Análisis:
Antonio
Pérez
El extractivismo o
explotación de las materias primas sin valor añadido, es una política económica
que afecta sobre todo a los países subalternos y, de manera excesiva, a los
pueblos indígenas, quienes más dependen de sus territorios. Es la primera frontera
para los capitalistas; la primera y la última para los indígenas. Los
proletarios que acuden en enjambre al efímero panal de las industrias
extractivas son los más audaces, pero también los más desesperados,
individualistas y amorales de todo el proletariado. Por ello, el extractivismo
es el paradigma de la regla de oro del capital: enfrentar a los desheredados.
"No contaminación. El río es nuestro alimento", reza el cartel instalado el 2015 por la Comunidad Mapuche Paineo en la Ruta Nacional 40, a la altura del paraje La Amarga, en Argentina, que señala la oposición de dicha comunidad al proyecto minero en la Sierra de Catán Líl. Fuente foto: http://endepa.org.ar/?cat=52 |
Los pueblos indígenas
son los pueblos más extraídos. Al
factor de ser los menos poderosos se ha de sumar que la Historia de la
Humanidad puede resumirse en la lucha entre los indígenas y las sociedades envolventes:
entre los marginados y los asimilados[1].
Los actuales indígenas padecen expolio pluri-milenario: los poderosos han
tenido tiempo para mejorar su saqueo, de ahí que ahora se les explote material
e inmaterialmente. En lo material, desde lo infinitamente pequeño dentro de su cuerpo
físico —el latrocinio de su patrimonio genético — hasta lo infinitamente grande
de su cuerpo social —su territorio —.
La apropiación piratesca
de sus genes es la faceta más moderna del extractivismo
material contra los pueblos indígenas. Comenzó a escala universal con el
Proyecto Genoma Humano, PGH, desde 1985 y 1987, un programa gringo con presupuesto
multimillonario al que se apuntaron multitud de Estados. Sus derivaciones
indigenófobas pasaron desapercibidas hasta finales del siglo pasado, cuando la oposición
de organizaciones indígenas consiguió hacer pública la existencia del
subproyecto “Pueblos de Interés Histórico” que consistía en secuenciar y comercializar
el genoma de unos 700 pueblos indígenas. A partir de entonces, se hicieron más
difíciles las (literalmente) extracciones de sangre indígena destinada a ese
‘Proyecto Vampiro’. El PGH hubo de reducir la lista de pueblos a esquilmar y derivó
su extractivismo genético al National
Geographic quien, desde 2005, publicitó el programa Genographic, ahora no
con un perfil indígena sino universal[2].
Como el ejemplo más
escandaloso del extractivismo inmaterial,
escogeríamos la apropiación indebida de su saber ecológico. Este conocimiento
indígena abarca desde la domesticación de especies vegetales y animales hasta la
predicción de las catástrofes mal llamada ‘naturales’. El mecanismo de este
extractivismo es claro: las sociedades envolventes llegan a los últimos
territorios indígenas poseídas por el ansia de explotar esas ‘tierras raras’.
Antes, los conquistaban sin más pero hoy sabemos que invadir sin conocer el
entorno natural conlleva arrasarlo desperdiciando así riquezas ocultas cuyo
valor, extracción y método de utilización sólo conocen los indígenas. Hoy,
cuando el extractivista llega a Indialandia,
se muestra más cauto y busca el apoyo de mediadores antropólogos para absorber
el ‘ecologismo’ indígena y facilitar el expolio hacia los valores de mercado.
Este extractivismo seudo
indígeno- ecologista, es la parte económicamente más jugosa del extractivismo
del patrimonio intangible indígena. A su lado, tienen menos importancia crematística
otras extracciones, como la tergiversación de la espiritualidad aborigen,
especialidad de las mesnadas esotéricas; la reducción de los mitos exóticos a
la mazmorra de la religiosidad —tan querida por los misioneros—; la
comercialización espuria del arte indígena; incluso podríamos calificar como
extractivista el oficio académico de traducción y codificación a la occidental
por los antropólogos proclives a la mediación interesada.
