Por Brian Tokar
28 enero 2019
La teoría y la praxis de la ecología social siguen
siendo nuestra mejor esperanza para defendernos de un futuro distópico y
remodelar significativamente el destino de la humanidad en este planeta.
Ilustración de David Istvan
Desde la década de 1960, la
teoría y la práctica de la ecología social han ayudado a guiar los esfuerzos
para articular una perspectiva ecológica radical y contra sistémica con el
objetivo de transformar la relación de la sociedad con la naturaleza no humana.
Durante muchas décadas, los ecologistas sociales han articulado una crítica
ecológica fundamental del capitalismo y el estado, y propuesto una visión
alternativa de comunidades humanas empoderadas y organizadas confederalmente en
busca de una relación más armoniosa con el resto del mundo natural.
La ecología social ayudó a formar la Nueva
Izquierda y los movimientos antinucleares en los años 60 y 70, el surgimiento
de políticas verdes en muchos países, el movimiento antiglobalizaciónde finales de los años 90 y principios del 2000 y,
más recientemente, la lucha por la autonomía democrática de las comunidades kurdas en
Turquía y Siria, junto con el resurgimiento de nuevos movimientos municipales
en todo el mundo, desde Barcelona en Comú hasta Cooperation Jackson en
Mississippi. La visión filosófica de la ecología social fue articulada por
primera vez por Murray Bookchin entre
principios de la década de 1960 y principios de la de 2000, y desde entonces se
ha seguido desarrollando por sus colegas y muchos otros. Es una síntesis única
de crítica social, investigación histórica y antropológica, filosofía
dialéctica y estrategia política. La ecología social se puede ver como un
despliegue de varias capas distintas de comprensión e intuición, que abarcan
todas estas dimensiones y más. Comienza con una apreciación del hecho de que
los problemas ambientales son fundamentalmente de naturaleza social y política,
y están enraizados en los legados históricos de dominación y jerarquía
social.
CAPITALISMO Y CAMBIO CLIMÁTICO
Bookchin fue uno de los primeros pensadores en
Occidente en identificar el imperativo del crecimiento del sistema capitalista
como una amenaza fundamental para la integridad de los ecosistemas vivos, y
argumentó sólidamente que las preocupaciones sociales y ecológicas son
fundamentalmente inseparables, cuestionando los estrechos enfoques
instrumentales utilizados por muchos ecologistas para abordar diversos
problemas. Para los activistas climáticos actuales, esto fomenta la comprensión
de que abordar de forma significativa la crisis climática requiere una visión
sistémica de la centralidad de la combustión de combustibles fósiles para el
surgimiento y la resiliencia continua del capitalismo. De hecho, el capitalismo
tal como lo conocemos es virtualmente inconcebible sin el crecimiento
exponencial del uso de la energía –y las extendidas sustituciones de la energía
por el trabajo– que el carbón, el petróleo y el gas han permitido. Como explicó
el grupo de
investigación Corner House,
con sede en el Reino Unido, en un documento de 2014:
“Todo el sistema contemporáneo de obtener
beneficios del trabajo dependía absolutamente del carbono fósil barato [y por
lo tanto] no existe un sustituto económico o políticamente factible para los
combustibles fósiles en la triple combinación de combustibles fósiles-motores
térmicos-trabajo mercantilizado que apuntala las tasas actuales de acumulación
de capital”.
La perspectiva de la ecología social nos permite
ver que los combustibles fósiles han sido durante mucho tiempo centrales para
el mito capitalista del crecimiento perpetuo. Han llevado a concentraciones
cada vez mayores de capital en muchos sectores económicos y han anticipado tanto
la reglamentación como la creciente precariedad del trabajo humano en todo el
mundo. En Fossil Capital (2016), Andreas Malm explica en
detalle cómo los primeros industriales británicos optaron por pasar de la
abundante energía hidráulica a las máquinas de vapor alimentadas con carbón
para operar sus molinos, a pesar del aumento de los costos y la incierta
fiabilidad.
