11 de febrero de 2015

Afrodescendientes: identidad y cultura de resistencia

Jesús Chucho García[1]

La identidad cultural de origen africano y su diáspora en las Américas y los espacios Caribes, es un largo proceso que aún no cesa de enriquecerse con la dinámica globalizadora, pero manteniendo su anclaje ancestral como brújula para no perderse en la globalización cultural hegemónica y perversa. No podemos hablar de identidad sino de identidades, en sentido plural, por la diversidad cultural africana en nuestros países. Vamos a entender la cultura afrodescendiente como aquel segmento de la diversidad cultural de las Américas y el espacio Caribe, formada por las distintas expresiones musicales, culinarias, bailes, técnicas de trabajo, arquitectura tradicional, conocimientos tecnológicos, afroepistemológicos, espirituales, éticos, lingüísticos, traídos por los africanos en condiciones de esclavizados y esclavizadas durante la trata negrera, y su implantación en los distintos sistemas coloniales de este continente.
 
Makonde, escultura moderna en ébano- wikipedia.org
Este complejo cultural de origen africano se mantuvo a través del tiempo por un largo proceso de cultura de resistencia con la intención de preservar, crear e innovar ese sedimento identitario afrodiverso.

La primera etapa fue la Preservación Cultural de los códigos distintivos originales ante la imposición de la cultura occidental.

Las diferentes muestras de tambores de percusión existentes en los países receptores de la diáspora africana como los complejos tambores Batá (Iya, itotele y okonkolo), en Cuba, los tambores culo e’puyas en Venezuela, la Puita en Brasil, hasta el cununo en Ecuador, así lo evidencian. La preparación de algunos alimentos como la cafunga de Barlovento (Venezuela), el Mondongo (palabra kikongo), Sakuso, entre otros, expresan la preservación de la técnica alimentaria. Palabras como Malembe, Birongo, Carabalí, Zambe, ejemplifican el patrimonio lingüístico africano subsahariano en nuestra habla cotidiana. La espiritualidad jugó un papel destacado para preservar los códigos de los complejos sistemas religiosos Yoruba, Abakuá (Efik/Efok – procedentes de Nigeria), Kongos (Angola, los dos Congos) y Ewe/Fon (Benin/Dahomey). Estos sistemas religiosos hoy se conocen como Regla de Ocha o religión de los orishas y el fundamento de Ifá (Cuba, Brasil, Trinidad y Tobago); Abakuá (sociedad secreta de hombres en Cuba); Vudú (Haití, New Orleans, Cuba y Tobago).

La segunda etapa fue la Creación Cultural, expresada en la construcción de expresiones culturales al mezclarse voluntaria o involuntariamente con las culturas hispanoárabe o aborígenes. Así tenemos las fiestas religiosas afrocatólicas, como San Juan, San Benito, San Pedro, San Antonio, Diablos Danzantes de Venezuela, en las cuales se mezclaron cantos, bailes e instrumentos musicales de las culturas aborígenes, hispanoárabes y africanas. Desde las perspectivas de la lingüística se crearon nueva lenguas conocidas como “Creole”, otros despectivamente le dicen papiamento, pero la más alta expresión de creatividad lingüística estaría en la mezcla de la lengua Caribe con elementos africanos para parir la lengua Garífuna, hablada por un 30% de la población de América Central. La lengua magombe o lengua palenquera es el creole afrohispánico de mayor reconocimiento como patrimonio inmaterial de la humanidad.

En la música se mezclaron instrumentos y géneros musicales de distintas procedencias, que dieron origen al danzón, la rumba y el son en Cuba. El Ragtime y los gospel en USA. La samba en Brasil, la Cumbia colombiana y la Bomba en Ecuador. En Bolivia el vínculo aymara-quechua con la población afroboliviana dio como resultada la Saya Boliviana.

En el caso específico de la espiritualidad, se fueron entretejiendo los símbolos de la dominación religiosa occidental (catolicismo/cristianismo) con los símbolos espirituales africanos que los antropólogos occidentales llamaron sincretismo, concepto que supone, a nuestro entender, un proceso de dilución de la espiritualidad africana en la espiritualidad dominante/occidental. Prefiero analizar ese proceso como paralelismo espiritual, ya que al final, los códigos africanos se preservaron y marcharon en paralelo con los códigos dominantes. Por ejemplo, en Cuba, se dice que el orisha Shangó es la santa católica Santa Bárbara, pero Shangó, que fue rey en tierras yoruba, poco o nada tiene que ver con Santa Bárbara. Esa combinación forzada colonial es lo que se conoce como santería cubana y que hoy sufre un proceso de construcción simbólica, ecualizándola con sus orígenes yoruba. Muchos antropólogos hablan de religiones sincréticas y con eso resuelven la complejidad del proceso de resistencias simbólicas; pero el paralelismo permanece en esa lucha continua que conduce a una extraordinaria reafricanización.