Es obvio que la
expropiación del territorio indígena representa directamente el máximo grado al
que llega el extractivismo de lo tangible e, indirectamente, el extractivismo
segmentario de lo intangible. En estas notas, no vamos a tocar los aspectos más
conocidos del extractivismo general[3]
y nos centraremos geográficamente en América Latina, salvo en un tópico no
habitual en el discurso anti-extractivista: en el análisis de los Parques
Nacionales.
Antes de pasar a esos
acápites, señalaré el desastre más crudo del extractivismo que he presenciado in situ. Me refiero a la mina de Panguna,
donde se jugó la pésima suerte de los indígenas de una isla del Pacífico
quienes consiguieron expulsar de su territorio a la multinacional Rio Tinto Zinc,
pero al precio de una guerra que les costó 20.000 muertos… sin olvidar los trabajos
que les costará limpiar los mil setecientos (1.700) millones de toneladas
tóxicas que les dejó la RTZ[4].
Panguna no está en América Latina, pero su oro y su cobre son iguales a los que
poseyeron y todavía poseen los amerindios con el mismo destino —las arcas
ajenas — y que fueron extraídos al mismo precio —la sangre indígena.
Las Yndias, ahora las Américas
Las Yndias fueron vistas
desde el comienzo de la Invasión como la oportunidad de oro para extraer sus
riquezas, como una terra nullius en
la que el pecado no existía, como un hemisferio a devastar. Elegimos las
palabras de un profesional del extra-civismo —un ingeniero de minas — y no las
de un administrador colonial o las de un religioso. Con ello subrayamos que, en
contra de la imagen que ha popularizado el Poder, a Latinoamérica siempre han
llegado antes los geólogos que los misioneros, los milicos y los colonos[5].
Desde el punto de vista
de los indígenas, en cinco siglos poco ha cambiado el panorama general del extractivismo
en América Latina, AL. Incluso ello se está acelerando. Por citar sólo el
ejemplo del extractivismo material más duro: según el Atlas de Justicia Ambiental, en 1970, se extrajeron de AL 2.400
millón de toneladas de minerales y metales. En 2009, esa cantidad ascendió a
más del triple: 8.300 millones de toneladas[6].
Aunque duele admitirlo,
los gobiernos dizque de izquierdas que gobernaron o gobiernan en AL han mantenido
y mantienen la misma política extractivista que los gobiernos de derechas. En
lugar de recaudar para redistribuir apretando impositivamente a los ricos, controlando
la evasión fiscal, reformando el agro, obligando a las multinacionales a que
respeten los términos de sus contratos, etc., esos gobiernos llenan las
misérrimas arcas estatales a costa de la destrucción de la tierra y de los indígenas.
La razón que esgrimen es siempre la misma: “no podemos seguir siendo pobres
sentados en un saco de oro”.
Ni siquiera los
presidentes ‘indígenas’ como Evo Morales escapan de esta maldición. Para
demostrarlo, en Bolivia están desastres mayores como las explotaciones
hidrocarburíferas en tierras guaraníes, la mina de litio en el tan delicado
sitio del Salar de Uyuni y la proliferación de la agroindustria —generalmente
con organismos genéticamente modificados, OGM — de soja y caña para
biocombustibles; e infinidad de desastres llamados menores, como la mina a cielo
abierto de plata, zinc y plomo de San Cristóbal (Potosí) que abastece a medio
Japón mientras se bebe todo el agua de la comarca; etcétera. Todo ello dibuja
un panorama de extractivismo rampante en el que la suma de exportaciones extractivistas
(agroindustriales, hidrocarburíferas, mineras) respecto de las totales ha pasado
del 82,74% en 2009 al 89,35% en 2012. Para mayor confusión, el extractivismo
boliviano camina parejo a la desindustrialización de ese país[7].
Ejemplo: sobre el total exportador, las exportaciones industriales
manufactureras descendieron del 17,26% en 2009 al 10,65% en 2012.
Huelga añadir que estos
desastres encuentran resistencias varias[8].