La capacidad de controlar el trabajo fue
fundamental para su decisión, ya que los pobres urbanos demostraron ser mucho
más dóciles a la disciplina de la fábrica que los habitantes rurales de
mentalidad más independiente que vivían junto a los rápidos ríos británicos. Un
siglo más tarde, nuevos descubrimientos masivos de petróleo en el Medio Oriente
y en otros lugares impulsarían incrementos previamente insondables en la
productividad del trabajo humano y darían nueva vida al mito capitalista de la
expansión económica ilimitada.
Para abordar la magnitud de la crisis climática y
mantener un planeta habitable para las generaciones futuras, necesitamos romper
ese mito de una vez por todas
Para abordar la magnitud de la crisis climática y
mantener un planeta habitable para las generaciones futuras, necesitamos romper
ese mito de una vez por todas. Hoy la supremacía política de los intereses de
los combustibles fósiles trasciende la magnitud de sus contribuciones de
campaña o sus ganancias a corto plazo. Se deriva de su continuo papel central
en el avance del mismo sistema que ayudaron a crear. Debemos revertir tanto los
combustibles fósiles como la economía de crecimiento, y eso requerirá un
replanteamiento fundamental de muchas de las suposiciones básicas subyacentes
de las sociedades contemporáneas. La ecología social proporciona un marco para
esto.
LA FILOSOFÍA DE LA ECOLOGÍA SOCIAL
Afortunadamente, a este respecto los objetivos de
la ecología social han seguido evolucionando más allá del nivel de crítica. En
la década de 1970, Bookchin participó en una amplia investigación sobre la
evolución de la relación entre las sociedades humanas y la naturaleza no
humana. Su escritura desafió la noción común occidental de que los humanos
inherentemente pretenden dominar el mundo natural, concluyendo que la
dominación de la naturaleza es un mito enraizado en las relaciones de
dominación entre las personas que surgieron del colapso de las antiguas
sociedades tribales en Europa y Medio Oriente.
La ecología social resalta los principios sociales
igualitarios que muchas culturas indígenas, tanto pasadas como presentes, han
tenido en común, y las ha elevado como guías para un orden social renovado:
conceptos como la interdependencia, la reciprocidad, la unidad en la diversidad
y una ética de la complementariedad , es decir, el equilibrio de roles entre
los diversos sectores sociales al compensar activamente las diferencias entre
individuos. En su obra magna, La Ecología de la Libertad (1982),
Bookchin detalló los conflictos que se desarrollan entre estos principios
rectores y los de las sociedades jerárquicas cada vez más estratificadas, y
cómo esto ha moldeado los legados rivales de la dominación y la libertad
durante gran parte de la historia humana.
Más allá de esto, la investigación filosófica de la
ecología social examina la emergencia de la conciencia humana desde dentro de
los procesos de la evolución natural. Volviendo a las raíces del pensamiento
dialéctico, desde Aristóteles a Hegel, Bookchin desarrolló un enfoque único de
la eco-filosofía, enfatizando las potencialidades latentes en la evolución de
los fenómenos naturales y sociales mientras se celebra la singularidad de la
creatividad humana y la autorreflexión . La ecología social evita la visión
común de la naturaleza como un mero reino de necesidad, y en cambio percibe la
naturaleza como un esfuerzo, en cierto sentido, por actualizar a través de la
evolución una potencialidad subyacente para la conciencia, la creatividad y la
libertad.
Para Bookchin, una perspectiva dialéctica de la
historia humana nos obliga a rechazar lo que simplemente es y a seguir las
potencialidades inherentes a la evolución hacia una visión ampliada de lo que
podría ser y, en última instancia, lo que debería ser. Si bien el logro de una
sociedad libre y ecológica está lejos de ser inevitable, y puede parecer cada
vez menos probable ante el inminente caos climático, tal vez sea el resultado
más racional de cuatro mil millones de años de evolución natural.
LA ESTRATEGIA POLÍTICA DE LA ECOLOGÍA SOCIAL
Estas exploraciones históricas y filosóficas a su
vez proporcionan un apuntalamiento para la estrategia política revolucionaria
de la ecología social, que ha sido discutida previamente en ROAR Magazine por varios colegas de la
ecología social. Esta estrategia se describe generalmente como municipalismo libertario o
confederal, o simplemente como comunalismo, derivado del legado de la Comuna de París de 1871.
