Por Yayo Herrero
López
Publicado por Rebelión, 1
de enero, 2019
Idioma Español
País Internacional
1 febrero 2019
Los grupos de ultraderecha buscan desviar la mirada
del proceso de desposesión y expulsión que estamos viviendo. Solo en un clima
de tensión, violencia e histeria es posible esconder dicho proceso.
Nube de contaminación sobre la ciudad china de
Shanghai. 2008. SUICUP
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El Club de Roma advertía en
1972 sobre la inviabilidad del crecimiento indefinido de la población y sus
consumos en un planeta con límites físicos. Aunque esas proyecciones sobre la
disponibilidad de recursos fueron denostadas, la información científica que
disponemos hoy valida en buena medida lo que entonces se auguraba.
El IPCC advierte en su último
informe que disponemos de doce años para mitigar el calentamiento global y
limitar el alcance de la catástrofe global. De lo contrario, millones de
personas estarán en peligro ante las crecientes sequías, inundaciones,
incendios, hambrunas y pobreza.
La Agencia Internacional de la
Energía en su último informe anual advierte que en 2025 será imposible
satisfacer la demanda de petróleo. Igualmente señala problemas con el carbón,
uranio y gas natural. También lo afirma Brufau, máximo responsable de Repsol, que habla de previsible escasez de petróleo en un par
de años. Estos desajustes provocarán una fortísima inestabilidad en los precios
del petróleo.
El declive de la energía fósil
y la crisis climática obligan a una transición del sector energético y del
transporte hacia energías renovables. Ello implicará depender de otros
minerales que también son finitos. La electrificación de los vehículos estará probablemente
limitada por el uso de cobalto, litio y níquel; podría haber restricciones para
las aleaciones de acero que necesitan cromo, molibdeno o vanadio y en equipos
electrónicos que requieren plata, cobre o tántalo. La energía solar
fotovoltaica demandará materiales tales como indio, selenio, estaño o teluro y
la energía eólica está asociada a imanes permanentes que requieren neodimio y
disprosio. La extracción de los minerales nombrados se encuentra en situación
de riesgo alto, cuando no ha sobrepasado ya sus picos.
Todos estos factores inciden
en la economía y las personas. Tras la crisis de 2007 y sin habernos
recuperado, estamos en puertas de una nueva recesión económica. Los síntomas
están ahí para quien quiera verlos. General Motors
anuncia el cierre de cinco plantas en
Norteamérica, Arcelor anuncia un ERTE para 2019, Vodafone anuncia un ERE en España,
Alcoa pretende cerrar las secciones con más consumo energético, el sector financiero afronta dos grandes ERE, etc. Seguirán
las refinerías, empresas de automoción y otras, no porque se apliquen políticas
ecológicas como se dice a veces, sino porque los capitales abandonan sectores
que no dan los beneficios que esperan y, con ellos desechan a las personas
trabajadoras.
A su vez, las condiciones
materiales de vida empeoran. La
vulnerabilidad económica afecta al 32,6% de la población española. Casi un 30%
de las familias emplean ahorros o piden dinero prestado para hacer frente a sus
gastos. Se extreman las formas de explotación y, los empleos mal pagados y
precarios se convierten en una nueva normalidad.
Wallerstein plantea que las
crisis cíclicas del capitalismo se producirán cada vez más seguidas al topar
con los límites del planeta. Tiene razón. La economía, no nos cansamos de
repetir, es un subsistema del medio natural en el que se inserta, no al revés.
Tanto por el lado de la extracción como de los residuos, nuestro planeta se
encuentra en una situación de translimitación. Eso significa que el
decrecimiento de la esfera material de la economía es simplemente un dato. El
crecimiento económico actual está directamente acoplado al uso de materias
primas y, ante su declive, se estanca y retrocede inevitablemente.
Hoy, la humanidad necesita un
planeta y medio para vivir. La huella ecológica mide la superficie
ecológicamente productiva necesaria para producir los recursos consumidos por
una persona media de una determinada comunidad humana, así como para absorber
los residuos que genera. Esa superficie se dispara en lugares como
Estados Unidos o Europa. Es decir, los países enriquecidos no viven con los
recursos de sus propios territorios, sino con las materias primas y productos
manufacturados con cargo a otros lugares. En España, el 80% de la energía y 75%
de los minerales utilizados proceden fundamentalmente de América Latina y
África, y los alimentos que consumimos requieren el doble del territorio
nacional.