Por mencionar citar sólo las protagonizadas por los sectores indígenas, hemos
de citar al grupo que publica el mensual Pukara
(www.periodicopukara.com), revista
que recoge con rigor conceptual y valentía política las críticas más acerbas a
la realidad impuesta por el gobierno pachamamista
de Morales y García Linera. A este respecto, debemos añadir una muestra de cómo
la extrema izquierda europea — es un decir — continúa sin admitir la disparidad
existente entre las proclamas de Morales y la realidad de un país abandonado en
los brazos del extractivismo multinacional. Ejemplo: en las 656 páginas de su
tesis doctoral, Íñigo Errejón sólo dedica un pequeño párrafo en una nota a pie
de página a la oposición indígena. La escamotea y la censura, al mismo tiempo
que reconoce la importancia de los «diferentes intelectuales y políticos que,
desde una órbita cercana al indianismo —y a su variante katarista— y a las perspectivas descolonizadoras, evalúan
críticamente los alcances del nuevo Estado Plurinacional de Bolivia. Por su relevancia, no se puede dejar sin
referenciar: http://periodicopukara.com/archivos/
h i s t o r i a - c o y u n t u r a - y - descolonizacion.pdf»[9].
Quizá hubiera debido redactar: ‘Por su relevancia y aunque no me gusten esos
indios, debo aludirlos, pero será en esta letra pequeña que, espero, nadie
leerá’.
Parques Nacionales inhumanos: ¿extracción
absoluta o conservación limitada?
En el discurso
anti-extractivista no suele incluirse el tópico de las zonas protegidas por
razones exclusivamente medioambientales. Opino que se trata de un modelo peligrosísimo.
Desde el punto de vista indígena, quizá es el más dañino puesto que induce a
confusión, enfrenta a hipotéticos aliados del indigenismo —los ‘ecologistas’ —
y goza de un favor popular generalmente ignorante de las circunstancias en las
que han sido creados, vigilados y mantenidos.
La creación del sistema
de Parques Nacionales, joya del conservacionismo inhumano, se basó desde sus
orígenes en la deportación de los pueblos indígenas que, previamente, no solo
habitaban esos territorios, sino que también los habían conservado con mínimas
alteraciones. Por ello, decimos conservación limitada puesto que se quiere
presentarlos como naturaleza virgen
cuando tal realidad no existe —salvo en los casquetes polares o en islas
remotas — desde que el Homo sapiens
comenzó su andadura sobre este planeta.
En 1872, Yellowstone fue
legalizado como el primer Parque Nacional en el mundo[10].
Para esa fecha los indígenas norteamericanos llevaban siglos perseguidos y deportados,
pero por otras razones a cuál más obvia. Esta vez, los Shoshone, Crow, Bannock,
Blackfeet y Nez Percé que habitaban esa comarca iban a verse envueltos en una
guerra no sólo contra el ejército gringo, sino también contra un nuevo enemigo
que no vestía uniforme pero sí libros, filosofías, buena conciencia e incluso
predicamento moral: los primeros conservacionistas.
Por una de esas modas
‘científicas’ que asuelan a Occidente con frecuencia desesperadamente periódica,
en los años de Yellowstone y entre las élites occidentales se puso de
actualidad la Eugenesia —para los indígenas, transmutada en tanatogenia a secas, en muerte impuesta
sin paliativos —. Dentro del cajón de sastre eugenésico, entró la protección a
la Naturaleza como fuente de vida sana… para la minoría que pudiera
disfrutarla.
El conservacionismo
nació con el prejuicio de que la Naturaleza era más importante que el Hombre, quizá
por creerla más inteligible y manejable. Craso error porque parte del supuesto
falso que la Naturaleza es inteligible según los términos humanos de cada
momento cuando, en propiedad, Ella es ininteligible y muda porque es una entidad
no sujeta al logos humano. Muchos se empeñan en fingir una interlocución
imposible culminando en una supuesta “comunión-con la- Naturaleza”, reducida
ésta a un sucedáneo de diálogo esencialmente vicario y mediado por la palabra
trabajada por los humanos. Deberíamos asumir que no podemos traducir
alegremente la expresión ecolátrica que, con tanto éxito popular formulan los
indígenas: no quieren decir que están comulgando con lo natural, sino que
‘comulgan’ entre ellos recordando que encarnan a aquellos pequeños dioses que,
antaño, fueron naturales.