Al igual que los communards, Bookchin
abogó por ciudades liberadas, pueblos y barrios gobernados por asambleas
populares abiertas. Creía que la confederación de tales municipalidades
liberadas podría superar los límites de la acción local, permitiendo a las
ciudades, pueblos y vecindarios mantener un contrapoder democrático frente a
las instituciones políticas centralizadas del estado, todo mientras vencía la
estrechez de miras localista, promovía la interdependencia y promovía una
amplia agenda liberadora. Además, argumentó que el sofocante anonimato del
mercado capitalista puede ser reemplazado por una economía moral en la que las
relaciones económicas y políticas se rijan por una ética de mutualismo y
reciprocidad.
Los ecologistas sociales creen que mientras que las
instituciones del capitalismo y el estado aumentan la estratificación social y
explotan las divisiones entre las personas, las estructuras alternativas
arraigadas en la democracia directa pueden fomentar la expresión de un interés
social general hacia la renovación social y ecológica. "Es en el municipio",
escribió Bookchin en Urbanization Without Cities (1992),
"que las personas pueden reconstituirse desde mónadas aisladas en un
cuerpo político creativo y crear una vida cívica existencial ... que tiene una
forma institucional y contenido cívico".
Las personas inspiradas por esta visión han traído
estructuras de democracia directa a través de asambleas populares a numerosos
movimientos sociales en los EE UU. Y más allá, desde campañas populares de
acción directa contra la energía nuclear a fines de la década de 1970 hasta los
más recientes movimientos antiglobalización y Occupy Wall Street. La dimensión prefigurativa de estos
movimientos, que anticipa y ejecuta los diversos elementos de una sociedad
liberada, ha alentado a los participantes a desafiar el status quo mientras
promueven visiones transformadoras del futuro. El capítulo final de mi reciente
libroToward Climate Justice (New Compass 2014) describe estas
influencias con cierto detalle, centrándose en el movimiento antinuclear, la
política verde, el ecofeminismo y otras corrientes significativas del pasado y
el presente.
CONTRIBUCIONES A MOVIMIENTOS CONTEMPORÁNEOS
Hoy, los ecologistas sociales participan
activamente en el movimiento global por la justicia climática, que une
corrientes convergentes de una variedad de fuentes, en particular movimientos
indígenas y otros movimientos basados en la tierra del Sur Global, activistas
de justicia ambiental de comunidades de color del Norte Global, y corrientes
que continúan desde los movimientos de justicia global o antiglobalización de
hace una década. Vale la pena considerar algunas de las contribuciones
distintivas de la ecología social a este amplio movimiento de justicia
climática en mayor detalle.
En primer lugar, la ecología social ofrece una
intransigente perspectiva ecológica que desafía las estructuras de poder
arraigadas del capitalismo y el estado-nación. Un movimiento que no confronta
las causas subyacentes de la destrucción del medio ambiente y la alteración del
clima puede, en el mejor de los casos, abordar sólo superficialmente esos
problemas. Los activistas por la justicia climática generalmente entienden, por
ejemplo, que las soluciones climáticas falsas como los mercados de carbono, la
geoingeniería y la promoción del gas natural obtenido del fracking
como un "combustible puente" en el camino a la energía renovable
sirven principalmente al imperativo del sistema para seguir creciendo. Para
abordar completamente las causas del cambio climático se requiere que los
actores del movimiento planteen demandas transformadoras de largo alcance, que
los sistemas económicos y políticos dominantes pueden ser incapaces de adaptar.
En segundo lugar, la ecología social ofrece una
lente para comprender mejor los orígenes y el surgimiento histórico del
radicalismo ecológico, desde los movimientos nacientes de finales de los años cincuenta
y principios de los sesenta hasta el presente. La ecología social desempeñó un
papel central al desafiar el sesgo antiecológico inherente de gran parte del
marxismo-leninismo del siglo XX, y por lo tanto sirve como un complemento
importante a los esfuerzos actuales para recuperar el legado ecológico de Marx.