En su obra Mein Kampf,
Hitler declaró que los alemanes merecían “espacio vital” acorde con la dignidad
de la raza aria y defendió la legitimidad moral de ocupar los territorios de
otros pueblos inferiores y eliminar a quienes vivían en ellos. Si cambiamos
espacio vital por huella ecológica iluminamos dimensiones ocultas que explican
la emergencia de movimientos de extrema derecha.
El capitalismo mundializado en
este planeta translimitado ha intensificado los mecanismos de apropiación de
tierra, agua, energía, animales, minerales y explotación de trabajo humano.
Instrumentos financieros, deuda, compañías aseguradoras, y todo un conjunto de
leyes, tratados internacionales y acuerdos constituyen una verdadera arquitectura de la impunidad que
allana el camino para que complejos entramados económicos transnacionales,
apoyados en gobiernos a diferentes escalas, despojen a los pueblos, destruyan
territorios, desmantelen las redes de protección pública y comunitaria que
existan, y criminalicen y repriman las resistencias que surjan.
Este es el fascismo
territorial que, dice Boaventura Souza Santos, establece fronteras internas y
externas que separan a quienes están dentro de quienes son población sobrante.
Un fascismo que se esconde detrás de una democracia vaciada.
Esta construcción política es
asumida como ley natural y cuenta con amplio consenso, no solo de las derechas
sino también de la socialdemocracia. Las tensiones sociales que se crean pueden
hacer saltar las costuras del modelo. Los chalecos amarillos, las
movilizaciones en Polonia, el movimiento feminista, el de pensionistas, las
propias personas migrantes organizadas en caravanas y/o grupos de asalto a las
vallas, son manifestaciones de ese malestar.
En medio de estas turbulencias
se produce un repunte significativo de opciones políticas de ultraderecha.
Trump, Bolsonaro o Abascal enarbolan un discurso xenófobo, misógino,
histriónico y agresivo que evoca un pasado glorioso que nunca existió. Buscan
desviar la mirada del proceso de desposesión y expulsión que estamos viviendo.
Solo en un clima de tensión, violencia e histeria es posible esconder dicho
proceso.
La economía globalizada
asienta el fascismo territorial a partir de la ingeniería social y la
racionalidad económica que considera que las vidas y los territorios importan
solo en función del “valor añadido” que produzcan. La extrema derecha es el
cómplice necesario que criminaliza, estigmatiza, deshumaniza y legitima el
abandono y expulsión de las personas “sobrantes”. La ultraderecha pretende
mantener el orden del fascismo territorial mediante el miedo, la desconfianza y
el ejercicio del poder contra el último.
El feminismo está en el centro
de su diana, creo que por tres motivos. Uno, por ser un movimiento organizado,
de masas y transversal que ha lanzado un órdago al sistema en su conjunto y que
reclama revertir las prioridades económicas y políticas poniendo las personas
en el centro; dos, porque en un marco de recortes y destrucción de servicios
públicos, se pretende que las mujeres garanticen la reproducción cotidiana de
la vida; y tres, porque es fácil generar rechazo contra un movimiento que
cuestiona los privilegios de la mitad de la población y que pone patas arriba
la ética reaccionaria familiarista que lleva milenios asentada.
La extrema derecha exacerba la
virilidad más añeja y cobarde. Una virilidad sumisa al poder, fuerte con los
débiles, que quiere “poner a las mujeres en su sitio”, se crece cuando trata
con brutalidad a los animales o cuando humilla y criminaliza a personas
extranjeras o a quienes piensan distinto… sin complejos. Todo vale excepto
señalar las lógicas económicas y los agentes que provocan la crisis y levantan
vallas para proteger los privilegios de los ricos. Ocultan el despojo material
y canalizan la rabia y el miedo a través del linchamiento social de colectivos
declarados como monstruosos.
¿Cómo hacer para garantizar
las condiciones de vida para todas las personas? ¿Cómo afrontar la reducción
del tamaño material de la economía de la forma menos dolorosa? ¿Qué modelo de
producción y consumo es viable para no expulsar masivamente seres vivos? ¿Cómo
mantener vínculos de solidaridad y apoyo mutuo que frenen las guerras entre pobres,
vacunen de la xenofobia y del repliegue patriarcal?
Señalar las causas
estructurales y a quienes están detrás de este proceso de acumulación por
desposesión es condición necesaria para crear las condiciones políticas que
permitan recomponer un metabolismo social en el que la vida digna sea posible.
Yayo Herrero es activista y
ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación
Social.
Fuente: Revista Contexto
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