Agarrando el rábano por
las hojas, los más convencidos de esa posibilidad de diálogo se aplican a practicarlo
y creen conseguirlo a través de una mística personal e intransferible –léase,
ajena a la cultura por ser intransmisible-. Que no se confundan estos ‘místicos
naturalistas’: es más difícil hablar con la Naturaleza que con Dios puesto que,
a fin de cuentas, ese Señor es una mera invención humana. Más aún, los
susodichos místicos se sienten indígenas. Quizá así entenderían porqué los indígenas
no progresan material ni políticamente. ¿Acaso lo hace la Naturaleza?: sólo el
necio confundiría evolución con progreso. En definitiva, sabremos poco o mucho sobre
la estructura y la función de la vida natural pero no sabemos nada sobre las
finalidades de la Naturaleza y, si me apuran, tampoco sobre sus orígenes.
¿Naturalistas versus
humanistas? La interrogación tiene poco sentido, pero anteponer la Naturaleza al
Hombre ha tenido derivaciones nefastas. De la eugenesia se retrocedió hacia el
ambientalismo sin indígenas. Desde finales del siglo XIX, cuando los pueblos aborígenes
fueron obligados a presentar sus últimas batallas militares, el indígena fue
visto como rareza próxima a la monstruosidad y, por tanto, susceptible de
explotación espectáculo mediante. También se le etiquetó bajo el estrambótico
concepto de ‘anomalía natural’ y, por ende, alimaña a exterminar en nombre de
una aún más estrambótica ‘mejora de la Naturaleza’.
En aquellos barros se
empantanaron figuras tan respetables como H.G. Wells, G.B. Shaw, M. Keynes y
muchos otros. Años antes, había contaminado a personajes nada autoritarios como
Henry David Thoreau, para quien los indígenas estaban “más próximos a la piedra
y los animales de lo que estamos nosotros” (nearer
of kin to the rocks and animals than we). Lo peor llegó cuando aquellos
barros se convirtieron en lodos del proto-nazismo. Muchos intelectuales
conservacionistas cayeron en el racismo más explícito y agresivo. Para no hacer
el cuento largo, nombraré sólo a uno:
Madison Grant es un
personaje que Occidente quiere olvidar, pese a que fue sumamente poderoso. Racista
y xenófobo hasta extremos que hoy interesa creer insuperables, fue uno de los
padres del conservacionismo gringo. Entre sus muchas fechorías, mencionaré una,
especialmente odiosa: en 1906, apoyó la exhibición del pigmeo congoleño Ota
Benga entre los monos del Zoo del Bronx neoyorkino, un caso más de racismo espectacular
perpetrado en aquellos años oscuros. Pero la malignidad de Grant no se detuvo
en estas menudencias, sino que llegó a su máximo ascendiente sobre la mentalidad
occidental cuando publicó un libro de gran éxito: La Caída de la Gran Raza. La base racial de la historia europea (The Passing of the Great Race, 1916),
compendio de los lodos que anunciaban la tempestad del autoritarismo extremo.
Al respecto, dice el director de Survival International:
“Treinta años después,
era citado por los Nazis quienes no alcanzaban a entender por qué se les
atacaba cuando ellos se limitaban a emular a los EEUU donde los científicos
eugenésicos habían sido utilizados para moldear aquella sociedad. Grant envió a
Hitler una traducción de su libro quien lo agradeció llamándolo su Biblia”[11].
Las condiciones estaban
dadas para que el proto-nazismo se materializara en nazismo a secas y de ello
se encargó el ala verde del hitlerismo, una fracción tan poco conocida como
activa y hasta decisiva en la irresistible ascensión del belicoso cabo austríaco.