Si bien la comprensión de las escrituras ecológicas ignoradas hace mucho tiempo
de Marx, desarrolladas por autores como John Bellamy Foster y Kohei Saito, es
central en la emergente tradición de la eco-izquierda, también lo son los
debates políticos y las ideas teóricas que se desarrollaron durante muchas
décadas fundamentales, cuando la izquierda marxista no estaba, en general, en
absoluto interesada en asuntos ambientales.
En tercer lugar, la ecología social ofrece el
tratamiento más completo de los orígenes de la dominación social humana y su
relación histórica con los abusos de los ecosistemas vivos de la Tierra. La
ecología social resalta los orígenes de la destrucción ecológica en las relaciones
sociales de dominación, en contraste con las visiones convencionales que
sugieren que los impulsos para dominar la naturaleza no humana son producto de
una necesidad histórica. Para abordar de manera significativa la crisis
climática será necesario revertir numerosas manifestaciones del largo legado
histórico de dominación, y un movimiento intersectorial destinado a desafiar a
la jerarquía social en general.
En cuarto lugar, la ecología social ofrece una base
histórica y estratégica integral para hacer realidad la promesa de la
democracia directa. Los ecologistas sociales han trabajado para llevar la
praxis de la democracia directa a los movimientos populares desde la década de
1970, y los escritos de Bookchin ofrecen un contexto histórico y teórico esencial
para esta conversación continua. La ecología social ofrece una perspectiva
estratégica integral que va más allá del papel de las asambleas populares como
una forma de expresión pública e indignación, buscando una autoorganización más
completa, una confederación y un desafío revolucionario a las instituciones
estatistas arraigadas.
Finalmente, la ecología social afirma la
inseparabilidad de la actividad política opositora efectiva desde una visión
reconstructiva de un futuro ecológico. Bookchin considera la escritura
disidente más popular como incompleta, centrándose en la crítica y el análisis
sin proponer también un camino coherente hacia adelante. Al mismo tiempo, los
ecologistas sociales se han manifestado en contra del acomodo de muchas
instituciones alternativas –incluidas numerosas cooperativas y colectivos
anteriormente radicales– a un asfixiante status quo capitalista.
La convergencia de las líneas de actividad de
oposición y reconstrucción es un paso crucial hacia un movimiento político que
en última instancia puede competir y reclamar el poder político. Esto se
realiza dentro del movimiento climático internacional a través de la creación
de nuevos espacios políticos que incorporan los principios de
"blockadia" y "alternatiba". El primer término,
popularizado por Naomi Klein,
fue acuñado por los activistas del Bloqueo TarSands en Texas, que se involucraron en una serie extendida de
acciones no violentas para bloquear la construcción del oleoducto Keystone XL.
Esta última es una palabra vasco-francesa, adoptada como el tema de un
recorrido en bicicleta que rodeó a Francia durante el verano de 2015 y destacó
decenas de proyectos locales de construcción alternativa. La defensa de la
ecología social para la participación humana creativa en el mundo natural nos
ayuda a ver cómo podemos transformar radicalmente nuestras comunidades,
mientras que curamos y restauramos ecosistemas vitales a través de una variedad
de métodos sofisticados y basados en la ecología.
INERCIA GLOBAL, RESPUESTAS MUNICIPALES
Después de la celebrada, pero finalmente
decepcionante, conclusión de la conferencia
climática de la ONU 2015 en París, muchos activistas climáticos han abrazado un
retorno a lo local. Mientras que el acuerdo de París es ampliamente elogiado
por las élites globales –y los activistas condenaron con razón el retiro de los
Estados Unidos anunciado por la administración Trump–, el acuerdo tiene un
defecto fundamental que en gran medida excluye la posibilidad de que logre una
mitigación climática significativa. Esto se remonta a las intervenciones de
Barack Obama y Hillary Clinton en la conferencia de Copenhague de 2009,
que cambió el enfoque de la diplomacia climática de las reducciones de
emisiones legalmente vinculantes del Protocolo de Kyoto de 1997 hacia un sistema de promesas voluntarias, o
"Contribuciones Determinadas Nacionalmente", que ahora forman la base
del marco de París. La implementación y el cumplimiento del acuerdo se limitan
a lo que el texto de París describe como un comité internacional "basado
en expertos" que está estructurado para ser "transparente, no
contencioso y no punitivo".
