Actualizado el 26 de Septiembre de 2025
Por Víctor
Quintanilla y Natalia Oviedo*
Aunque el
océano es indispensable para la estabilización del clima en el planeta, rara
vez es el centro de atención cuando hablamos de la crisis climática global.
El océano
es nuestro mejor aliado frente a la emergencia climática porque absorbe gran
parte de los gases de efecto invernadero que la humanidad emite y que son el
origen del problema.
Al mismo
tiempo, el océano es una víctima de la crisis climática, cuyos impactos lo
están llevando al límite con la acidificación de sus aguas, el aumento del
nivel del mar y la pérdida de oxígeno, procesos que afectan seriamente la vida
marina.
Pese a su
importancia, la relación entre océano y clima no ha sido incluida de forma
integral en las negociaciones internacionales en las que los gobiernos buscan
acuerdos y políticas para enfrentar la crisis climática.
Frente a
ese vacío y en un avance histórico, el Tribunal Internacional del Derecho del
Mar emitió en 2024 un dictamen que aclara las obligaciones de los Estados para
proteger el medio marino de la crisis climática.
A
continuación, presentamos cinco claves para entender el vínculo entre océano y
clima.
1. El rol del océano ante la crisis climática.
A decir
del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático,
el océano es "un regulador climático fundamental en escalas de tiempo que
van desde estacionales hasta milenarias". Desde 1955, ha absorbido el 90%
del exceso de calor provocado por el calentamiento global, junto con una cuarta
parte del dióxido de carbono liberado por actividades humanas.
Asimismo,
las corrientes oceánicas transportan agua cálida de los trópicos a los polos,
enviando agua más fría de regreso. Con esto equilibran la temperatura y hacen
que gran parte de la Tierra sea habitable. El océano influye además en las
variaciones climáticas en tierra firme al ser la fuente principal de la lluvia,
lo que alimenta ríos y otros sistemas vitales de agua dulce.
El océano
también es un pulmón para el planeta ya que, a través de organismos
microscópicos conocidos como fitoplancton, es responsable de generar aproximadamente la mitad del suministro de oxígeno del mundo.
Por su parte, ecosistemas costeros como los manglares, marisma y
pastos marinos absorben enormes cantidades de carbono de la atmósfera,
mitigando la crisis climática.
2. El impacto de la crisis climática en el océano.
La crisis
climática altera las propiedades físicas y químicas del océano, afectando su
capacidad de regular el clima. Uno de los impactos irreversibles del cambio
climático es el calentamiento del océano, cuya tasa y absorción de calor se
ha más que duplicado desde 1993. A medida que sus
aguas se calientan, comienzan a liberar dióxido de carbono de nuevo a la
atmósfera.
Además, se
prevé que el aumento de la temperatura oceánica reduzca la cantidad de oxígeno
disponible, alterando los ciclos de nutrientes y afectando con ello la
distribución y abundancia de peces. Otra consecuencia es el aumento del nivel
del mar, que se debe a la expansión térmica del océano y a la pérdida de hielo
terrestre.
Finalmente,
la absorción de una creciente cantidad de dióxido de carbono ha resultado en la
acidificación del océano, entendida como la disminución de su pH. Esto reduce
los niveles de calcio, sustancia necesaria para las conchas y los esqueletos
externos de varias especies de fauna marina y de ecosistemas como los arrecifes
de coral.
3. La inclusión del océano en las negociaciones climáticas
internacionales.
Aunque el
vínculo entre océano y cambio climático fue reconocido desde los orígenes de
las negociaciones bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el
Cambio Climático (CMNUCC) —al incluirse al océano en la definición de “sistema
climático”—, su presencia en ellas ha sido progresiva. Un hito decisivo sucedió
en la 25ª Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP25), en 2019,
donde se ordenó celebrar el primer diálogo oficial acerca del tema y el cual
resultó en recomendaciones para alinear la acción climática y
oceánica, promoviendo además la movilización de financiamiento para proteger
los ecosistemas marinos.
Desde
entonces, el océano ha ganado un espacio permanente en la agenda climática. En
conferencias posteriores, la inclusión del océano se profundizó. El Pacto de Glasgow para el Clima (COP26, 2021)
reconoció al océano como aliado en la absorción de carbono, exhortó a integrar
la acción basada en el océano en los planes de trabajo de la CMNUCC y ordenó un
diálogo anual sobre el tema. En la COP27 (2022) se alentó a los países a
incluir la acción basada en el océano en sus contribuciones determinadas a
nivel nacional (NDC, por sus siglas en inglés). Y en la COP28 (2023) se
incluyó al océano en el primer balance global del Acuerdo de París.