Basta con examinar la siguiente cita:
“Cuando el pueblo
intenta rebelarse contra la férrea lógica de la Naturaleza, entra en conflicto
con los mismísimos principios a los que debe su existencia como ser humano. Sus
acciones contra la Naturaleza le llevarán a su propia destrucción” (Mein Kampf, Hitler)
Cuadro 1 |
Esta alianza
aparentemente contra natura entre eugenésicos, ambientalistas elitistas de
primera hora, demócratas imperialistas y redomados nazis, tuvo desde su
eclosión nefastas repercusiones sobre los indígenas, puesto que la ignominia de
Yellowstone se mantiene corregida y aumentada hasta nuestros días. Sería
tediosa e inacabable la enumeración de aquellos casos en los que las áreas
protegidas — sean Parques Naturales, Nacionales, Reservas de la Biosfera,
Forestales, etc. — han nacido a expensas de los derechos indígenas. Pero, para
hacer notar que la otrora epidemia de los Parques Naturales se ha convertido en
una pandemia y por los distintos motivos que se detallan en Observaciones, nos limitaremos a citar
catorce ejemplos, ninguno de ellos amerindio: (ver Cuadro 1)
El conflicto entre la
conservación elitista y los pueblos primigenios siempre se ha saldado con
violencia. En la Edad Media europea, comenzó con los harto manipulados ejemplos
de los siervos de la gleba catalanes o de Robin Hood y los yeomen (= pequeños propietarios rurales) peleando por conservar sus
territorios comunales contra los reyes y la nobleza normanda. Y continúa
acercándose en el tiempo hasta llegar a casos tan actuales como el de los
cientos de miles de adivasis (=
indígenas hindúes) deportados para hacer sitio a los tigres, o los de los
furtivos de la República Centroafricana, fusilados por el ejército francés. En
resumen: para los pueblos indígenas, los Parques inhumanos significan la
extracción absoluta.
¿Cuándo terminará la Invasión?
“Nuestras
Federaciones Indígenas se encuentran amenazadas, y nuestros apóstoles
sentenciados a muerte cruel, injustamente calumniados, enjuiciados, dañados en
su honor e inmaculada inocencia… Porque formamos nuestras Beneficencias
Indígenas, como si fuera un grave delito el aspirar a la nueva vida del
Progreso y la Civilización… No encontramos amparo ni justicia legales. Ya no
podemos quejarnos más” (Ezequiel Urviola y otros; Lima, 1924)
Razones de espacio no me
permiten mencionar otras palabras clave. Pongamos sólo seis ejemplos: el consentimiento libre, previo, informado
— y vinculante, suelen olvidar algunos —, que es el gran requisito legal para
que los indígenas contraten en sus territorios las actividades extractivas; la
amenaza patente y latente del extractivismo descaradamente ilegal o narcotráfico; las semillas patentadas
OGM de Monsanto (27% de cuota del mercado mundial), Du Pont Pioneer (17%),
Syngenta (9%) et al, inscribibles como el “otro tráfico”, no menos pernicioso que
el anterior; la propiedad industriale
intelectual que se les adeuda a los pueblos indígenas por la creación y el
mantenimiento de la biodiversidad, a menudo en versión intra-específica
—subvariedades de las especies agrarias—; la insidiosa ofensa contra el
concepto indígena del Buen Vivir; y
la gravísima repercusión que el extractivismo tiene en los pueblos indígenas
más vulnerables: los pueblos no contactados o en aislamiento voluntario.
Finalmente, debo relatar
el caso de Chile, país adorado por los neoliberales donde el 64% de sus
exportaciones provienen de la minería —donde están denunciados más de 30
conflictos mineros— por una razón harto particular: porque, en uno de los más
famosos atracos extractivistas que han sufrido los amerindios — la represa de
Ralco —, jugó un papel central el delincuente neofranquista Rodolfo Martín
Villa, RMV.
Chile es el paraíso del
extractivismo y así lo entendieron los tiburones extranjeros que en el lapso
2009-2013 invirtieron más de 100.000 millones de US$ de los cuales 45.000
fueron a parar al sector minero. No olvidemos que otra de las caras del
extractivismo, la nefasta suplantación del bosque original por especies
monetarizables, ha conseguido que el 18% de los ‘bosques’ chilenos sean en
realidad su antítesis: plantaciones forestales.
En este entorno, RMV
entendió la llamada de Santiago Mataindios y presidió la construcción de
represas hidroeléctricas en territorio mapuche-pehuenche. Empujando la frontera
colonial hacia el Sur, el neofranquista impune, quizá imbuido por una misión
histórica imperialista, llevó a su multinacional Endesa hasta el río Biobío —la
antigua frontera entre los Mapuche y los invasores españoles— y allí se empeñó
en levantar la central de Ralco (construida entre 1995- 2004; 690 Mw).
Antes de que se colocara
la primera piedra de Ralco, los Pehuenche y sus aliados comenzaron a protestar
en 1995. Su resistencia demoró la inauguración de la represa y en aquella lucha
tuvo una cierta importancia la presión internacional. Pero pese a que la matriz
de Endesa estaba en España y que su presidente era un conocido delincuente
—acusado, entre otros crímenes de la matanza de Vitoria 1976—, aquí no se movió
casi nadie. El conflicto de Ralco fue un ejemplo de que la impunidad de las
multinacionales comienza por la de su presidente, pero también de que la
opinión pública internacional tiene peso contra las razias extractivistas[12].
