. En otras palabras, la extracción sustituye el consumo de masas como
lógica dominante, es decir que el consumo de masas mantiene su importancia
fundamental pero sin ser capaz de generar nuevos órdenes sistémicos como en el
siglo XX.
Unos de los expertos en
extractivismo, Alberto Acosta, afirma que este nuevo sistema económico
dominante basado en el extractivismo focaliza la explotación en los recursos
primarios y con una lógica que resulta ser un mecanismo de saqueo y apropiación
colonial. De hecho, el sistema agroalimentario se asienta sobre distintos formatos
de extractivismo, y solo es posible si consideramos la existencia de lo que
Maristella Svampa llama “zonas de sacrificio”, lugares donde la ley que impera
es la de priorizar el desarrollo económico por encima de cualquier otro
principio.
Asimismo, la autora argentina nos
sugiere que el extractivismo se propone como modelo de “ocupación territorial”
que desplaza otras economías al competir por la utilización de agua, energía y
otros recursos, generando dinámicas territoriales excluyentes. La violencia
intrínseca de tal sistema resulta determinar una “cultura de la muerte” cono
indica Vandana Shiva, ejerciendo un verdadero ecocidio al destruir la vida en
todas sus formas.
Vandana Shiva: "Este sistema ha destruido el 75% del
planeta; si sigue nos dejará un planeta muerto"
GLADYS MARTÍNEZ LÓPEZ
Sin eximir la agencia de los
empresarios sobre los que cae esta responsabilidad, en un régimen alimentario
donde las grandes corporaciones copan el mercado de insumos, semillas,
fertilizantes y canales de comercialización, el modus operandi de la
agricultura empresarial solo puede entenderse con estas prácticas
cortoplacistas, que no solamente se asientan sobre la falta de solidaridad y
con el futuro de nuestros recursos naturales, sino sobre todo en la violencia
material e inmaterial contra personas que presentan condiciones vulnerables,
con el fin de controlar recursos y territorio.
En este contexto, no podemos hacer
menos que apostar por la soberanía alimentaria como proyecto político
transformador, y la agroecología como forma de generar cadenas agroalimentarias
justas. Ésta última, la agroecología, bebe desde multitud de orígenes
geográficos en donde surgen oposiciones ante este régimen agroalimentario
corporativo bajo forma de luchas diarias ancladas en los territorios. De hecho,
allí donde las prácticas extractivas son más agresivas se observan una gran
cantidad de casos de resistencia.
Un ejemplo muy cercano son los casos
en Latinoamérica, donde el entrecruzamiento entre saberes campesinos,
cosmovisiones locales, ciencia e identidades territoriales, dan forma a un
proyecto político que cada vez más se asienta en propuestas de cambio
socioecológico reales. La histórica conexión colonial, migratoria y de lenguaje
que mantenemos con América Latina, nos permite sentir cercanas sus luchas e
inspirarnos en ellas, tejiendo redes de intercambio que enriquecen la
resistencia.
Un claro ejemplo es el espacio
generado en el posgrado de Agroecología de Baeza, Jaén, donde desde hace más de
veinte años convergen estudiantes, activistas e investigadoras ibéricas y
latinoamericanas, donde las experiencias de aprendizaje e intercambio resultan
de gran riqueza y soporte mutuo.
Cabe preguntarse si desde la
agroecología estamos consiguiendo generar proyectos de vida en el medio rural
de manera escalada, que permitan a antiguos y nuevos pobladores asentarse con
dignidad
Sin embargo, a pesar de estos
espacios de reflexión y alianzas, la agroecología y la soberanía alimentaria
necesitan poner en la mesa un debate más profundo sobre la implicación de las y
los migrantes en la producción agrícola, donde el abordaje del tema resulta aún
demasiado marginal.
Por otro lado, al empezar a estar “de
moda”, la agroecología debe afrontar un nuevo reto: la cooptación capitalista.
En efecto, donde antes se tachaba de ilusos a las personas implicadas en la
agroecología, ahora les llaman a Simposios Internacionales organizados por la
FAO.
