En colaboración con la
Fundación Heinrich Böll. Ahora en español
La noción de una “gran
transformación tecnológica verde” que posibilitará una “economía verde” se
promueve ampliamente como la clave para la supervivencia del planeta. El
objetivo final, sustituir la extracción y procesamiento del petróleo por la
explotación total de la biomasa. ¿Quién controlará el futuro de esta economía
verde?
En este reporte conjunto, la
Fundación Heinrich Böll y el Grupo ETC describen quiénes son los “amos de la
biomasa” y porqué en ausencia de una gobernanza responsable, la economía verde
perpeturá la economía de la avaricia.
Introducción: Volvernos verdes, de Río 1992 a Río
2012
Hacia fines del milenio
comenzó a tomar forma la visión de un futuro pospetróleo amigable con el medio
ambiente. La producción industrial dependería de materias primas biológicas,
transformadas mediante plataformas de bioingeniería de alta tecnología: la
captura y conversión de materia viva (o recientemente viva), denominada biomasa
—alimentos y cultivos fibrosos, hierbas, residuos forestales, oleaginosos,
algas, etc.— en químicos, plásticos, medicamentos y energía. Esta naciente
economía de base biológica adquirió rápidamente un “barniz verde” y prometió
resolver el problema del pico petrolero, frenar el cambio climático y marcar el
comienzo de una era de desarrollo sostenible. Con motivo de la Cumbre de la
Tierra (Río+20) de junio de 2012, la noción de una “gran transformación
tecnológica verde” que haga posible una “economía verde” está siendo aceptada
en forma amplia, aunque no universal[1].
Algunos gobiernos, empresas,
inversores de riesgo y ONG también promueven las tecnologías —incluyendo la
ingeniería genética, la biología sintética y la nanotecnología— que hacen (o
harán) posible transformar biomasa en productos comerciales.
La búsqueda por asegurar
biomasa para materia prima está creando nuevas configuraciones de poder
empresarial. Ya están involucrados los principales actores de todos los
sectores: los grandes de la energía (Exxon, BP, Chevron, Shell, Total) junto al
ejército de Estados Unidos, los grandes de la industria farmacéutica (Roche,
Merck), los grandes de los alimentos y la agricultura (Unilever, Cargill,
DuPont, Monsanto, Bunge, Procter & Gamble) y los grandes de la industria
química (Dow, BASF).
La presión para una economía
de base biológica viene acompañada de un pedido, originado en los mercados, de mecanismos
de financiarización de los procesos naturales de la Tierra, retiquetados como ‘servicios
del ecosistema’ (por ejemplo, el ciclo del carbono, los nutrientes del suelo y
el agua), lo que también alienta las apropiaciones de la tierra y el agua[2].
Las empresas ya no se enfocan en forma estricta en el control del material
genético que se encuentra en semillas, plantas, animales, microbios y humanos;
han ampliado su rango para incluir en él la capacidad reproductiva del planeta entero.
La Cumbre de la Tierra de
1992 produjo un libro de promesas, llamado Programa
21 o Agenda 21, que incluía el
combate a la desertificación, la protección de los bosques, el enfrentamiento
al cambio climático y el compromiso del Norte de transferir tecnologías sustentables
al Sur. Además, el Sur se hizo partícipe de un Convenio sobre Diversidad
Biológica para poner fin a la pérdida de especies y la destrucción del
ecosistema. Como parte de este último y más celebrado acuerdo, sin embargo, los
líderes de la Cumbre acordaron que los gobiernos tendrían soberanía sobre toda
la diversidad biológica dentro de sus fronteras al momento de la ratificación
del acuerdo.
Documento completo en PDF:
[1]
Naciones Unidas, Estudio Económico y Social Mundial 2011: La gran transformación basada en tecnologías ecológicas,
Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, Nueva York, 2011. Mientras la
noción de “economía verde” ha recibido mucha difusión en los círculos de
responsabilidad política (y de inversión) – y obtuvo un gran impulso desde el
lanzamiento, en febrero de 2011, del informe del Programa de Naciones Unidas
para el Medio Ambiente (Hacia una
economía verde. Guía para el desarrollo sostenible y la erradicación de la
pobreza) – el concepto todavía es controvertido. El G77, en particular, ha
cuestionado la pertinencia del término, haciendo notar que la “economía verde”
no debe remplazar o redefinir el desarrollo sustentable y resalta la necesidad
de una mejor comprensión del alcance, los beneficios, los riesgos y los costos
de la economía verde.
[2]
Para una explicación no crítica, pero útil, de los servicios del ecosistema,
ver el sitio web del Ecosystem Services Market Project, con sede en Australia: www.ecosystemservicesproject.org
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