Hoy, Ralco se añade a otros casos donde los intereses locales chocan contra las
decisiones gubernamentales, así éstas sean dizque de izquierdas. Los más
candentes son el ducto de Mehuin[13]
y la mina Pascua Lama.
Aunque en Chile es
constante los asesinatos de indígenas, este genocidio a cámara lenta es
difícilmente comparable al que se produce de continuo en América Latina. El
gobierno hondureño, heredero del golpe de Estado con aroma narcotraficante que
expulsó en 2009 al legítimo presidente Manuel Zelaya, ha perpetrado por activa y
por pasiva el reciente asesinato (03.III.2016) de la indígena lenca Berta
Cáceres, fundadora del Consejo Cívico de
Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH, creado en 1993)
Esta lideresa se oponía al proyecto hidroeléctrico Agua Zarca, una cadena de
represas que pretende generar 21.3 MW mediante la concesión por 20 años del río
Gualcarque. El escándalo internacional ha sido considerable, pero es necesario
recordar que Agua Zarca es sólo una de las 17 represas que amenazan al
territorio Lenca.
Es relativamente
abundante la literatura antiextractivista publicada en castellano y disponible
en internet. Sus autores más conocidos: el antes citado Joan Martínez Alier,
Eduardo Gudynas, Alberto Acosta, Maristella Svampa, Emiliano Teran Mantovani,
etc. Frente a los estragos y excesos del extractivismo rampante, además de las
organizaciones indígenas, ¿con que organizaciones indigenistas podemos contar?
Seleccionaría dos: Survival International (SI, Londres; especializada en
pueblos poco o nada integrados) e International Work Group for Indigenous
Affairs (IWGIA, Copenhague; más amplia en sus objetivos). Habría que añadir
GRAIN, una joya incrustada en Barcelona, que no es específicamente indigenista
pero cuya labor en defensa de la agricultura indígena, la biodiversidad y la
oposición a la Monsanto et all es tan indispensable como ignorada en España[14].
Pese a la más
rudimentaria de las experiencias, parece que triunfa la idea de que la Tierra
es infinita y auto-renovable. Este tipo de irracionalismo no siempre ha disfrutado
de tanta preponderancia ni gozado de sus mieles en todo lugar. Tan zafio
prejuicio está anclado en el concepto de Creación —“lo creado puede ser
recreado”, viene a decirse—. Correlativamente, ni el acto ex novo ni la repetición ineluctable son conceptos comunes a todas
las culturas, sino que está ausente de muchas, comenzando por infinidad de
culturas indígenas. Además, al trasladar todo el Poder sobre la Tierra física a
un dios creador, el Hombre occidental se declara irresponsable. Mientras, buena
parte de las sociedades indígenas filosofan al revés, cogitando que el Mundo
siempre ha existido y, más aún, que fue sensible y realmente humano hasta que
la Humanidad empezó a disfrazarse de Naturaleza. De ahí que el panteísmo — una
creencia agazapada en las entrañas del ambientalismo— pueda ser entendido como
un vestigio traducido a la occidental de aquella concepción del mundo que
entiende al Hombre como entidad responsable de sus actos.
En sentido contrario,
las mafias de las ‘derechas civilizadas’ y las derechas reales, idolatran la
repetición y juegan a la lotería de que ésta le será favorable, manifestando
así, cínicamente, que el extractivismo no es pecado. Por otra parte,
reconocemos que las izquierdas, gobierneras o en la oposición, son relativamente
conscientes de que el extractivismo es “pan para hoy y hambre para mañana”. Lo
aceptan, excusándose en las urgencias con las que ven el mundo desde las
posiciones del Poder. No tengo interés en averiguar si esas prisas son
electoreras, producto de la ignorancia o, taxativamente, de mala fe. Pero estoy
seguro de que los indígenas no reciben ni siquiera ese “pan para hoy” sino todo
lo contrario: al igual que sabían pescar antes de que los bienpensantes les
ofrecieran enseñárselo, tenían pan… hasta que los extractivistas se lo quitaron
de la boca. Porque, si bien los proletarios caídos en las añagazas del
extractivismo quedan “baldados, quebrados, cascados, azogados, engarzados, o
engafados”, la suerte de los indígenas extraídos
es aún peor: quedan desunidos y desvanecidos o sobreviviendo en un territorio
ponzoñoso.