Por supuesto, el régimen de Kyoto también carecía
de mecanismos de aplicación significativos, y países como Canadá y Australia
excedían crónicamente sus límites de emisiones impuestos por Kioto. El
Protocolo de Kyoto también inició una serie de "mecanismos flexibles"
para implementar reducciones de emisiones, lo que lleva a la proliferación
global de mercados de carbono, esquemas de compensación dudosos y otras medidas
de inspiración capitalista que han beneficiado en gran medida a los intereses
financieros sin beneficios significativos para el clima. Si bien la Convención
del clima de la ONU original de 1992 consagró varios principios destinados a
abordar las desigualdades entre las naciones, la diplomacia climática posterior
a menudo se asemeja a una carrera desmoralizadora hacia el abismo. Aún
así, hay algunos signos de esperanza. En respuesta a la retirada anunciada de
Estados Unidos del marco de París, una alianza de más de 200 ciudades y
condados de EE UU anunció su intención de mantener los cautelosos pero
significativos compromisos que el gobierno de Obama había llevado a París. A
nivel internacional, más de 2.500 ciudades de Oslo a Sydney han presentado
planes a las Naciones Unidas para reducir sus emisiones de gases de efecto
invernadero, a veces desafiando los compromisos mucho más cautelosos de sus
gobiernos nacionales. Dos consultas populares locales en Columbia llevaron a
rechazar la explotación minera y petrolera dentro de sus territorios, en un
caso afiliando a su ciudad con el movimiento italiano Slow Cities, una
consecuencia del famoso movimiento Slow Food que ha ayudado a elevar el nivel
social y cultural de los productores locales de alimentos en Italia y en muchos
otros países. Una declaración de principios de Slow Cities sugiere que
"trabajando para la sostenibilidad, defendiendo el medioambiente y
reduciendo nuestra huella ecológica excesiva", las comunidades se están
"comprometiendo... a redescubrir los conocimientos tradicionales y a
aprovechar al máximo nuestros recursos mediante el reciclaje y la
reutilización, aplicando las nuevas tecnologías ".
La capacidad de tales movimientos municipales para
generar apoyo y presión para cambios institucionales más amplios es fundamental
La capacidad de tales movimientos municipales para
generar apoyo y presión para cambios institucionales más amplios es fundamental
para su importancia política en un período en el que el progreso social y
ambiental se estanca en muchos países. Las acciones iniciadas desde abajo
también pueden tener más poder de permanencia que aquellas ordenadas desde
arriba. Es mucho más probable que estén estructuradas democráticamente y rindan
cuentas a las personas que se ven más afectadas por los resultados. Ayudan a
construir relaciones entre vecinos y a fortalecer la capacidad de
autosuficiencia. Nos permiten ver que las instituciones que ahora dominan nuestras
vidas son mucho menos esenciales para nuestro sustento diario de lo que a
menudo nos hacen creer. Y, quizás lo más importante, tales iniciativas
municipales pueden desafiar las medidas regresivas implementadas desde arriba,
así como las políticas nacionales que favorecen a las corporaciones de
combustibles fósiles y los intereses financieros afines.
En su mayor parte, las iniciativas municipales
recientes en los EE UU y más allá han evolucionado en una dirección
progresista. Más de 160 ciudades y condados de EE UU se han declarado
"santuarios" desafiando la aplicación de las leyes de inmigración de
la administración Trump, un avance muy importante a la luz de los futuros
desplazamientos que resultarán del cambio climático. Tales batallas políticas y
legales en curso sobre los derechos de los municipios contra los estados se
refieren al potencial radical de las medidas social y ecológicamente
progresistas que surgen de abajo.