Este salto, en principio positivo,
supone un paso que probablemente necesita más madurez en distintos aspectos que
tienen que ver con la traducción de las luchas agroecológicas a nuestros
territorios del sur de Europa, a mitad de camino entre un Norte Global
dominante y las lógicas extractivas implementadas en el Sur Global, y la
generación de alternativas que se articulen desde el conocimiento campesino
olvidado y las realidades rurales de la periferia europea.
Sin menospreciar la gran labor que se
está realizando en las zonas urbanas, la misma ciudad como gran foco de
consumidorxs parte del “carácter transformador del consumo”, que pierde el
elemento transformador cuando se confunde agroecología con productos ecológicos
industriales, estos últimos consumidos de manera siempre más creciente zonas
urbanas.
Hay un matiz relevante aquí: la
creciente aunque falsa confianza en el sello ecológico como garante de una
producción además de ecológica, socialmente justa, que queda en entredicho
cuando ya hay un gran porcentaje de esos campos de fresas onubenses asentados
sobre la explotación agresiva de migrantes, y que poseen parte de su superficie
en ecológico certificado, seguramente reproduciendo los esquemas que han
desencadenado los sucesos de las jornaleras violadas y el sindicalista
asesinado.
En todo esto, cabe preguntarse si
desde la agroecología estamos consiguiendo generar proyectos de vida en el
medio rural de manera escalada, que permitan a antiguos y nuevos pobladores
asentarse con dignidad y garantizar sus condiciones de vida. Y mientras tanto,
vemos como en casos como el de las y los migrantes en Andalucía y en Calabria,
el Sur del Norte, comienzan a funcionar en clave extractivista sin darnos
cuenta desde las ciudades.
En este debate, la agroecología tiene
que ser un elemento que contemple estas situaciones para revertirlas y
combatirlas, no funcionar con esquemas paralelos en donde existen “islas
agroecológicas urbanas”, como los grupos y cooperativas de consumo, que sí
llegan a generar espacios de confianza y co-responsabilidad en la producción y
el consumo agroecológico, pero que coexisten con “zonas de sacrificio”, en
donde múltiples tipos de explotación entran en juego de manera habitual. La
dura realidad es que estas zonas de sacrificio están haciendo más por frenar el
despoblamiento rural de este Norte que la agroecología, sin entrar en la
cualidad del proceso.
Afortunadamente existen experiencias
optimistas que aunque no lleven la etiqueta de agroecología, sí emplean
prácticas agroecológicas y sobre todo aportan a la construcción de Economías
Solidarias desde abajo. Tres ejemplos: el primero es el proyecto transformador
de La Vía Campesina, que refuerza la construcción desde abajo hacia arriba, contando
entre sus filas con las personas migrantes climáticas y jornaleras que
conforman gran parte de la mano de obra de esta parte del mundo, y en donde
cada vez más se viene dando voz a las mujeres y a su lucha
ecofeminista protagonista para resistir y re-existir.
Bajando a realidades más pequeñas, el
segundo ejemplo es Riace, Calabria, un pequeño pueblo “tradicional y ecológico”
que se basa en la Economía Social y Solidaria asentada mediante la población
migrante y local en esquemas de integración; Riace se había despoblado casi
completamente y la colaboración para construir una economía local con las y los
migrantes ha resultado ser un recurso en vez que un obstáculo.
El último ejemplo son las luchas en
la periferia de Atenas, llevadas a cabo por migrantes principalmente de origen
caboverdiano, en donde las semillas y prácticas tradicionales que traen son
implementadas en pequeños espacios pegados a la carretera de cara a intentar
cubrir sus necesidades básicas, una suerte de resistencia agroecológica
transmarítima.
Pensar modelos agroecológicos debe
necesariamente incluir el romper con un sistema de opresión, con el fin de
entender que el escenario donde acontecen las experiencias muchas veces lo es
todo: no es lo mismo pensar la agroecología desde el centro que desde la
periferia. Pero sobre todo es necesario repensar propuestas agroecológicas
desde el Sur de Europa que le den la vuelta a la violencia sistemática racial y
de género en la agricultura, planteando soluciones que superen las dramáticas
consecuencias del régimen alimentario global.
Fuente: El
Asalto - https://www.elsaltodiario.com/explotacion-laboral/sistema-agroalimentario-fresas-y-agroecologia
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