Por último, y tercero, está el proceso de innovación cultural como la mayor prueba del cimarronaje cultural afrodescendiente, en el que nuestra afrocultura se renueva sin perder sus trazos originales.

Unas de las más altas expresiones de innovación es el calypso de Trinidad que comenzó con el ritmo ancestral proveniente de Ghana, llamado “hausa caiso” y se plasmó en primer lugar en el Tamboo Bamboo, después en los tambores y por último en los tambores de acero, de donde sacaron sonidos a fuerza de martillo que daban a los barriles desechados de la incipiente industria petrolera trinitaria a comienzos del siglo pasado. Pero la innovación también está en la reconexión diaspórica o neodiáspora musical, cuando el mismo calypso se une al ritmo de laghia y beguine de Martinica y Guadalupe y da el ritmo “Beguinca” o Beca; así como el jazz y su versión de Beb Bop unido a la rumba afrocubana va a generar el “afrocuban jazz” y no jazz latino, como impuso la industria comercial norteamericana, al igual que la llamada salsa, género que diluye las otras creaciones como Mozambique, comparsa, guaguancó o yambú.

Preservación, creación e innovación es un continuo histórico que rompe los paradigmas culturales occidentales que nos había folklorizado y paralizado en el tiempo.

¿Cómo se conservaron y redimensionaron las identidades afrodescendientes?

¿Cuáles fueron las estrategias ancestrales para que los diablos danzantes, bajo la imposición del cuerpo de Cristo, pudieran preservar el nganga (curandero en lengua kongo), en el diablo peruano o en la danza del carabalí (de los efik-efok de Nigeria), en la danza de los diablos de Chuao (Venezuela)? ¿Cuál fue la estrategia ancestral para preservar la diversidad de tambores y cajones e instrumentos de percusión a lo largo y ancho en nuestras comunidades afrodescendientes? ¿Cómo se conservaron esas células rítmicas sin saber leer música ni tener un pentagrama a la manera occidental? ¿Y la creación? ¿Cómo entender el calypso y su ejecución a través de los tambores de acero creados a partir de los barriles petroleros una vez desechados?

¿Cómo ese pintor angolano en época colonial, vacilándose a la Santa Inquisición, creó el señor de los Milagros en Perú, siendo una de las manifestaciones afrocatólicas más grandes de dicho país?

Estamos ante un proceso de reflexión como nunca antes se había hecho sobre la cultura afrodescendiente.

Las respuestas a estas interrogantes están en la puesta en práctica de una transmisión del conocimiento ancestral que hemos denominado Pedagogía del cimarronaje, es decir, las diferentes estrategias de aprendizaje utilizadas por los antiguos exesclavizados, luego los cimarrones y por último como libertos que garantizaron una concepción afroepistemológica, es decir, el conocimiento ancestral de origen africano.

Hoy, estas culturas ancestrales deben ser incorporadas en el sistema educativo, tanto en los currículums como en los textos, así como a los diferentes programas de educación universitaria donde se forman nuestros docentes. Consideramos que estos aspectos son estratégicos para el proceso de descolonización mental que aún perdura en nuestra sociedad.

Afroidentidad en el Decenio de los Pueblos Afrodescendientes

Hoy la diversidad cultural afrodescendiente viene siendo reconocida sistemáticamente como patrimonio intangible de la humanidad por la UNESCO. Ese largo proceso de preservación, creación e innovación ya goza de reconocimiento universal. Es un patrimonio que está en nuestra cotidianidad, es un patrimonio vivo que asegura su espiral innovadora. El tango, cuya discusión aún permanece si es uruguayo o argentino, es reconocido como PIH (Patrimonio intangible de la humanidad). La palabra tango en congo significa tiempo. Cambombe de Uruguay es PIH. La palabra es de origen kikongo, traduce negrito. Ca es diminutivo y Ndombe, negro. También existe un pueblo en Angola denominado así. La rumba cubana es PIH, dentro de la rumba se encuentra el Yambú, que significa encontrar, juntar los cuerpos. Los congos de República Dominicana, evidentemente de origen Congo, también es PIH. El Jazz nació en la Plaza de los Congos en New Orleans (Estados Unidos) y es patrimonio de la Humanidad. Como dijimos, el habla palenquera (Cartagena de Indias, Colombia), que es una mezcla de castellano con las lenguas kikongo y kimbundu de Angola, es patrimonio de la humanidad. Los diablos danzantes de Venezuela, donde dominantemente las danzas son de origen africanas, es PIH. El reto en el decenio es colocar estos temas en los sistemas educativos y políticas culturales de los países que integran el ALBA, CELAC, MERCOSUR y UNASUR.

Fuente: En: El Decenio Afrodescendiente. América Latina en Movimiento, No. 501, febrero 2015, ALAI. pp. 12-14




[1] Jesús Chucho García es escritor venezolano, Coordinador General de la Fundación Afroamérica y de la
Diáspora Africana.

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