Los activistas de la justicia social y ambiental en
los Estados Unidos también están desafiando la tendencia de las victorias
electorales de derecha ejecutando y ganando campañas audaces para una variedad
de cargos municipales. Quizás lo más destacable es la exitosa campaña de 2017
de Chokwe Antar Lumumba, quien fue elegido alcalde de Jackson, Mississippi, en
el corazón del sur profundo, con un programa centrado en los derechos humanos,
la democracia local y la renovación económica y ecológica en los barrios.
Lumumba funcionó como la voz de un movimiento conocido como Cooperación Jackson,
que se inspira en la tradición afroamericana y el Sur Global, incluidas las
luchas de resistencia de africanos esclavizados antes y después de la Guerra
Civil estadounidense, el movimiento zapatista en el sur de México y recientes
levantamientos populares en todo el mundo.
Cooperación Jackson ha presentado numerosas ideas
que resuenan fuertemente con los principios de la ecología social, incluidas
las asambleas vecinales empoderadas, la economía cooperativa y una estrategia
política de doble poder. Otros que trabajan para resistir el status quo y
construir el poder local están organizando asambleas vecinales democráticas,
desde la ciudad de Nueva York hasta el noroeste del Pacífico, y desarrollando
una nueva red nacional para avanzar estrategias municipales, como Eleanor
Finley contó de manera importante en su ensayo sobre The New Municipal
Movements en el número 6 de ROAR Magazine.
VISIONES DEL FUTURO
Si esfuerzos locales como estos pueden ayudar a
marcar el comienzo de un movimiento municipalista coherente y unificado en
solidaridad con las iniciativas de "ciudades rebeldes" en todo el
mundo aún está por verse. Tal movimiento será necesario para que las iniciativas
locales amplíen y catalicen las transformaciones a escala mundial que son
necesarias para defenderse de la amenaza inminente de un colapso completo en
los sistemas climáticos de la Tierra.
De hecho, las proyecciones de la ciencia climática
resaltan continuamente la dificultad de transformar nuestras sociedades y
economías lo suficientemente rápido como para evitar el descenso a una
catástrofe climática planetaria. Pero la ciencia también afirma que las
acciones que emprendemos hoy pueden significar la diferencia entre un régimen
climático futuro que es perturbador y difícil, y uno que desciende rápidamente
hacia extremos apocalípticos. Si bien debemos ser completamente realistas sobre
las consecuencias potencialmente devastadoras de las interrupciones climáticas
continuas, un movimiento genuinamente transformador debe enraizarse en una
visión de futuro de una calidad de vida mejorada para la mayoría de las
personas en el mundo en un futuro libre de dependencia de combustibles fósiles.
Las medidas parciales distan mucho de ser
suficientes, y los enfoques para el desarrollo de energías renovables que
simplemente replican las formas capitalistas pueden terminar siendo un callejón
sin salida. Sin embargo, el impacto acumulativo de los esfuerzos municipales
para desafiar intereses arraigados y actualizar las alternativas de vida –junto
con visiones revolucionarias coherentes, organización y estrategias hacia una
sociedad radicalmente transformada– tal vez podría ser suficiente para
defenderse de un futuro distópico de privaciones y autoritarismo. Las
iniciativas municipales democráticamente confederadas siguen siendo nuestra
mejor esperanza para remodelar significativamente el destino de la humanidad en
este planeta. Tal vez la amenaza del caos climático, combinada con nuestro
profundo conocimiento del potencial para un futuro más humano y ecológicamente
armonioso, puede de hecho ayudar a inspirar las profundas transformaciones que
son necesarias para que la humanidad y la Tierra continúen prosperando.
Por Brian Tokar - Activista y autor,
profesor de Estudios Ambientales en la Universidad de Vermont y miembro del
consejo del Instituto de Ecología Social y 350Vermont. Su libro más reciente
es Hacia la Justicia Climática: Perspectivas sobre la Crisis Climática
y el Cambio Social (New Compass Press, 2014).
Traducido por Pilar Gurriarán
Enero 2018
Fuente: El Salto
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