Quizá el primer episodio de la agricultura tuvo
como protagonista a una mujer, que reconoció y empezó a cultivar una variedad
vegetal silvestre para alimentarse; aprendió su ciclo vital y desarrolló los
rudimentos de técnicas que la humanidad perfeccionó durante más de 10.000 años.
Carlos Vicente dice que ese primer acto es probablemente el
hecho cultural más maravilloso e importante en la historia del vínculo de
nuestra especie con el resto de la naturaleza.
Emociona imaginar a esa mujer, a su mirada puesta
en una planta y a sus manos desatando el mundo que conocemos. Desde entonces
las semillas viajaron con los pueblos hacia distintos territorios y climas. Las
comunidades campesinas e indígenas de todo el mundo, las modificaron generación
tras generación mediante selección, cuidado e intercambio, generando toda esa
enorme diversidad de variedades que nos alimenta aún hoy. Las semillas y la
humanidad nos criamos juntxs en este camino de miles de años.
Pero en algún momento lo hemos perdido de vista: para lxs millones que vivimos
en las ciudades, a quienes la dinámica urbana nos transformó totalmente el acto
alimenticio y el vínculo con la naturaleza, las semillas nos son ajenas y su
destino no cuenta entre nuestras preocupaciones.
Este extrañamiento es aprovechado por las
corporaciones que desde la llamada Revolución Verde y, sobre todo, desde la
generación de semillas transgénicas, pretenden apropiarse de los frutos de esta
labor ancestral. Detrás de toda la parafernalia tecnológica y el marketing, lo
que las corporaciones ocultan es que ninguna semilla agrícola aparece
en una probeta de laboratorio, y que cualquier modificación se apoya sobre
miles de años de trabajo de otros. Por eso, su intención de aplicarles
derechos de propiedad intelectual constituye escencialmente un robo. Mientras
el porcentaje de transgénicos aumenta en nuestros campos, las corporaciones que
los impulsan se fusionan cada vez más. Así, en más del 60% del área sembrada de
Argentina encontramos variedades transgénicas desarrolladas por poquísimas
empresas. A nivel mundial entre Bayer-Monsanto, ChemChina-Syngenta, Basf y
Corteva Agrociences (Dupont+Dow) concentran más del 75% de todo el mercado de semillas. Los intentos de modificar la Ley de Semillas
Argentina (nro. 20.247)
según los intereses corporativos no son nuevos: A partir del lanzamiento de la
soja Intacta RR2 de Monsanto en 2012 las presiones corporativas arreciaron.
Hubo intentos durante el kirchnerismo, y con Macri en el Gobierno asistimos una
nueva y brutal ofensiva. Lo que buscan es cercenar el llamado “uso propio”: el
derecho que cada agricultor tiene de reutilizar una parte de su cosecha para
volver a sembrar en el siguiente ciclo. Pretenden transformar un
derecho de todos en una “excepción” para algunxs (“pequeños
agricultores” y “pueblos originarios” inscriptos en registros ad-hoc). Las
empresas y sus vocerxs argumentan
que con la legislación vigente se vulneran sus derechos de obtentor (una forma
de derechos de propiedad intelectual reconocida en la ley actual) sobre las
variedades que comercializan. Pretenden cobrar regalías cada vez que alguien
use estas semillas y presionan por una nueva ley que les garantice esto: Nadie
tendría derecho a replantar, ni tampoco a intercambiar, sin pagarles. Profundizando
su control de la cadena agroindustrial y agroalimentaria, aumenta además su
capacidad de incidir en los precios de los alimentos. Dicen que no hacerlo
constituye “un obstáculo para realizar inversiones”, retomando aquel rancio
argumento de que la biotecnología es indispensable para alimentar a la
humanidad, y de paso mostrándose como fuente de divisas en tiempos de crisis.
Como en tantos otros temas, ahora el Estado reproduce el discurso de las
corporaciones que han colonizado los organigramas oficiales con sus cuadros y
referentes. Lo que están cocinando no huele bien, y lo están haciendo de
espaldas al pueblo, en “mesas de trabajo”
donde sólo se sientan “ellos”:
ASA, ARPOV, AAPRESID, AACREA, SRA, Coninagro y CRA, junto con funcionarios y
legisladores; y desde ahí anuncian “consensos”.
Si bien las empresas ponen el foco en los
commodities de exportación como la soja o el maíz, en realidad la modificación
de la ley abre la puerta hacia TODAS las variedades vegetales, que
pueden así, ser blanco de biopiratería. Imagináte que alguien modifica uno de
los 35 mil genes que tiene el tomate y después dice ser "el dueño del
tomate”: parece de locos no? pero por ejemplo, Syngenta ya intentó
hacerlo. Esta es una batalla global. Ofensivas como ésta se suceden
en todos los países, y en aquellos donde pudieron imponer sus leyes de semillas
pasan cosas tremendas: Persecución de agricultores; criminalización del
intercambio; destrucción de cosechas; y finalmente derechos de propiedad que
ponen en jaque el acceso a los alimentos para los pueblos. Desde hace 60 años
vienen machacando con que la biotecnología es la clave para terminar con el
hambre, pero es mentira. En este tiempo no sólo que sigue habiendo
millones de hambrientxs, sino que la desigualdad y la violencia se
han profundizado en nuestros territorios a medida que aumenta el poder
del agronegocio. Y lo que es gravísimo: la humanidad ya perdió las ¾
partes de la agrobiodiversidad que nos alimentó por siglos; esto
significa que tenemos menos tipos distintos de comida disponible, lo que nos
hace más vulnerables frente a los desafíos que plantea el cambio
climático.
Parece una locura que "Ley de Semillas"
pueda tener un lugar en nuestras habituales reuniones con amigxs y familiares,
pero sin embargo definir "qué comemos" nos ocupa y entusiasma. La
distancia que la mayoría de nosotrxs tenemos con el tema es enorme, y sin
embargo lo que suceda ahí va a tener impactos en lo que nos pase a cada bocado.
Por el otro lado también es cierto que en las ciudades viene creciendo la
preocupación sobre lo que comemos y su vínculo con la explosión de algunas
enfermedades. Se fortalecen alternativas de comercialización de productos
agroecológicos y crece el convencimiento de que necesitamos avanzar hacia
la Soberanía Alimentaria. A veces falta ese pasito de reconocer que
ésta sólo será posible con semillas libres en manos campesinas,
como plantea desde hace años La Vía Campesina.
Desde Huerquen integramos
desde su fundación la Multisectorial contra la “Ley Monsanto” de Semillas, un espacio amplio desde donde intentamos resistir
estos intentos junto a muchxs otrxs de distintos territorios. Hay otros
espacios y entidades que desde distintas formas y caminos plantean cosas
similares. Quizá en este momento, donde enfrentamos un embate tan fuerte, sea
tiempo de alianzas nuevas, amplias, ¿insólitas?, donde las organizaciones
del campo y de la ciudad aunemos esfuerzos para frenar lo que está en marcha. La
defensa de las semillas en manos de los pueblos es una pelea estratégica.
Ojalá en su curso podamos recuperar la perspectiva maravillosa de reconocernos
parte de todo lo viviente, retomando ese camino de hermanxs que iniciamos con
las semillas hace miles de años. (continuará)
Videos para acompañar esta nota:
Fuente: Huerquen
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