De cara a
la COP30 de este año en Brasil, que tendrá un eje específico sobre
"Bosques, Océanos y Biodiversidad", el reto es pasar del
reconocimiento político a la implementación de medidas concretas de protección
del océano.
4. Obligaciones de los Estados para proteger el océano ante la crisis
climática
La salud y
resiliencia del océano es indispensable no solo para enfrentar la crisis
climática, sino también para el ejercicio de derechos humanos fundamentales
como la vida, la salud, la cultura, la alimentación, el acceso al agua y el
derecho a un ambiente sano. Esto evidencia la interdependencia entre océano,
cambio climático y derechos humanos.
Reconociendo
ese nexo, el 21 de mayo de 2024, el Tribunal Internacional del Derecho del Mar
hizo pública una decisión importante que aclara las obligaciones de
los Estados para preservar el océano frente a la crisis climática. Estos
deberes incluyen la adopción de medidas concretas de mitigación para minimizar
la liberación de sustancias tóxicas en el medio marino, así como el ejercicio
de una estricta debida diligencia para garantizar que los actores no estatales
cumplan efectivamente con dichas medidas.
El tribunal
resaltó las obligaciones estatales de prevenir la contaminación relacionada con
el cambio climático que afecte a otros Estados y al medio marino fuera de la
jurisdicción nacional. En relación con el derecho a un ambiente sano, el
dictamen subraya el uso los enfoques de precaución y ecosistémico en el
contexto de las obligaciones de los Estados de realizar evaluaciones de
impactos ambientales y socioeconómicos de cualquier actividad que pueda causar
contaminación marina relacionada con el cambio climático. Eso incluye que, ante
la posibilidad de daño grave o irreversible al medio marino, la falta de
certeza científica plena no debe utilizarse como excusa para retrasar medidas
de protección.
5. Algunas acciones clave para cuidar nuestro océano y, con ello, el
clima.
La
protección efectiva de nuestro océano requiere el compromiso de los gobiernos,
quienes deben adoptar acciones a nivel nacional e internacional para priorizar
su salud. Estas incluyen:
- Priorizar
medidas concretas que integren al océano en las acciones climáticas de
mitigación y adaptación. Entre
las más efectivas están la protección y restauración de ecosistemas, en
especial aquellos que además de capturar y almacenar enormes cantidades de
carbono, protegen las costas y mantienen servicios ecosistémicos vitales
(manglares, marismas, pastos marinos, humedales costeros y arrecifes de
coral, entre otros).
- Garantizar
la protección y uso sostenible de la biodiversidad en la zona del océano
que está fuera de las jurisdicciones nacionales. Esto implica la implementación efectiva del Tratado de Alta Mar, que entrará en vigor el 17 de
enero de 2026, además de su ratificación por parte de los países que aún
no lo han hecho para garantizar una gobernanza justa, equitativa y
sostenible.
- Defender
el fondo marino de la minería. Esto
requiere aplicar moratorias a las actividades de minería submarina bajo el
fundamento de la falta de información técnica y científica suficiente para
prevenir, controlar y mitigar los potenciales impactos en la diversidad
biológica de los ecosistemas desconocidos que están en aguas profundas y
en los fondos marinos.
- Proteger los derechos de las comunidades costeras e insulares, que viven de la pesca y del turismo local. Estas poblaciones enfrentan impactos crecientes por la crisis climática y por múltiples presiones ambientales. Los gobiernos tienen la responsabilidad de garantizar su resiliencia y bienestar, resguardando la diversidad biológica marino-costera que sustenta sus modos de vida y cultura.
Valorar el
vínculo entre océano y clima, así como trasladarlo a medidas concretas y
efectivas, es fundamental para proteger y mantener en equilibrio ambos sistemas
de vida.
Es lo que
garantizará la salud de la biodiversidad marino-costera, nuestra seguridad
alimentaria y, en suma, un futuro para el planeta.
*Víctor Quintanilla es el Coordinador de Contenido de AIDA; Natalia Oviedo es abogada internacionalista costarricense y expasante de la organización.
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