____________
Fuente: En: PUKARA, Periódico mensual, abril 2016,
Qollasuyu, Bolivia, La Paz. Año 10, Número 116. Edición electrónica. 7-9/13 pp.
[1] Puesto
que, en estos meses, el fallecimiento de Umberto Eco nos recuerda su obra de juventud
Apocalípticos e integrados, conviene señalar que los indígenas no son más
apocalípticos que los demás pueblos, aunque tengan motivos para serlo. Es más,
a riesgo de que me crucifiquen antropólogos y lógicos, me atrevería a rumiar
con absoluta arbitrariedad que la Escatología está menos presente en el mundo
indígena que en los otros mundos.
[2] So
pretexto de estudiar las migraciones humanas, Genographic pide la colaboración altruista de todo el mundo para
que le envíen muestras susceptibles de análisis genético. El donante paga unos
120 dólares y recibe su mapa genético –y la satisfacción de haber contribuido a
la Ciencia-. Hasta la fecha, han participado casi 750.000 donantes de unos 140
países. No sabemos cuánto le costará al National
Geographic la elaboración de esos mapas genéticos individualizados, pero
damos por supuesto que serán mapas de baja definición -también llamados low
cost- por lo que el beneficio monetario conseguido por el Genograhic debe ser muy considerable.
[3] Para
un panorama mundial del extractivismo –no solo contra los indígenas-, con
cierto énfasis en el extractivismo de lo tangible, debe consultarse el Environmental Justice Atlas
(ejatlas.org), un formidable recuento que alcanzaba los 1706 casos detallados
en fecha 19.III.2016. En él colabora el equipo catalán encabezado por Joan
Martínez Alier. Este equipo ha señalado que, en el 12% de los casos
registrados, existen fallecimientos de defensores y defensoras de la
naturaleza. Y que, en el 20% de los conflictos, los proyectos se paralizaron
–señal de esperanza-.
[4] Ver
PÉREZ, Antonio. 2006-2007. “¿Tradicionalismo o nacionalismo? Indígenas y
empresas mineras en Bougainville (Papúa Nueva Guinea)”, pp. 263-272, en Tradiciones y nuevas realidades en Asia y el
Pacífico. Actas del VII Congreso Internacional de la Asociación Española de
Estudios del Pacífico, Barcelona 2006. Madrid; 310 pp.
[5] Asimismo,
en contra de la opinión seudo-académica, hemos de señalar que la Geología es
una ciencia, pero los geólogos son humanos y, por ende, propensos al error.
Ejemplo: obra en nuestro poder un informe del Cuerpo de Ingenieros del ejército
gringo, elaborado en 1943 y traducido en Caracas 1967, en el que se recomendaba
la adecuación de la hidrovía Orinoco-Casquiare-Río Negro con objeto de
desarrollar un área de 1,7 millones de millas cuadradas que podría “mantener
fácilmente una población de más de 15 millones” [de personas] Aunque las
urgencias de la II Guerra Mundial fueran muchas, ninguna autorizaba a calcular
una capacidad de carga tan exagerada para aquel ecosistema amazónico.
[6] Para
una visión escueta, panorámica y sintética del problema en América Latina, ver
en internet: THOMSSEN, Ines y SAUSS, Marie. 2014. Hechos y cifras. Extractivismo en América Latina. Fundación
Heinrich Böll, La Fundación Política Verde. México, Brasil, Chile; nd
[7] Para
unas estadísticas centradas en hidrocarburos, la soja y la deforestación, ver
en internet: CAMPANINI, Oscar. 2013. Un
futuro insostenible. Una mirada desde las tierras bajas. Petropress-CEDIB,
12 pp., Bolivia. Para enmarcar Bolivia en el panorama andino, ver en internet:
VELARDI, Nicoletta y Marco ZEISSER POLATSIK, Marco (eds). 2012. Anales Seminario Internacional Desarrollo
territorial y extractivismo: luchas y alternativas en la Región Andina.
Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas, CooperAcción,
GRET; Cusco (Perú) 261 págs.; sin ISBN.
[8] Para
un atlas detallado de los ataques extractivistas contra América Latina y de las
resistencias que generan, ver en Internet: DELGADO RAMOS, Gian Carlo. 2013. Ecología política del extractivismo en
América Latina: casos de resistencia y justicia socio-ambiental. CLACSO,
Buenos Aires, 590 pp., E-Book, ISBN 978-987-1891-61-0. Narra los casos de los
Mapuche enfrentados a la explotación forestal, los chiapanecos contra el
biodiesel de palma, los esmeraldeños de Ecuador contra la palma africana, el petróleo
de la laguna de Llancanelo (Argentina), el acoso a los Nasa del Cauca
colombiano, etc. Su Anexo, casi 300 páginas con fichas de conflictos, espeluzna
porque enumera ataques a los territorios indígenas con una frecuencia
abrumadora.
[9] Cf.
ERREJÓN: 255, nota nº 137. Ver la tesis completa en internet del llamado “nº 2
del partido Podemos”: ERREJÓN GALVÁN, Íñigo. 2011-2012. La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia
(2006-2009): un análisis discursivo. UCM, Madrid. ISBN: 978-84-66 9-3480-0.
Item más, hemos denominado al gobierno de Morales como pachamamista puesto que
se llena la boca con letanías sobre el amor a la Madre Tierra o Pachamama para,
cotidianamente, vaciarla como cualquier otro gobierno.
[10] Aunque
comenzara a fraguarse antes que el de Yellowstone, el parque natural de
Yosemite no adquirió tal estatus legal hasta 1890. Por esta menudencia, no
suele citarse como el primer Parque Natural, aunque siempre surge alguna
confusión a este respecto. Hoy, Yosemite es famoso por sus secuoyas gigantes…
pero no por la expulsión de sus indígenas, los Awahneechee, Miwok y Paiute, una
barbarie aplaudida por John Muir, una de las vedettes del conservacionismo
gringo quien así creó el modelo de creación de Parques inhumanos.
[11] Mi
traducción; ver en internet: CORRY, Stephen. 25.agosto.2015. “The Colonial
Origins of Conservation: The Disturbing History Behind US National Parks”, en Truthout.
[12] Ver
en www.cidob.org: CUADRA MONTOYA, Ximena. 2014. “Nuevas estrategias de los
movimientos indígenas contra el extractivismo en Chile”; pp. 141-163, en Revista CIDOB d’Afers Internacionals nº
105; Barcelona. ISSN:1133-6595; EISSN: 2013-035X. Su Resumen es sumamente
ilustrativo de la importancia directa e indirecta que los indígenas conceden a
la presión internacional: “El presente artículo analiza la emergencia del
activismo transnacional en la trayectoria de la acción colectiva desarrollada
en torno a conflictos socioambientales en territorios indígenas en Chile. Se
identifican los principales eventos de la movilización indígena realizada a
escala internacional en tres casos emblemáticos y se distinguen las
implicancias para la esfera política nacional. Se constata que, tras el bloqueo
nacional a sus demandas, los indígenas se movilizan en el exterior. Allí
difunden sus casos y demandan justicia en diversos organismos internacionales.
Finalmente, en el ámbito local, se identifica la incorporación de marcos
globales en torno a los derechos humanos de los pueblos indígenas”.
[13] La
gran tubería de Mehuin significa la evacuación fraudulenta de los residuos de
una fábrica de celulosa y, por ende, representa tanto el expolio forestal como
el envenenamiento de los territorios indígenas terrestres y marinos. Ver en
Internet: ACEVEDO, Paulina (ed); AYLWIN, José; ARAYA, José y SILVA, Hernando.
2015. Estudio de impacto en Derechos
Humanos. El proyecto Ducto al Mar de Celulosa Arauco y las comunidades Mapuche
Lafkenche de la bahía de Maiquillahue, Chile. IWGIA, Observatorio
Ciudadano; Chile. ISBN: 978-956-9315-02-2
[14] Llevada
por su infinita modestia, GRAIN (www.grain.org) se define como “a small
international non-profit organisation that works to support small farmers and
social movements in their struggles for community-controlled and
biodiversitybased food systems.”
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