23 de septiembre de 2014

Los amos de la biomasa en guerra por el control de la economía verde

En colaboración con la Fundación Heinrich Böll. Ahora en español


La noción de una “gran transformación tecnológica verde” que posibilitará una “economía verde” se promueve ampliamente como la clave para la supervivencia del planeta. El objetivo final, sustituir la extracción y procesamiento del petróleo por la explotación total de la biomasa. ¿Quién controlará el futuro de esta economía verde?

En este reporte conjunto, la Fundación Heinrich Böll y el Grupo ETC describen quiénes son los “amos de la biomasa” y porqué en ausencia de una gobernanza responsable, la economía verde perpeturá la economía de la avaricia.

Introducción: Volvernos verdes, de Río 1992 a Río 2012

Hacia fines del milenio comenzó a tomar forma la visión de un futuro pospetróleo amigable con el medio ambiente. La producción industrial dependería de materias primas biológicas, transformadas mediante plataformas de bioingeniería de alta tecnología: la captura y conversión de materia viva (o recientemente viva), denominada biomasa —alimentos y cultivos fibrosos, hierbas, residuos forestales, oleaginosos, algas, etc.— en químicos, plásticos, medicamentos y energía. Esta naciente economía de base biológica adquirió rápidamente un “barniz verde” y prometió resolver el problema del pico petrolero, frenar el cambio climático y marcar el comienzo de una era de desarrollo sostenible. Con motivo de la Cumbre de la Tierra (Río+20) de junio de 2012, la noción de una “gran transformación tecnológica verde” que haga posible una “economía verde” está siendo aceptada en forma amplia, aunque no universal[1].

Algunos gobiernos, empresas, inversores de riesgo y ONG también promueven las tecnologías —incluyendo la ingeniería genética, la biología sintética y la nanotecnología— que hacen (o harán) posible transformar biomasa en productos comerciales.

La búsqueda por asegurar biomasa para materia prima está creando nuevas configuraciones de poder empresarial. Ya están involucrados los principales actores de todos los sectores: los grandes de la energía (Exxon, BP, Chevron, Shell, Total) junto al ejército de Estados Unidos, los grandes de la industria farmacéutica (Roche, Merck), los grandes de los alimentos y la agricultura (Unilever, Cargill, DuPont, Monsanto, Bunge, Procter & Gamble) y los grandes de la industria química (Dow, BASF).

La presión para una economía de base biológica viene acompañada de un pedido, originado en los mercados, de mecanismos de financiarización de los procesos naturales de la Tierra, retiquetados como ‘servicios del ecosistema’ (por ejemplo, el ciclo del carbono, los nutrientes del suelo y el agua), lo que también alienta las apropiaciones de la tierra y el agua[2]. Las empresas ya no se enfocan en forma estricta en el control del material genético que se encuentra en semillas, plantas, animales, microbios y humanos; han ampliado su rango para incluir en él la capacidad reproductiva del planeta entero.

La Cumbre de la Tierra de 1992 produjo un libro de promesas, llamado Programa 21 o Agenda 21, que incluía el combate a la desertificación, la protección de los bosques, el enfrentamiento al cambio climático y el compromiso del Norte de transferir tecnologías sustentables al Sur. Además, el Sur se hizo partícipe de un Convenio sobre Diversidad Biológica para poner fin a la pérdida de especies y la destrucción del ecosistema. Como parte de este último y más celebrado acuerdo, sin embargo, los líderes de la Cumbre acordaron que los gobiernos tendrían soberanía sobre toda la diversidad biológica dentro de sus fronteras al momento de la ratificación del acuerdo.

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[1] Naciones Unidas, Estudio Económico y Social Mundial 2011: La gran transformación basada en tecnologías ecológicas, Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, Nueva York, 2011. Mientras la noción de “economía verde” ha recibido mucha difusión en los círculos de responsabilidad política (y de inversión) – y obtuvo un gran impulso desde el lanzamiento, en febrero de 2011, del informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Hacia una economía verde. Guía para el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza) – el concepto todavía es controvertido. El G77, en particular, ha cuestionado la pertinencia del término, haciendo notar que la “economía verde” no debe remplazar o redefinir el desarrollo sustentable y resalta la necesidad de una mejor comprensión del alcance, los beneficios, los riesgos y los costos de la economía verde.
[2] Para una explicación no crítica, pero útil, de los servicios del ecosistema, ver el sitio web del Ecosystem Services Market Project, con sede en Australia: www.ecosystemservicesproject.org

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